Segunda parte hasta capítulo VIII




- IV -

El liberal Escribano del Número y del Juzgado de Montes de la Marina. Reseña sobre las actividades del Perito Agrónomo.
La mejor noticia, posiblemente de toda su vida, que recibió D. Pedro, ya con 36 años fue, que las Cortes de Cádiz, el 19 de marzo de 1812, habían aprobado la Constitución. Pero las alegrías, a veces, vienen acompañadas de tristezas, en las que entró sin duda el reconocido liberal, al ver las consecuencias que tuvo el Decreto de las Cortes de Cádiz del 14 de Enero de 1812, dos meses antes que se aprobase la Constitución. Decreto, por el que se ponía fin a las Administraciones de los montes de Segura por la Marina y Negociado de Hacienda. Las consecuencias quedan claras en las Memorias de su hijo que venimos siguiendo, de las que trascribimos:
“Los pueblos respiraron con la destrucción del ministerio, y creyendo como en otro lugar hemos notado ya, que los arbolados eran la causa de su desventura hicieron asombrosos destrozos en los bosques, talaron, quemaron y allanaron los amojonamientos del arbitrio de Guadalmena, creado en 1751 para con sus productos atender el pago de los guardas y a la extinción de los incendios”.
Estos desastres para los montes de Segura, se acompañaban de las buenas noticias que llegaban a sus pueblos de la guerra. El rey José I salió de Madrid, adelantándose a la retirada del grueso del ejército francés. La última batalla tuvo lugar cerca de Vitoria, la ganó el ejército anglo-español, venciendo a las fuerzas francesas, que daban escolta a una larga comitiva de carretas cargadas el valioso botín, que el rey intruso quería llevarse a Francia. En esa comitiva también se encontraban sus colaboradores y las familias de estos en coches de caballos, fueron hechos prisioneros.
A la alegría, primero, de la retirada de las guarniciones francesas próximas a la Sierra de Segura y después, del final de la guerra, se unió la penuria para reconstruir los destrozos que hicieron a su paso los franceses, como se decía al final del capítulo anterior. Pero más importante que la referida penuria era la hambruna, los franceses no dejaron grano para simiente, ni animales para las labores del campo y la cabaña ganadera, ¡tan destrozada!, que tardaría muchos años en rehacerse.
Entre los referidos destrozos se incluían las casas, iglesias y edificios públicos quemados, así como la ruina de obras civiles. Para su reconstrucción se necesitaba madera, de ahí, que muchos vecinos de los pueblos de la Sierra de Segura se convirtieron en traficantes de maderas. Las caravanas de carros cargados de gruesos troncos de pino y/o piezas escuadradas eran continuas, tanto para el suministro de maderas en los pueblos de la Sierra de Segura como de los cercanos de Andalucía y La Mancha, como también se decía al final del capítulo anterior.
De las corta abusivas (talas) y las quemas subsiguientes después de las cortas, para que no quedaran rastros de los tocones, eran responsables los traficantes de maderas, pero su negocio les duró apenas dos años. Con la entronización por fin del rey deseado, Fernando VII, y la vuelta al Régimen Absolutista por el decreto de Macanáz, se renuevan las Administraciones de la Marina y del Negociado de Hacienda. Que acaban con el abuso de algunos traficantes de maderas, pero no con todos, ya que también se renuevan los negocios de maderas lucrativos de los funcionarios de las referidas Administraciones, nuevamente se volvía al Antiguo Régimen.
Ante esta situación, el liberal D. Pedro debió pensar, como se dice en las Memorias: “..Qué si mala era la Administración de la Marina, peor era para los montes de Segura el no tener ninguna.. “, por lo que acepta el puesto de Escribano del Número y del Juzgado de Montes de la Marina. Sus empleados, según recoge su hijo Juan de la Cruz en su libro, Estudio sobre el Ramo de Montes, variaban el sueldo desde 10.800 reales que cobraba el Ministro y Juez de Montes, a 1.440 de los guardas. El escribano mayor 3.600 reales y el escribano auxiliar 2.160. El sueldo que cobraría el nuevo Escribano del Número y del Juzgado de Montes de la Marina, sería igual o superior a los 3.600 reales, por su prestigio acreditado de muchos años.
El  que aceptase D. Pedro el puesto de Escribano de la Marina, posiblemente  se debiese, a que tantos los fondos de Propios como los de Pósito habían quedado exhaustos, por los destrozos y las consecuencias del paso del ejercito invasor, como se decía mas arriba, a lo que se añadiría las contribuciones para sostener el ejercito anglo-español. Esta falta de fondos no le permitiría al Escribano de Rentas de las villas de Segura y de la Encomienda mayor de Castilla y “Notario de Reynos”, ni tan siquiera cobrar las comisiones inherentes a dichos cargos. Al menos como Escribano del Número y del Juzgado de Montes de la Marina, se le garantizaba un sueldo.
Sin descartar las razones económicas expuestas, éstas no serían las únicas que le motivarían para entrar en la Administración de la Marina, teniendo en cuenta, que en los años que ejerció el cargo de Escribano de Rentas, casi quince, a los altas comisiones que cobraría, sin duda añadió, las gratificaciones que había recibido, algunas de hasta 1.000 ducados.
De lo anterior puede deducirse, que a los 40 años, nuestro biografiado tendría un gran capital, principalmente formado por los montes arboladas que había adquirido, al que se añadía tierras de labor que rodeaban sus cortijos. De ahí que dicho capital, no sufriera mas merma durante la invasión francesa, que los daños ocasionados por incendios forestales, que si los hubo, serían de pequeña extensión, ya que en la guerra de guerrillas una de las estrategias es la emboscada. No pasó lo mismo con el capital de agricultores y ganaderos, entre los que también se incluía el Escribano, la quema de cosechas, la incautación de granos, la requisa de animales de labor, empobreció a los primeros. Y la entrega forzosa del ganado a la Intendencia, sucesivamente del ejercito invasor y del anglo-español, arruinó a los segundos.
El que fuese D. Pedro un importante propietario de montes arbolados, aparte de las razones económicas anteriores, puede explicar que aceptase el puesto de Escribano del Número y del Juzgado de Montes de la Marina, ya que como se ha dicho, los años anteriores, desde 1812 a 1814, sus paisanos “...hicieron asombrosos destrozos en los bosques, talaron, quemaron...”, dando por supuesto que dichos desmanes sólo afectarían a los bosques públicos, no en los de propiedad particular, que vigilaban sus dueños.
Con la restauración del Juzgado de Montes de la Marina, no sólo se ponía fin a los abusos apuntados y se suprimía el trafico incontrolado de maderas, también aumentaba el precio de dichas maderas, lo que interesaba a todos los propietarios de arbolados y entre ellos, al nuevo Escribano de la Marina.
 Al aceptar dicho puesto, nuestro personaje rompe la tradición familiar de su abuelo y padre con el mismo nombre de Pedro Fernando, que como ganaderos se enfrentaron a la Marina desde que se crea la Provincia Marítima con Ministerio en Orcera. Dicho enfrentamiento se debía a las trabas que dicho Ministerio ponía a los ganaderos, al cobro de arbitrios de los pastos de la Sierra de Segura y los de Guadalmena en Sierra Morena, donde se llevaba el ganado a invernal.
No pasaba lo mismo antes que los Guardas de la Marina sustituyeran a los Caballeros de Monte[1], que durante más de siglo y medio, vigilaban los montes y hacían cumplir las Ordenanzas de Segura, las que se dieron los propios vecinos y ratificó el rey Felipe II en el año 1580, de lo que ya se ha dado constancia. Esos montes seguían siendo de realengo desde la reconquista, como claramente se recoge en las tantas veces reiteradas Memorias, donde se deja escrito: “El Rey D. Alfonso dio a los caballeros de Santiago Segura y sus tierras...”.
Por las Ordenanzas referidas del siglo XVI, los vecinos de las villas de Segura y sus arrabales, podían disfrutar libremente de los pastos y cortar la madera necesaria para sus viviendas, construcciones civiles y aperos, así como roturar los montes para cultivos de regadío. Pero dichos vecinos venían obligados a pagar tributos, que recaudaba los Administradores de la Encomienda de la Orden de Santiago y/o Escribanos de Rentas del Real Pósito, como aclaraba la Nota 13.
Otra posible explicación de que el nuevo Escribano de la Marina aceptara este cargo, también podría ser, porque dicha Administración había dejado atrás el trato vejatorio que recibían sus paisanos de los guardas y demás funcionarios. Ya no se repetiría lo que dejó escrito un Ministro de Orcera,: “...a latigazos haré yo que respeten los arbolados”, y no era una simple amenaza. Los guardas azotaban a los presuntos infractores, que sólo hacían lo que les permitía las antiguas Ordenanzas, las conocían bien por haberlas seguido durante siglos. A dichas Ordenanzas se debía la conservación de los arbolados, no así a las nuevas de la Marina, que el Ilustre Escribano que nos ocupa calificó: de uno de los reglamentos hijo del error y del Poder.
Entre las actividades de D. Pedro, en la etapa que desempeñó el puesto de Escribano del Número y del Juzgado de Montes de la Marina , destacan las copias que hizo de documentos importantes, que se guardaban en el Caserón de Orcera, sede del referido Juzgado. Algunos de dichos documentos, como se decía en la INTRODUCIÓN, los hace públicos su hijo Juan de la Cruz en sus libros.
Entre esos documentos importantes que copia el prestigioso Escribano, se encuentran las visitas que hicieron los funcionarios de la Marina a los Montes de Segura, antes y después, de declararse la Provincia Marítima del mismo nombre, en el año 1751. La primera visita se realiza el año anterior, el de 1750,  con el resultado del “....asombroso número de árboles de todas las especies de 434.451.279”. En la segunda visita realizada en 1789 por D. Juan Pichardo, se contaron 264.481.053 árboles de todas las especies.
Como se reseñaba en la Nota 7 y se apuntaba mas arriba, su hijo Juan de la Cruz en su libro Estudios sobre  el Ramo de Montes Arbolados de España, inserta un cuadro a doble página con el título VISITA DE LOS MONTES DE SEGURA, donde se desglosa para cada uno de los 41 pueblos en cuyos términos se encontraban dichos montes, el número de árboles contados en cada uno de esos términos, separados por especies, y que totalizaban los mas de  264 millones.[2]
A la documentación referida sobre las visitas a los Montes de Segura, que copia el Escribano de la documentación archivada en el Caserón de Orcera, como se ha dicho, se unen copias de otros documentos relativos a informes negativos que los propios funcionarios del Juzgado de Montes hacen de las ordenanzas por las que se rigen, las de 1748, y del comportamiento de los dependientes de dicho Juzgado. Desde el Juez Principal, el Ministro, hasta el de sus subordinados vigilantes de la inmensa riqueza, la guardería, cuya conducta conocía bien el copista, por ser testigo de las corruptelas que cometían y trato vejatorio que daban a sus paisanos.
Como mas adelante abordaremos con extensión, la crítica que hace nuestro protagonista de la Administración de la Marina y de sus empleados, al ocuparnos de los artículos que tratan de la polémica entre El observador serrano, seudónimo de D. Pedro, y El defensor del arbolado, seudónimo atribuible a un Exministro de Orcera, sólo apuntaremos a continuación lo más relevante de dicha crítica.
Los argumentos en los que se funda el Escribano de la Marina para rebatir las acusaciones que le hace El defensor del arbolado, son los documentos que guarda en su archivo personal, copia de los informes de significados marinos, empezando por el del capitán de fragata D. Juan Valdés, primero que hizo un reconocimiento, en abril de 1738, de los pinares de los Montes de Segura. Continuando por el juicio crítico  que hace de la Marina el Señor Salazar y terminando, por el que refrenda los abusos del personal de la Marina, adscrito al Juzgado de Orcera, de Don Martín Fernández Navarrete.
 ” Otros muchos y preciosos escritos dirigidos al trono.....”, (trascribiendo escritos de D. Pedro), aunque no fuesen de significados marinos, también informan sobre los desaguisados que se cometen en los Montes de Segura. Entre ellos, unos apuntes que dirigió un experimentado dependiente de la marina al Departamento de Cádiz, en el que acusaba a los administradores de la Provincia Marítima de Segura de destructores y aniquiladores del arbolado y de llevar a la ruina a los habitantes de las sierras de dicha Provincia.
Dejemos las actividades de D. Pedro como Escribano de la Marina y pasemos a otras actividades relacionadas con su profesión de Perito Agrónomo. Con el final de la Guerra de la Independencia, el Perito reanuda la correspondencia con su amigo, liberal como él, D. Antonio Sandalio de Arias, que le hace llegar un correo en el que se incluía una carta y un ejemplar de la segunda edición de su primera publicación, titulada: Cartilla Elemental de Agricultura Española (1808). En la carta le contaba que se había librado de la cárcel por las acusaciones de afrancesado que recayeron sobre él al dejar la Corte José I, a pesar de negarse a colaborar con su Gobierno.
En la Cartilla Elemental su autor deja escrito:
“...que mis padres fueron labradores, y yo también libro mi subsistencia a la Agricultura....., pero que cercenando ratos de descanso y pidiendo libros a los amigos, cuando eran tan costosos que mis circunstancias no sufragaban a comprarlos...., necesitaba un estímulo para resolverme a trasladarlos desde mi imaginación al papel, cuyo inconveniente venció la Real Sociedad Económica Matritense con el premio que ofreció en la Gaceta de 26 de abril de 1805....”.
El premio consistió, en la publicación de la Cartilla Elemental referida, con la que D. Antonio inicia una bibliografía numerosa de más de 40 libros e informes, como testimonian los archivos de la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. En la que ingresó como Socio de Mérito, siendo elegido Director en tres ocasiones, dos en 1836 y una en 1837. Terminemos los rasgos biográficos de tan insigne personaje con los títulos y cargos que ocupó: Catedrático de Agricultura y Botánica, Académico y Presidente de la de Ciencias Naturales, Jardinero Mayor del Real Jardín Botánico, Inspector General de Montes, etc., etc..
Eran necesarios los párrafos anteriores como fácilmente se comprende, para continuar los Apuntes Biográficos sobre D. Pedro, ya que inicia los estudios de Agricultura con las mismas dificultades económicas que su amigo, por el alto costo de los libros y los enormes gastos que para una familia acomodada suponía su estancia en  la Corte. Y lo más importante, que D. Antonio Sandalio tiene una influencia trascendental en su amigo, no sólo en su vida profesional, también en inculcarle la ideología liberal de aquellos tiempos, heredada de la Revolución Francesa.
Entre los libros de alto costo se incluía el citado al final del capítulo primero, “TRATADO del cuidado y aprovechamiento de los MONTES Y BOSQUES....”, escrito en francés por Mr. DUHAMEL DU MONCEAU (Nota 11). Libro que se seguía por la Marina en la selección de los árboles útiles para construcción naval y en la preparación de las maderas que se botaban a los ríos, cuyas aguas nacían en los Montes de Segura, con destino a los Departamentos Marítimos de Cádiz y Cartagena.
El contacto y trato del nuevo Escribano de la Marina con los Ingenieros de Maderas de esta Administración, sin duda amplió sus conocimientos sobre el Ramo Montes. Del que como más adelante veremos, se convertiría por dichos conocimientos, junto con su amigo D. Antonio Sandalio, en persona imprescindible para el desarrollo legislativo de dicho Ramo.
La correspondencia entre los dos amigos se interrumpe cuando se inicia la persecución de los liberales significados como D. Antonio en la Corte, pero éste ya le había dejado un tesoro al Escribano y Perito Agrónomo, sus libros sobre Agricultura y entre ellos, la Cartilla Elemental de Agricultura. Cuyas enseñanzas pronto pone en práctica D. Pedro, realizando una plantación de olivos en una de sus fincas de secano, La Carica, que 60 años después hereda su nieto D. Manuel Martínez Garrido, también Notario como reiteradamente se ha dicho. La técnica seguida en la plantación era la que primorosamente se describe en la referida Cartilla Elemental: “amplios hoyos al marco real, a 40 píes de distancia entre si, plantación de una a tres estacas de una vara de largo y grueso como el de un astil”. Aclaremos que esta técnica se aplicaba en terrenos de secano.
En sus propiedades de regadío, D. Pedro introduce nuevos cultivos entonces desconocidos en su tierra, a las semillas que trajo de sus viajes, se unían las que le había mandado su amigo naturalista desde Madrid. En dichos cultivos se plantaron nuevos árboles frutales y se injertaron los viejos con tres técnicas: escudete, púa y corona, como se explicaba en la Cartilla Elemental.  Pronto sus huertas se distinguieron entre las que rodeaban la villa de Siles. Es lo que él pretendía, para interesar a sus paisanos hortelanos, que seguían con sus prácticas tradicionales desde el tiempo de los moros, los más reacios a las innovaciones.
No pasaba lo mismo con los labradores de tierras de secano, que mejoraron sus aperos para las labores: alzar, binar, terciar, cuartear y sembrar, como también decía la Cartilla. Esto fue posible, gracias a la habilidad de un herrero serrano, que en la forja siguió los dibujos de nuevas herramientas y arados que le dio el Perito. Que también enseñó el tratamiento de las semillas con lechada de cal, siguiendo las enseñanzas de la Cartilla, para prevenir las enfermedades más comunes de los cereales: tizón, carbonillo y roya.
Puede decirse, que en el pueblo de Siles, en la segunda decena del siglo XIX, se crea la Primera Escuela Práctica de Agricultura de la Sierra de Segura, gracias a las enseñanzas del Perito Agrónomo y Escribano, D. Pedro. Seguía el proyecto de las Sociedades Económicas de Amigos del País, promotoras de Escuelas de Agricultura, que nunca llegaron a los pueblos, por desidia de los gobernantes de entonces y los que le siguieron.
Posiblemente, aunque no se haya encontrado documentación que lo confirme, nuestro personaje, fuera el primer promotor de la expansión del olivar en los secanos de la Sierra de Segura. De las Relaciones Topográficas de Felipe II de finales del siglo XVI, se deduce, que las villas de la sierra donde se cita la producción de aceite, coinciden con las que tenían vegas, luego los olivos serían de regadío. A lo anterior puede añadirse lo que reiteradamente recoge documentación histórica sobre dicha sierra: “... el vino se trae de La Mancha y el aceite de Andalucía”. Que como se ha dicho, según los serranos, empezaba de Beas para abajo.
Aunque no se haya encontrado documentación de la época a la que nos estamos refiriendo, que confirme al Perito Agrónomo como promotor de la expansión del olivar en la Sierra de Segura, como se decía más arriba. Si se han encontrados documentos que acreditan a sus herederos como propietarios de olivares. Entre dichos herederos está su nieto D. Manuel Martínez Garrido, que en cartas a su hijo Félix, Notario de Baeza, mi abuelo, la da cuenta de las arrobas de aceituna de cada cosecha en sus olivares, así como del aceite conseguido. Olivares en el Término de Siles, sin duda plantados por su antecesor, D. Pedro.
En los tres años finales del segundo decenio del siglo XIX, se producen el nacimiento de sus dos últimos hijos, Manuel en el año 1817 y Juan de la Cruz en 1820. En marzo de este año, por Real orden se deroga la circular de la Marina de septiembre de 1814 y se vuelve a lo dispuesto por las Cortes en enero de 1812 relativo a los montes. De nuevo renacen las esperanzas de nuestro personaje, que aunque pierda el cargo de Escribano de la Marina, por fin se consigue lo que él anhelaba, la vuelta de un Gobierno liberal.
Con la entrada del referido Gobierno se reanuda la correspondencia con su amigo de Madrid, Antonio Sandalio. En la primera carta éste le decía, que como le pasó hacía años, nuevamente se había librado de la cárcel por las acusaciones de liberal en los años de absolutismo más duro. En cartas sucesivas le da cuenta del proyecto que le había encargado el Gobierno, la redacción de unas nuevas Ordenanzas de Montes.
En una de dichas cartas le pedía a su amigo un memorando sobre sus trabajos en Agricultura, incluyendo los del Ramo de Montes, para presentarlo en la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, se estaban creando cátedras de Agricultura, cuyos tribunales, D. Antonio Sandalio presidía. Si el memorando era estimado como presumía el amigo por la Comisión de Agricultura de dicha Sociedad, le avisaría por carta de la fecha de los exámenes para que viajara a Madrid y pudiera presentarse a los exámenes para las referidas cátedras. Así podía unir a su título de Perito Agrónomo, el de Catedrático de Agricultura.
A los dos meses recibió la carta en el que le comunicaba la fecha del examen, le decía, que por los gastos de su estancia en Madrid no se preocupase. Los integrantes de la Comisión de la que era presidente el Sr. Arias, encargada de la redacción de las nuevas Ordenanzas de Montes, después de leer el memorando, por unanimidad, acordaron que formara parte de ella, como especialista en el Ramo de Montes. Por esto el Gobierno corría con todos los gastos.
Como presumía D. Antonio Sandalio, su amigo Pedro Fernando hizo tan brillante examen para conseguir la cátedra de Agricultura, que el tribunal le felicitó.
- V -

El Catedrático de Agricultura y Asentista de maderas para los Departamentos Marítimos de Cádiz y Cartagena. El Pinero Ilustrado.
El ya Catedrático de Agricultura, antes de volver a su tierra, “formó parte del tribunal de la Cátedra de Agricultura de Toledo”, que la Sociedad Económica de Amigos del País había creado en dicha ciudad. Si como se decía en el capítulo anterior, en Siles, el Perito Agrónomo crea una Escuela Práctica de Agricultura, de vuelta de Madrid a dicha villa; el Catedrático de Agricultura, amplía dicha Escuela al Ramo de Montes y la extiende por toda la Sierra de Segura, para que sus paisanos aprendieran a conservar y explotar racionalmente la riqueza de los montes arbolados de su tierra.
Mas adelante se tratará de dicha conservación y explotación racional de los montes de Segura, ahora continuemos, siguiendo cronológicamente los rasgos biográficos del Catedrático de Agricultura. Que también antes de volver de su primer viaje a Madrid en el llamado Trienio Liberal, suscribe un contrato con el Sr. Subsecretario de Estado y del despacho de la Marina para surtir de maderas a los Departamentos de Cádiz y Cartagena. Por dicho contrato pasa a Asentista de maderas para la Marina, el que antes del referido trienio, era Escribano de la misma.
Años más tarde, siendo diputado provincial de Jaén, tramita un escrito reclamando el pago de unas vigas perdidas de la maderada comprometida por el contrato referido. Dicho escrito se encuentra en el Archivo Histórico de la Diputación Provincial de Jaén (Legajo 2869/57) y vio la luz, gracias al equipo del Área de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Jaén, que dirige mi prologuista, Eduardo Araque. Por su interés y ser de su puño y letra, trascribimos como se inicia:
“D. Pedro Fernando Martínez vecino de Siles hago presente a VE. que las Cortes en 15 de septiembre de 1820 decretaron se hiciesen varios buques menores para reforzar la marina militar y que todos los enseres y aprecios navales fuesen de la Península para evitar la extracción de numerario de la Península y dar ocupación en los Departamentos a los artesanos que perecían por falta de trabajo. A la sazón me hallaba en Madrid y me presenté al Excmo. Sr. Subsecretario de Estado y del despacho de la Marina para ofrecerle que yo podía surtir como propietario de montes en mi país a los Departamentos de Cádiz y Cartagena; y celebrada contrata con la Secretaría por quince codos de madera de pino salgareño otorgué la competente escritura de obligación y firma necesaria en dicho caso; por lo cual emprendí la corta de pinos en términos que al año siguiente tenía dispuestas para botar al agua 1.500 vigas de gruesas dimensiones; que un terrible temporal de tres días de llover incesantemente hizo que llegando el río Guadalimar a una elevación de sus aguas jamás vista en la Sierra me arrebatase todas las vigas apeonadas a la orilla de dicho río en la noche del 24 de diciembre del referido año de 1821, causando una dispersión y extravío de las mayores apenas creíble”.
El primer comentario que puede hacerse de lo trascrito es, que las 1.500 vigas apeonadas a orillas del río Guadalimar, no se apilarían ni se sujetarían correctamente y esta sería la causa de que la riada las dispersase y extraviase. El propietario de dichas vigas, nuestro biografiado, aunque conocía bien las labores previas a la botadura de las maderas a los ríos por haberlas practicado en su juventud, o bien se enfrenta a las Fuerzas de la Naturaleza, siempre imprevisibles, o bien paga la novatada, de la que sin duda fue la primera maderada que prepara con destino a Sevilla. Aquella Noche Buena de diciembre de 1921, fue la Noche Triste para nuestro personaje, recordando a Hernán Cortés.
Como sigue exponiendo el documento, la riada y consiguiente inundación se llevó uno de los arcos del puente de Marmolejo, pero dejo en su emplazamiento unas vigas, la principal de ellas, “tenía diez y ocho varas de longitud y veinte pulgadas en cuadrado”, (15 metros de largo y 50 cm. de ancho). De dichas vigas echó mano el Ayuntamiento para formar un escalerón (pasarela), serrando por la mitad la principal para tener dos largueros. De esta forma se pudo acarrear la aceituna, la ruina del puente se produjo en plena recolección de aceituna de los olivares del otro lado del río, la pasarela  vitó el tener que hacer un “rodeo de tres a cuatro leguas”.
El propietario de las vigas las valoró en 4.500 reales y a su paso por Marmolejo en Agosto de 1822, el Ayuntamiento prometió pagárselos. Pero esto no se cumplió, ni aquel año ni los siguientes, pues como reza el documento: “....aunque en otras navegaciones posteriores al pasar la pinada por las inmediaciones de dicha villa mis encargados han reclamado el pago de dicha cantidad adeudada siempre se les ha dicho que no hay un real en los Propios ni recursos en el Pósito....”.
Quince años después todavía no se había pagado la deuda, ya que siendo diputado provincial D. Pedro en 1837, inicia, con el documento que se comenta y trascribe en párrafos anteriores, los trámites para cobrarla de los caudales de Propios y/o de Pósito  del Ayuntamiento de Marmolejo.
El documento trascripto certifica que, a esa primera maderada que navegaba por el Guadalquivir, siguieron otras navegaciones posteriores, tanto por dicho río como por el Segura. Como se apuntaba al principio de este capítulo, las ideas innovadoras que aporta el Catedrático de Agricultura en la preparación y navegación de maderas cortadas en los montes suyos o ajenos, crearían una Escuela Práctica en la Sierra de Segura, donde lo primero que se enseñaba era el marqueo de árboles, por el que se seleccionaban y señalaban los útiles para construcción naval y civil.
Con las láminas copiadas por D. Pedro, era un gran dibujante, del libro referenciado en capítulos anteriores: “TRATADO del cuidado y aprovechamiento de los MONTES Y BOSQUES....”, de Mr. DUHAMEL DU MONCEAU, confeccionó lo que podía denominarse Cartilla Elemental de la Madera. En la que gráficamente se explicaba el despiece de cada árbol según la forma de su tronco y se dibujaban ya escuadradas, las piezas que podían sacarse útiles para construcción civil o naval.
En la referida Escuela Práctica de operaciones en el monte, se aprendían los oficios para la corta y saca de maderas de los árboles seleccionados. Esos oficios eran los de hacheros, aserradores, ajorradores y los intrépidos pineros. Así denominaban en la Sierra de Segura a los trabajadores que navegaban con las maderas río abajo.
Los pineros de las Sierras de Segura, Cazorla y Las Villas, serán los más demandados para la navegación de maderas por los ríos españoles hasta mediados del siglo XX, en que la RENFE bajó las ultimas pinadas por el Guadalquivir. Entre dichos pineros se distinguían los Maestros de Río verdaderos artistas en adobar el río. Que consistía en las diversas construcciones realizadas con las maderas de la navegación, como la suela, necesaria para que resbalen las piezas y salven una cascada y las más complicadas que se hacían para estrechar el cauce y salvar los vados. También se incluía en el arte de adobar el río las construcciones necesarias para salvar las presas de molinos y pesquerías.
Como se decía en el capítulo anterior con respecto a la posible intervención de D. Pedro en la expansión del olivar en los secanos de la Sierra de Segura, también es posible que introdujera en dicha Sierra lo que puede denominarse lanzadero hidráulico, que por investigaciones realizadas corresponden a aquella época.
En esencia, el lanzadero consistía en represar el agua de los ríos altos de la Sierra: Riomadera, Tus, Trujala, Borosa, Hornos, etc., para que sirvieran de aguaderos, donde se retenía las maderas flotantes, hasta que aprovechando una crecida del río, normalmente con el deshielo, se derruía la presa que retenía agua y maderas, y éstas eran lanzadas por la riada provocada hasta los ríos Segura, Guadalimar, Guadiana Menor y Guadalquivir. Este sistema lo siguió la RENFE en los años cuarenta del siglo pasado, para sacar traviesas en algunos ríos con las mismas características de los de la Sierra de Segura[3].
La navegación de pinadas de las que D. Pedro era propietario duró toda la década de los años veinte del siglo XIX. Para gestionar los contratos con la Administraciones de Hacienda y Marina y el cobró que se derivaba de dichos contratos, viajaba con frecuencia a Madrid y claro está, visitaba a su amigo Naturalista, D. Antonio Sandalio de Arias, que siempre lo recibía con la misma frase: Ha llegado a la Corte el Pinero Ilustrado
Dejemos las actividades de navegación de maderas para pasar a los trabajos administrativos del Pinero Ilustrado. Aquellas Ordenanzas en cuyo borrador participó se terminaron a finales del año 1822, pero no llegaron  a presentarse en las Cortes. Como veremos más adelante dicho borrador sirvió para las Ordenanzas de Montes de 1833, en las que también intervino nuestro personaje con una Memoria del año 1829, como se verá cuando tratemos de dichas Ordenanzas.
Con la llegada de los 100.000 Hijos de San Luis procedentes de Francia, ahora no como invasores sino para apoyar al funesto rey Fernando VII, se acaba el trienio liberal y al fusilamiento de los generales enfrentados al ejercito absolutista, sigue una serie de disposiciones entre la que no podía faltar, el renacimiento otra vez, ¡será la última!, de la Administración de Montes de la Marina.
No cae D. Pedro Fernando Martínez en un pozo como en 1814, al imponerse nuevamente los absolutistas a los liberales, ahora era un hombre conocido, no sólo en su País sino también en la Corte, por los trabajos que realizó para el Gobierno anterior. Y lo más importante, había ampliado sus amigos en Madrid, antes prácticamente reducidos a D. Antonio Sandalio y ahora, a numerosos miembros de las Sociedades Económicas de Amigos del País, personas influyentes, sin duda masones, comprometidos como él, en que España se modernizase.
Utilizando la misma arma que su amigo Arias, la pluma, principalmente en la defensa de los montes y no sólo los de su tierra, sino los que se extendían por las 73.399.959 fanegas de las 22 provincias de entonces, según la Junta formada para la Única Contribución en 1756.
Como sus escritos llegaban a todas las instancias, en 1826 fue Comisionado por la Intendencia de Murcia para el repartimiento de los Baldíos de Segura. En esta Comisión pudo poner en práctica sus conocimientos topográficos y agrimensores. Éste no fue el único repartimiento que hizo, con los que ganó muchos reales, los ricos de los pueblos lo requerían para que midiese sus fincas o las dividiese para dejarlas en herencia a sus hijos.
En 1827 la Chancillería de Granada dicta sentencia revocando una providencia del Alcalde Mayor de Segura, acerca del uso de pastos por ciertos ganaderos, sobre la que había apelado el Valedor de sus paisanos, D. Pedro, ante dicho superior Tribunal. Era defensor de los pequeños ganaderos con el mismo derecho al pastoreo que los grandes. El ganado de dichos propietarios era conocido como atajos corraleros.
El más trascendental de sus escritos en la década de los años veinte,[4] fue la Memoria sobre los montes del Estado, que en el año 1829, entregó en la Secretaría de Hacienda, basada en un Informe que envió años antes, a la Comisión de la Sociedad Económica y copia del mismo, a la Junta de Fomento. Como resulta de estas gestiones, el rey nombró a seis Señores, entre los se encontraba su amigo Arias, para que redactaran las nuevas Ordenanzas. Por fin renacían, aunque solo sirvieran como borrador, las Ordenanzas en las que había trabajado en 1822.
La intervención de D. Pedro en la redacción de dicho borrador, junto con su amigo D. Antonio Sandalio, le animaría siete años mas tarde, en 1829, a enviar por partida doble: a la Secretaria de Hacienda y a la Sociedad Económica de Amigos del País, como se dice en el párrafo anterior, la Memoria de la que se hizo eco el Gobierno de entonces, pues los seis señores nombrados por el Rey redactaron las Ordenanzas aprobadas en diciembre de 1833 y que estuvieron vigentes hasta la primera Ley de Montes de principio del siglo XX.
De la referida Memoria se hace eco un Informe de D. Agustín Álvarez de Sotomayor, Gobernador Civil de Jaén, que glosaremos más adelante, donde refiriéndose a las usurpaciones de los montes del Estado, llevadas a cabo por los Ayuntamientos de la Sierra de Segura, se dice: “un cáncer que absorbe el patrimonio del Estado, y anunció al Rey, D. Pedro Fernando Martínez en 1829 por una memoria que entregó en la Secretaría de Hacienda de que trata la copia del informe que dio la Junta de fomento que acompaña con el nº 3º y con el que envío a la Comisión de la Sociedad económica (de Amigos del País) de cuyas resultas S. M. nombró a seis Señores que redactaron la nueva ordenanza” (las Ordenanzas de Montes de 1833).
En 1832 se inicia una nueva división provincial, se le requiere al Perito Agrónomo y Catedrático de Agricultura para que delimite la provincia de Jaén en su parte oriental, la que la separa de Albacete y Granada. Respeta los límites de antiguo Señorío de Huescar de la Casa de Alba en Granada y barre para Jaén de la de Albacete, la cuenca alta del río Segura y parte de la del Guadalimar, ampliando los términos de la villa donde vivía, Siles, y del pueblo donde nació, Santiago de la Espada, así como de la capital del partido, Segura.
En el año 1833 se produce un acontecimiento importante, pero dejemos que su hijo Juan de la Cruz nos lo cuente. De su libro Estudios sobre el Ramo de Montes, trascribimos:
“Con la muerte de Fernando VII acabó la absurda y malhadada administración de sus ministros, y como era de esperar la gobernación del reino sufrió alteraciones tan notables, que si no fueron las que el espíritu del siglo reclamaba, nos pusieron en el buen camino de las reformas y la libertad. El ramo de montes no fue desatendido porque al momento se publicó la ordenanza de 22 de diciembre de 1833.....
La renovación del decreto de las Cortes, destrozó las ordenanzas del 33, y causó males tan trascendentales que será imposible reparar. Por de pronto nos dejó sin ordenanzas ni ley de montes buena ni mala; y esto es un mal grave ya de por si, en razón de que mas vale que rija una mala ley que el no tener ninguna”.
Nuevamente se repite lo que el mismo autor, Juan de la Cruz, escribía en sus Memorias años antes: “..que si mala era la Administración de la Marina, peor era para los montes de Segura era el no tener ninguna”.



-         VI -

Polémica periodística entre El observador serrano (D. Pedro Fernando Martínez) y El defensor del arbolado (Ex Ministro de Marina).
El año 1833, aparte de los cambios administrativos y políticos que se apuntaban al final del capítulo anterior, marca un hito importante en la vida de D. Pedro, pues a partir de dicho año se inicia las publicaciones, que se recogen en la Nota 23 del final del capítulo referido. En éste, trataremos de tres artículos publicados en el periódico el ECO DE COMERCIO. El primero, en los días 30 de junio y 1 de julio de 1834, firmado por El observador serrano. El segundo, replicando el anterior, del 20 de julio de 1834, firmado por El defensor del arbolado. Y el tercero, de contra replica del segundo, fechado el 28 de septiembre del mismo año y publicado al año siguiente, el 4 de abril de 1835, firmado también por El observador serrano.
El origen de esta polémica es la defensa, que en el primer artículo hace un Hijo de la Sierra de Segura, así se identificaba su redactor, de la riqueza de su tierra y al empobrecimiento a la que la habían llevado “... los empleados nombrados por el ramo de la marina en virtud de la visita hecha por ellos mismos en 1751, es decir tres años después de establecidas las ordenanzas de 1748, que se dieron por entregados 380 millones de árboles de varias especies; no obstante que en 1733 se habían cortado en los mismos montes 5 millones de pinos para la fábrica de tabacos de Sevilla....”.
Siguiendo con las trascripciones, no deja dudas el articulista al remarcar “...la producción de sus feracísimos terrenos, siempre que se manejen con inteligencia, orden y buen método...”. Como fueron manejados dichos terrenos por “...el interés peculiar de los pueblos y de los fondos públicos...”, según las ordenanzas que se dieron los propios vecinos, “...sancionadas en 1581 por el señor Felipe II. La abolición absoluta de estas sabias ordenanzas, y la invasión que por las de 1748 se hizo de toda heredad en que se encontraba ya o nacía después un árbol mirado como objeto de dominación del nuevo juzgado de la marina, menguó la real jurisdicción ordinaria, despojó a las corporaciones municipales de la alcancía y beneficios de este ramo, .....,nació la baja de los fondos públicos, pues faltaron los ingresos que proporcionaban los montes.....
Pero lo que más le importaba al observador serrano era, que sus paisanos propietarios fueran despojados de ejercer sus derechos dominicales y sobre todo, “....vejados de mil formas y maneras por los agentes del gobierno designados por las ordenanzas, expuestos siempre a las formalidades de causas ruinosas sin más motivo de porque nacían en sus propias heredades árboles que habían de cortarse para otro dueño,........de aquí se siguió que los empleados de la marina para llevar a cabo tamañas vejaciones y consolidar su ominoso y despótico imperio imputara sin verdad y justicia a los naturales los daños que por incendios, talas y otros deterioros sufrían los montes...”.
Tampoco a dichos agentes del gobierno designados por las ordenanzas, les preocupaba el aumento de los arbolados, al que causaban los mayores estragos “... y han dirigido sus miras únicamente a poner demandas, formar causas y exigir derechos, imponer penas y buscar recompensa a su manera”.  Por lo anterior y por lo que se obvia del articulo que se sigue, su firmante resalta el comportamiento de los empleados de la marina, tan contrario al objeto y fines por el que fueron nombrados. Habían paralizado los aprovechamientos y beneficios que los labradores secaban de sus propias tierras y en ellas habían encontrado su ruina “...por las persecuciones y ejecuciones clandestinas y denuncias que estos (los empleados de la marina) le han puesto”.
Mas adelante continua: “....A los procedimientos del juzgado de montes de la marina y a la arbitrariedad con que ha procedido en todo se atribuye con sobrada razón no sólo el aborrecimiento de los naturales de la sierra de segura deben tener a los árboles con que puebla y engalana la naturaleza aquellas montañas, sino también la despoblación del país; sobre la cual el cálculo mas moderado gradúa en 2.500  el número de vecinos en los 41 pueblos que comprende, únicamente por las persecuciones, causas ruinosas y vejaciones importantes producidas por el juzgado y sus dependientes”.
La despoblación apuntada suponía casi un 10% del total de vecinos, cifrado en 26.537  por El observador serrano en otro artículo , población total de los 41 pueblos y 12 aldeas incluidos en la jurisdicción de la Marina, conocida como la Provincia Marítima de Segura.
Sigue El observador serrano exponiendo: “....aunque pudiera enumerar con exactitud los males que ha ocasionado el referido juzgado y sus dependientes, me limitaré a decir que registrados los preciosos escritos de los más acreditados jefes y oficiales del cuerpo de marina, se enterará cualquiera de lo que hay en el particular...”.
Mas adelante concreta el contenido de los escritos y exposiciones de los referidos jefes de alta graduación, de lo que se entresaca:  “....consta que en las cortas de maderas y conducciones de pinadas, han sido tales los desordenes y agravios que han sufrido los caudales del gobierno, que el codo cúbico de madera cortada y conducida por el negociado, que salía a la marina con todos los gastos a unos 500 reales de coste, hubo y habrá siempre particular que le de 100 rs..Y aun a 50 el codo de la mejor y más bien reconocida calidad....”. Nadie le podía discutir al articulista estos costes y menos los jefes de la Marina, pues como se dice en el capítulo anterior, había sido  Asentista de maderas para los Departamentos Marítimos de Cádiz y Cartagena.
Refrenda los abusos anteriores con escritos publicados, uno de ellos, es la memoria sobre los montes de Segura, reimpresa en 1825, del “señor don Martín Fernández Navarrete: también pueden verse las cartas sobre el juicio crítico de la marina del señor Salazar, y otros muchos y preciosos escritos dirigidos al trono.....”.
Deja para el final del artículo las conclusiones, algunas de las cuales se trascriben mutiladas a continuación:
La conducta pues, de los empleados de la marina en las subdelegaciones de los montes de Segura de la sierra, ha llegado a generar un odio mortal e implacable contra los bosques y preciosos arbolados de estas sierras, tanto que el odio de muchos labradores y ganaderos hubiera deseado ver convertidos en cenizas por un fuego del cielo (rayo, no mano criminal) los muchos millones de pinos....”.
“Además, extendiendo arbitrariamente el juzgado de la esfera de sus atribuciones y cargos, se introdujo con imprudencia a dominar e intervenir en los terrenos de dominio particular, y luego que nacía un árbol en ellos.....de cuya resulta eran numerosísimas las causas y expedientes que por demandas y persecuciones se formaban cada año....”.
“... y ha sido tal esta persecución que se han visto familias arruinadas cuando por desgracia suya se atrevieron a cortar un pino o cualquier otro árbol que necesitaron para proporcionarse algún útil absolutamente necesario en su labranza, caserío, etc.”.
Termina exaltando, “el sabio, virtuoso y maternal gobierno de la augusta Reina Cristina.....ha  puesto a su cuidado, aumentar el goce, propagar las luces, multiplicar sus propietarios (de los pueblos de la sierra de Segura), y fomentar las fortunas de sus súbditos; conoció desde luego que no podía lograrse la conservación y prosperidad de los montes bajo el régimen de las antiguas ordenanzas.....y por lo mismo decidió subrogarlas, y con ellas ha dispuesto que desaparezcan también los juzgados llamados impropiamente de conservadurías.....”.
Lo trascrito en el párrafo anterior, es el preámbulo de agradecimiento que hace el articulista a la soberana sanción que S. M. “se ha dignado dar a las nuevas ordenanzas de montes publicada el 22 de diciembre último, y es de esperar que establecida del todo tan sabia ley, cesen para siempre los agravios y atropellamientos sufridos hasta aquí, ... la misma ley establecida en beneficio de los montes, serán también nuevos los agentes que deben ejecutar cuanto en ella se previene en beneficio de los pueblos”.
Que equivocado estaba D. Pedro en poner todas sus esperanzas en lo que disponían las Ordenanzas de Montes de 1833. Dos años mas tarde de escribir el articulo que se glosa, en 1836, pasaba lo que su hijo Juan de la Cruz describe en sus Memorias, que se ha trascrito en la INTRODUCCIÓN y ahora se repite: “.. en el año de 1836, los Ayuntamientos, los particulares, todos se persuadieron de que la hora de destruir los montes había sonado, y así fue que las talas y cortas de árboles de aquel año y siguientes son asombrosas, sin exageración”.
Las esperanzas referidas se manifiestan en el penúltimo párrafo del artículo de esta forma: “La población rural adquirirá el aumento consiguiente a la tranquilidad, paz y ventura que van a disfrutar los naturales de estas sierras, y de los demás puntos de la península tan sólo con restituir a sus legítimos dueños el derecho que les pertenece....y por último extinguido para siempre el juzgado de la marina con su odiosa autoridad, influjo y dependencias rebosará la alegría en los corazones de tantos desgraciados cuantos son los habitantes de 41 pueblos....”.
En tan sólo 20 días, como se decía al principio de este capítulo, el ECO DEL COMERCIO publica un articulo de réplica al glosado más arriba, firmado bajo el seudónimo de El defensor del arbolado. Seudónimo que puede identificarse como un  Ministro de la Marina de años anteriores, según se desprende del tercer artículo que cierra la polémica, firmado como el primero por El observador serrano, donde se identifica al defensor del arbolado como: “....este celoso ministro y buen servidor de S. M. como el se dice....”.
Por lo anterior, los firmantes de los artículos debían conocerse, lo que se confirma en el ataque personal que hace el segundo del primero, cuando escribe: “....ven que algunos hombres llevados de su particular conveniencia, procuran labrar su felicidad a costa de sus semejantes....”. Acusación grave que se hace a D. Pedro, sin duda por ser propietario de montes en su tierra, montes claramente particulares que había adquirido con el dinero ahorrado como Escribano de Rentas, del pago de comisiones encargadas por las Intendencias de Jaén y Murcia y sobre todo, como Asentista de maderas de la Marina durante el decenio de los años veinte del siglo XIX.
A la anterior acusación sigue la que se desprende del párrafo siguiente: “Aunque yo no soy serrano, soy observador de los abusos de algunos hijos de la Sierra, que siguiendo una conducta singular, han adquirido cierto renombre peregrino en su país....aprovechados se hacen temer de los hombres sencillos y logran sorprender su buena fe....”.  Esta velada acusación al que había dedicado su vida precisamente, a denunciar los abusos de las Administraciones de la Marina y Hacienda y sobre todo, como se desprende de lo escrito y de lo que nos queda por escribir, a la defensa de sus paisanos, ha de calificarse de falsa y calumniosa.
Sigue el artículo de El defensor del arbolado ponderando la necesidad de madera para que florezca el comercio, la agricultura y las artes; su importancia en la navegación y conservación de los dominios e S. M. en Ultramar. “....Por igual razón se marchitan las fábricas y las artes si carecen de madera....”. Todo lo anterior le sirve como preámbulo, para ensalzar la bondad de las Ordenanzas de la Marina de 1748 y  rebatir la acusación del  observador serrano de que dichas Ordenanzas habían acelerado la ruina de los arbolados de su tierra.
De la referida acusación, el identificado como celoso ministro  se defiende, atacando al Hijo de la Sierra y llegando a la burla, al compararlo con personajes populares, al escribir: “No pudiera decirse mas por Cortadillo y Rinconete para encubrir sus rapacidades. Atribuir el observador Serrano la destrucción y ruina del arbolado a una ley que le ponía trabas para impedirla  y obstruye sus ambiciones desmedidas es la insidia mas clara en la que pudo haber incurrido...”.
Continua el articulista exponiendo: “No faltó hijo de Sierra de Segura que previniéndose de su condición de liberal, quiso hacer suyo lo que por sus títulos de propiedad no le correspondía y oponiéndose el juzgado de la marina de Orcera a mirar las ambiciones que ocasionaban la ruina de los pueblos y de los ganaderos, hubo de consultar y resolverse por S. M. la real orden del 18 de marzo de 1816”.
La real orden distinguía entre la propiedad particular legitima reconocida de los montes arbolados y  la de los supuestos poseedores de dichos montes, a los que se les suspendía toda clase de aprovechamientos, hasta que fuese comprobada su legítima pertenencia. Y claro está, esa comprobación se sometía a una administración corrupta, la integrada por los ministros y comandantes militares o subdelegados.
Continua el articulista refiriéndose a dicha real orden, exponiendo: “Aunque se publicó y circuló esta real Orden no pudo conseguirse que el que se jactará de principal poseedor de los montes en dicha sierra, presentase los títulos que determinasen el número de fanegas pobladas de árboles que eran de su pertenencia, porque aspiraba al disfrute de inmensos terrenos extraños”.
La acusación anterior cae por su base, pues entonces como ahora, a los Escribanos/Notarios les competía el otorgar los títulos de propiedad, por lo que resulta absurdo, que un doble Escribano, de Rentas y de la Marina, y además Notario del Reino, careciese de títulos que acreditasen la propiedad de sus montes poblados de árboles.
Pero El defensor del arbolado no sólo acusa a D. Pedro de apropiarse de montes públicos arbolados, también de graves delitos al escribir: “Como talaba y destruía, e incendiaba maliciosamente los montes, suponiéndose propietario, fue denunciado hasta 15 veces e indultado por S. M. ; pero jamás se le pudo acarrear que presentase sus legítimos títulos porque los pocos que posee se hallan enmendados. Con astucia y travesura propia del diablo, supo burlar por muchas veces lo llamamientos del juzgado de montes y al fin ha podido lograr sorprender la justificación de otros superiores del ramo en la actualidad...”
Los graves delitos expuestos en el párrafo anterior, como destructor de los arbolados e incendiario, sólo pueden explicarse por la envidia que provocaba El observador Serrano entre algunos de sus paisanos con menos propiedades de montes que él. Envidia que se extendería a los ministros, comandantes militares o subdelegados, firmantes de las 15 denuncias que se le impusieron, a las que recurrió con argumentos tan firmes, que quedaron indultadas.
Que en el artículo que se glosa, se compararse a D. Pedro con el diablo, puede deberse, a que El defensor del arbolado estuviera enterado del sobrenombre vejatorio con el que era conocido por sus enemigos. Uno de ellos, después de morir nuestro personaje, como veremos más adelante, deja escrito: “...... y finalmente a que por el de Osado y atrevido que gozaba se le conociera por el sobrenombre de El Diablo...”.
Como en el articulo que origina la polémica, publicado el 30 de junio y 1 de julio de 1834, se ensalzaban las Ordenanzas de Montes de 1833, y en ellas había puesto sus esperanzas El observador serrano, para que cesaran los agravios y atropellamientos; y fueran nuevos los agentes que ejecutaran tan sabia ley, como se decía al principio de este capítulo. Su contrincante, El defensor del arbolado, insiste al final de su artículo en exponer las lagunas que sobre propiedad deja la nueva ordenanza y escasos los preceptos de la misma dedicados a la conservación y fomento del arbolado.
Con respecto a la propiedad se trascribe lo siguiente: “....en la nueva ordenanza de montes, de 22 de diciembre de 1833, y a su pesar elogia el observador Serrano, porque sabe que sus títulos de propietario de montes jamás saldrán a la luz, asegurado que si supo burlar con su listeza y sagacidad las providencias del juzgado conservador de la Marina, mucho mejor lo hará ante las justicias locales que le tienen por su genio amenazador y por sus particulares circunstancias que le dan renombre”.
Nuevamente el polemista y Ministro de la Marina en excedencia, recurre a la descalificación de su contrincante, al atribuirle un genio amenazador, y que por su renombre podía burlar las justicias locales con sus títulos de propiedad, que no presentó o no debió reconocer, el extinto juzgado de montes de Orcera.
Termina el artículo que seguimos, exponiendo un abierta crítica a las Ordenanzas de Montes de 1833 “....porque son muy pocos los preceptos que terminan  en la conservación y fomento del arbolado...”. A lo que se añade “....que ha dejado en absoluto olvido el proveer a la marina de las maderas en el arsenal de la Carraca para donde es fácil la conducción por el río Guadalquivir y para el apostadero de Cartagena por el Segura”.
Por último critica, “Que igualmente no se reserve arbolado alguno para el servicio público y del estado, que no cierra la puerta para conducciones fraudulentas de maderas....Y en fin por otras muchas razones que el estrecho círculo de este escrito no permite enumerar....”. Acaba su artículo El defensor del arbolado, como cualquier afrancesado de su época, poniendo el ejemplo de la nación vecina, Francia, donde el Ministerio de Hacienda había puesto trabas muy estrechas a los propietarios de montes, con el objeto de que reservasen los árboles “útiles para el uso de los reales arsenales, marcándolos y pagando su importe”.
Las trascripciones anteriores no rebaten  las exposiciones y denuncias concretas, que hace en el articulo que origina la polémica El observador serrano, sobre el juzgado de la Marina de Orcera, sus dependientes y empleados. Y como, El defensor del arbolado, lógicamente, al haber sido Ministro, quiere salirse por la tangente. En el artículo que cierra la polémica se argumenta con escritos, precisamente de significados marinos,  la arbitrariedad en el comportamiento del referido juzgado y sus dependientes.
Entre los escritos referidos se encuentra la copia num.5[5], respuesta fiscal en la cual se evidencia «que de seguir la comisión de marina y montes en Orcera según estaban en 1818, la agricultura, la ganadería, montes y plantíos, y cuanto constituye la riqueza de un país, vendrá presto a su total ruina, causando la aniquilación y miseria de aquellos naturales».
Continua trascribiendo unos apuntes que dirigió un experimentado dependiente de la marina al Departamento de Cádiz. Los apuntes decían: «Es preciso por lo tanto e indispensable confesar, que los reglamentos particulares, órdenes e instrucciones que han regido desde 1748 para el gobierno y administración de los montes de la provincia de Segura de la Sierra.......han sido causa para destruir y aniquilar los arbolados mas preciosos y proporcionar la ruina a los habitantes de la sierra.......a venido a servir únicamente para el pábulo y socaliñas de la tropa de mandarines de que se compone el juzgado de conservaduría y sus dependencias».
Y sigue trascribiendo escritos de dependientes de la marina. “Dijo otro: «Por lo mal que ha probado en esta provincia las ordenanzas de montes que ha regido hasta el decreto de las Cortes, de 21 de enero de 1812, y lo mucho que han destruido e irritado aquellos naturales los procederes de varios dependientes de este ramo, no menos que la del tribunal en las ocasiones que había ministros, auditores y escribanos poco considerados y de mala intención, han resultado quemas muy considerables de preciosos arbolados....por una mal entendida venganza. También los mismo dependientes han puesto fuego a mano por fines depravados».
El anterior escrito continua: «Corten en buena hora lo que les acomode para sus casas y poblaciones y demás inversiones provechosas, sin que tengan sujeción a restricciones que sufrían antes.....Se pueden citar muchísimos ejemplos de cortas mal hechas cuyas maderas puestas en Sevilla aun antes del año de cortadas ha llegado podrida quedándose ahogada en el camino; otras que no se han sacado del monte donde se cortaron gastándose infinito..., por los vicios apuntados o por ignorancias vencibles o invencibles, todo lo cual se ha ignorado por las superioridades por haber llegado tan disfrazadas las noticias de esta clase de acaecido, como puestas y dadas por los mismos que han sido causa de tan males resultados».
Lo que se refrenda diciendo: “Me parece que estas dos autoridades (los autores de los escritos en parte trascritos), me liberan de la censura tan criminal que me pone en su conciencia el defensor del arbolado, porque la confesión de parte releva la prueba...”.
El artículo termina: “....solo puedo decir, que del juzgado de montes, es tal la opinión y tales las obras que me sobran dedos de las manos para enumerar sus amigos, y faltan arenas en los ríos de estas sierras para contar sus enemigos...”.
Acabamos este capítulo haciendo una observación, la siguiente: el ECO DEL COMERCIO tarda sólo 20 días en publicar el articulo de El defensor de arbolado, contestando el que origina la polémica, artículo donde se hace una crítica, que llega a la descalificación personal de su firmante, El observador serrano. Éste firma su segundo artículo, que cierra la polémica, el 28 de septiembre de 1834, casi cuatro meses después del primero, pero no se publica por el periódico referido, hasta seis meses después, el 4 de abril de 1835, han pasado un total de 9 meses desde la publicación del artículo segundo, de replica al primero.
Dicha tardanza puede tener la explicación de no haber tenido espacio antes el periódico y la más probable, que los argumentos que se exponen en el artículo que cierra la polémica; deja, como se dice vulgarmente, a bajar de un burro a su contrincante. Por lo que posiblemente el ECO DEL COMERCIO retrasa la publicación, para que sus lectores no se acordaran del artículo firmado por El defensor del arbolado, o en consideración a la persona con dicho seudónimo y al puesto que se supone ocupó, Ministro de la Marina, con residencia en Orcera.[6]



- VII –

El observador serrano, autor del artículo publicado en el ECO DEL COMERCIO, el 15 de enero de 1835, titulado: Cálculo de lo que puede producir el ramo de montes en España.
Como se dice al principio del capítulo anterior, el articulo que cierra la polémica periodística entre El observador serrano y El defensor del arbolado, lo firma el primero el 28 de septiembre de 1834 y se publica al año siguiente, el 4 de abril de 1835. Antes, el 15 de enero del mismo año, 1835, y en el mismo periódico de la referida polémica, se publica el artículo que recoge el título anterior, firmado con el mismo seudónimo.
Este articulo se recoge integro en el libro Memorias sobre El Partido Judicial de Segura de la Sierra, publicado en 1842 y del que es autor, como reiteradamente se ha dicho, el hijo menor de D. Pedro, Juan de la Cruz. Tres años más tarde, el 9 de julio de 1845, se publica en EL CLAMOR PÚBLICO, junto con otros escritos de D. Pedro, el texto del Cálculo de lo que puede producir el ramo de montes en España, que se inicia como se trascribe seguidamente:
“Señores Redactores del Eco del Comercio = Ahora que se trata de saber lo que producen todos los ramos del Estado que se han tenido en absoluto abandono, y de los cuales aun no se sabe cuales y cuantos serán sus productos, me ha parecido que con mis rústicos y mal aliñadas observaciones podría dirigirme a ustedes por si las juzgan de oportuna publicación les concedan un día de entrada en algunas de las columnas de su apreciable periódico. Ellas se encaminan a tratar de todas las producciones de los montes de España”.
De lo primero que trata el artículo que glosamos es del consumo de leñas, carbón y maderas en la península; y claro está, de le energía de entonces, en este caso calorífica, como era la proporcionada por el combustible. Que se consume lo mismo “en la casa del mas infeliz jornalero y artesano que en el palacio mas opulento”. A lo que se añadía el gasto de carbón en “la fragua de un pobre herrero de aldea lo mismo que en la de un maestro con seis u ocho fraguas y diez o doce oficiales, en las grandes fundiciones de minas, ferrerías y armamentos de todas clases”.
Las carboneras se hacían, según el articulo que comentamos, con leñas de encina, roble, aliso, alcornoque y pino. También de cepas de lentisco o charneca, jara, brezo y coscoja. En hornos o pegueras de leñas resinosas de pino y cepas de enebros se sacaba miera, pez, alquitrán y brea, “tan necesarios estos artículos para la carena de buques y para curar la roña y otros males que acometen a los ganados”.
Continua con el consumo de maderas con la corta de árboles “...y los escuadran o reducen a madera de todas las dimensiones para obras públicas, y de particulares: se proveen de maderas de construcción, donde se carenan y recorren desde la lancha mas pequeña hasta los buques de mayor porte para la marina Real y mercante...”.
Cita por último, el consumo asombroso de maderas de todas clases que hacen los artesanos dedicados a la carpintería y al ramo de ebanistería. Señalando los árboles y arbustos de maderas finas, tales como el acebo, el plátano, el durillo, el espejón, el fresno, el tilo, el tejo, el lentisco albar, el acebuche, la sabina, la aya, el enebro, el box, y el aliso, “de cuyas maderas pueden sacarse piezas tan hermosas como si fuesen de América, cuya adquisición nos es tan costosa”.
Entra seguidamente el articulista y observador Serrano, a evaluar el consumo de leñas, carbón y maderas, “para deducir la importancia de este tesoro tan desconocido en España, porque los encargados de su beneficio, sólo lo han practicado muy parcial y oscuramente, y sin que se hayan dado a conocer por la cuenta y razón de sus anuales productos”.
Para estimar dichos anuales productos o lo que podía denominarse renta anual del ramo de Montes, hace el supuesto: “que son 18.000 los pueblos que se contienen hoy en día en España, y de ellos hay tres clases de consumidores de leñas, combustibles y toda clase de maderas”. Dichas tres clases de poblaciones la describe por las características siguientes:
1ª Clase: 3.000 poblaciones.- La integran las capitales de provincias, puertos de mar y ciudades de gran población y considerable riqueza, y de muchas fábricas donde el consumo de combustibles y maderas lo clasifica como exorbitante.
2ª Clase: 6.000 poblaciones.- La forman las ciudades y villas del interior significadas por su riqueza agrícola, industrial y mercantil, con un consumo extraordinario de toda clase de combustibles, así como maderas para obras y manufacturas.
3ª Clase: 9.000 pueblos restantes.- “... y por reducido que sea el vecindario siempre hay obras y reparos que hacer en los edificios, hay carpinteros, herreros, carreteros y leñadores, otros que por inmediatos a grandes poblaciones hacen cal, yeso, teja y ladrillo, y estos hornos absorben mucha leña...”.
A los consumos anteriores une en todas las poblaciones, la necesaria leña para los hornos de pan, “sea de la especie que se quiera: que cuando menos será atocha, hojas y tomillos, que en algunos países equivalen a romeros y leña de calda”.
A continuación se refiere al cálculo del consumo, previniendo: “Me parece que no han de decirme es exagerar el cálculo que tengo hecho sobre los valores de los consumos ya dichos en las tres clases de pueblos consumidores, porque es bien reducido”. Estima dichos consumos en los valores siguientes:
-         15.000 reales: “gradúo que llega el valor de consumos en los pueblos de la primera clase.
-         5.500 reales en los de la segunda clase
-         1.100 reales en cada año a los de la tercera clase.
Con los anteriores valores de consumos, tomados como medios de cada población y el número de éstas para cada clase, se ha confeccionado el cuadro siguiente:

VALOR ESTIMADO DE CONSUMOS DE COMBUSTIBLES Y MADERAS EN ESPAÑA A MEDIADOS DEL SIGLO XIX.
Según evaluación del Ilustrado D. Pero Fernando Martínez

Clase de
Poblaciones
Número de
Poblaciones
Valor consumo
medio en reales
Importe consumo por
Poblaciones en reales
1ª Clase
3.000
15.000
45.000.000
2ª Clase
6.000
5.500
33.000.000
3ª Clase
9.000
1.100
9.900.000
TOTALES                  18.000                                                               87.900.000               

Las cifras del importe del consumo de combustibles y leñas, que recoge el cuadro anterior, su autor las fija como mínimas, al hacer el comentario siguiente: “... y si se quiere que se analice un poco más el cálculo se convencerá ser el doble la suma que importan estos consumos”. Fueran 88 o 176 millones de reales el valor de los consumos de combustibles (leña y carbón) y maderas, lo importante para el calculador era, resaltar la importancia de este tesoro tan desconocido en España, como era la producción del ramo de Montes[7].
De esa producción distinguía, la que correspondía a los Montes Públicos, los del Estado y de Propios de los pueblos, que cifraba en unos 66 millones (75% S/88), y el 25% restante, 22 millones, de los montes particulares. De una y otra cifra distinguía el valor neto, que cifraba en 22 y 8 millones como renta líquidas de los montes Públicos y de particulares respectivamente. Y los 58 millones restantes hasta los 88, en los que calculaba lo que costaba la mano de obra o componente salarial “... de todas las personas que trabajan en las faenas: hacheros, leñadores, jornaleros, carboneros, pegueros,...carreteros y arrieros que portean de un punto a otro toda clase de maderas,..., marineros de río o pineros, que conducen las maderas ya sueltas o en balsas por varios ríos caudalosos...”.
No debían ganar mucho los trabajadores mencionados mas arriba, ni tampoco debía ser alto el precio de los productos que elaboraban, cuando D. Pedro escribía: “No, señores, porque se han mirado con tan poco interés los montes y todos sus productos en España, que es ínfimo el precio al que se venden los arbolados y sus productos silvestres: y a este bajo precio contribuyen en gran manera los guardas, visitadores, delineadores y demás empleados que debieran interesarse en su mayor estimación...”.
La solución para el articulista estaba clara, para subir el ínfimo precio con el que se vendían los arbolados y sus productos silvestres, una medida podría ser: “... subir un 10 por 100 a la madera que viene del extranjero, y no poner trabas al tráfico de las nuestras: se evitaría la saca de numerario por un artículo que poseemos de superior calidad, y se daría un 20 por 100 de más valor a nuestra producción...”. Con esta medida calculaba que el ingreso anual, valor neto para el Estado, pasara de 22 a 30 millones de reales.
Aparte de los combustibles y maderas, el articulista no olvida otros productos silvestres y escribe: “La bellota, el piñón y los pastos son objetos muy importantes, no sólo por lo que ellos producen para el Estado, los pueblos y los particulares, si también por la provisión que se tiene del tocino y carne, y los usos económicos a que se destinan los piñones con cuya recogida saca el sustento no pocas familias...”. La componente salarial era lo más importante para el observador Serrano y en el caso de recogida de piñas de pino piñonero, le preocupaba y así lo hace costar, “... el riesgo inminente de peder la vida o inutilizarse...”, si se caían de los pinos las criaturas al derribar las piñas.
En aquellos tempos, se distinguía en la producción de bellota, las dehesas para la montanera de otras en las que “...no se guardaba este fruto para beneficiarlo, sino en llegando los días de San Miguel y San Lucas se desveda la bellota de roble, y la de encina, y acuden los vecinos a llevársela para sus cerdos, y otros para venderla, y utilizar su importe...”. Seguidamente calcula dichos fondos perdidos, estimando sin exageración en 500.000 cerdos los que se engordaban un año con otro, en los montes del Estado y de los pueblos que producen bellota y estimando un valor de 12 reales las consumidas por cada cerdo, “... sacamos que este ramo dará 6 millones de reales cada año”.
El último aprovechamiento de los montes españoles que se valora, es el ramo de pastos, “...también desconocido por las conservadurías de montes y marina”. El articulista distingue las modalidades siguientes:
1ª) Provincias en las que los ganaderos utilizan los pastos como baldíos, sin pagar un maravedí.
2ª) Provincias que “...los arbitran y acotan para las urgencias de los pueblos”.
3ª) Provincias que “...escogen para cerrar tal o cual dehesa, con cuyo producto se dotan a los alcaldes mayores, y no fueron pocos los pueblos que echaron mano de este ramo para los gastos que han tenido con el sostén y equipos de los realistas”.Se refiere a la guerra entre realistas o isabelinos y carlistas.
No sólo se pagaban con lo recaudado del ramo de pastos el sostén de los ejércitos, también en dicha recaudación existían los aprovechados, de los que el articulista escribe: “Añagazas de diestros ganaderos, caciques de los pueblos, y manejos ocultos de los que dirigen los negocios municipales, han hecho que este apreciable y muy importante ramo sea estéril para el Estado, en cuyos fondos no han entrado tales productos”.
Para resolver la esterilidad del apreciable y muy importante ramo, se tenía que valorar, lo que hace el observador Serrano, evaluando primero: “...una extensión de 30 millones de fanegas de tierra; por las cuales en anchurosos careos se apacientan y comen todas las especies de ganados conocidos en España. Lanar, vacuno, yeguar, mular y asnal, de cerda y cabrío”.
De esos 30 millones de fanegas se deducen, primero, 6 millones de fanegas que ocupaban las veredas, cañadas de descanso, aguaderos, ejidos, etc., sin hierba; y segundo, 8 millones de fanegas por terrenos de eriales y terrenos montuosos de particulares. Quedaban por tanto 16 millones de fanegas “...de tierra donde se cría yerbas y pastos para mantener los grandes hatos, manadas y piaras de cuantas especies de ganados sirven a la agricultura, a la comodidad y sustento de los españoles,...al surtimiento de caballos y mulas para el ejercito, y el regalo de los ricos y grandes potentados”.
El calculador estima “...a razón de 3 reales por valor de los pastos y yerbas que produzca cada fanega de tierra erial y poblada de montes que se hallan en todo el reino...”. Estamos seguros, que la renta anual de pastos, de 3 reales por fanega, seria la real, que pagaban los ganaderos de su tierra y de fuera de ella, y teniendo en cuenta los 16 millones de fanegas de aprovechamiento de pastos; el observador Serrano calcula, “...el producto de este ramo será de 48 millones; y considerados de por mitad al Estado y a los propios de los pueblos, será un ingreso de consideración y sin desfalco”.
Al final del artículo, D. Pedro alude a su amigo de Madrid, D. Antonio Sandalio de Arias, al escribir: “...el proporcionar maderas finas de nuestro suelo para obras de gusto y ornato, y no se crea hablo a bulto, porque en esa corte anda impresa una memoria por un celoso profesor en la que hace mención de todas las maderas finas que tenemos en España...”.
La publicación en el Eco de Comercio termina: “Si ustedes son de opinión que estos anuncios y cálculos muy aproximados a la realidad, sean públicos, podrán hacerlo como gusten y se sabrá lo que fue, ha sido y puede ser el ramo de montes en España. A este singular favor les vivirá agradecido su atento S.S.Q.B.S.M. = El Observador Serrano = Pedro Fernando Martínez”.






[1]Los caballeros de Sierra en unas ordenanzas del siglo XVI”, Emilio de la Cruz Aguilar, Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, ISSN 0210-1076, Nº 59, 1980, pags. 123-138.
[2] No conocemos si los resultados de las visitas a los Montes de Segura se encuentran en el Archivo de la Marina del Viso del Marqués. Los autores que recogen dichos resultados en sus publicaciones, no hacen referencia del Escribano de la Marina ni a los libros de su hijo, por esto no es extraño que nuestro personaje haya permanecido en olvido durante tantos años, incluso para sus paisanos.
[3]  A principio de la década de los años cuarenta del siglo pasado, la RENFE sacó traviesas de roble por medio de un lanzadero hidráulico haciendo presas en el río Casaio (Ourense) y provocando riadas que arrastraron las maderas hasta el río Sil, en las proximidades de Sobradelo de Valdeorras.
[4] De lo importantes escritos de D. Pedro en la década de los años treinta, publicados en los periódicos de la época, EL ECO DEL COMERCIO y EL CLAMOR PÚBLICO, se tratará en los siguientes capítulos.
[5] De lo que se deduce, que D. Pedro une al artículo que cierra la polémica, documentación demostrativa de lo que exponía en contra de lo que se recogía en el artículo de El defensor del arbolado.
[6] En el ANEXO  se trascriben íntegros los tres artículos de la polémica, copiados de los originales del ECO DEL COMERCIO digitalizado de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional.
[7] A los títulos y calificativos de D. Pedro que encabezan los capítulos anteriores, se podría añadir uno más el del Primer especialista en Economía Forestal de la Sierra de Segura



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