LA SIERRA DE SEGURA. UN ENCLAVE DEL ARTE RUPESTRE
PREHISTÓRICO.
1. Introducción
Cuando en 1998 la UNESCO procedió a declarar como Patrimonio de la
Humanidad al Arte Rupestre del Arco Mediterráneo Español, en el que estaba
incluido el núcleo de la Sierra de Segura, los que, desde hace bastante tiempo,
conocíamos la belleza y riqueza patrimonial de esta sierra nos sentimos
satisfechos, pero no asombrados, pues sabíamos que en pocas zonas como en ésta
se daban las condiciones requeridas para dicha declaración. La exclusividad
territorial de su arte rupestre, su excepcionalidad histórica, su riqueza
medioambiental y su vulnerabilidad y fragilidad, proporcionaron a este enclave
las cualidades que desde entonces lo han convertido en un punto de obligada
referencia para todos los investigadores del arte rupestre postpaleolítico
peninsular.
Este núcleo está localizado en el
extremo oriental de la provincia de Jaén, en la sierra del mismo nombre y en
torno a las elevaciones que conforman el curso alto del río Segura,
especialmente, en los valles del Zumeta y Río Frío y en las inmediaciones de la
principal vía de comunicación natural existente entre dicha zona y la de Nerpio
(Albacete). Se trata de un área geográfica de altitud media alta, con unas
condiciones naturales más aptas para la práctica de la caza y del pastoreo que
para la agricultura y con una disposición del relieve, abierta hacia la cuenca
mediterránea, que ha sido determinante en cuanto a su inclusión dentro del
ámbito de difusión del estilo levantino, que está aquí representado por
conjuntos, como los de las cuevas del Engarbo I y II, cuyos motivos están
catalogados dentro de las fases más clásicas del mismo. Esta circunstancia,
unida a las especiales características de sus pinturas esquemáticas, en las que
aparecen conjuntos de cronología neolítica y calcolítica, entre los que
destacan los de la Tinada del Ciervo y el Collado del Guijarral, proporcionan a
este núcleo una personalidad distintiva.
A las peculiaridades anteriores hay que añadir el hecho de encontrarse
ubicado en una zona que alberga varios yacimientos arqueológicos excavados
sistemáticamente (Cueva del Nacimiento, Abrigo del Molino del Vadico y
Valdecuevas), cuyo contenido aporta importantes datos en orden a la aclaración
de los problemas cronológicos y culturales del arte postpaleolítico en la Alta
Andalucía. Al mismo tiempo, la localización de los abrigos con pinturas es muy
susceptible para la realización de un análisis de distribución espacial de los
asentamientos.
Actualmente, se está concluyendo el
proceso de inventario y catalogación de todo el arte rupestre de esta zona en
el marco de un proyecto, aprobado y subvencionado en el año 2000 por el
Instituto de Estudios Giennenses, que se extiende a todas las sierras de la
provincia de Jaén.
2. Investigaciones
El conocimiento de los primeros conjuntos de este núcleo fue producto
de hallazgos fortuitos o de prospecciones aisladas que se remontan a mediados
del siglo pasado, concretamente a 1952, momento en el que se produce el
descubrimiento de las pinturas del Collado del Guijarral (Sánchez Jiménez,
1956), que fue seguido, varias décadas después, por los de las cuevas de la
Diosa Madre (González Navarrete, 1971) y del Gitano (Pérez Burgos, 1988).
Sobre la reducida base de los conjuntos referidos, nuestro equipo de
investigación comenzó sus trabajos en 1986 revisando el primero de ellos y
descubriendo un abrigo con pinturas esquemáticas en las inmediaciones de Río
Frío (Soria y López Payer, 1989 pp. 86-92 y 1990). No obstante, será a partir
de 1990, inicialmente en el marco de un proyecto aprobado por la Dirección
General de Bienes Culturales de la Junta de Andalucía, cuando se intensifiquen
nuestras actuaciones, sobre todo a raíz del hallazgo del abrigo de la Cañada de
la Cruz, en el que aparecieron las primeras figuras humanas plenamente
levantinas localizadas en la provincia de Jaén (López Payer y Soria, 1993).
Este descubrimiento dio un gran impulso a los trabajos de prospección, que
efectuamos al principio con una periodicidad anual y con unos resultados
excelentes. De este modo, entre los años 1996 y 2000, hallamos diversos
conjuntos de pinturas levantinas en los abrigos del Engarbo I y II y de Río
Frío I (Soria y López Payer 1999 a y b) y
varios más con pinturas esquemáticas en torno al Río Frío (abrigos
III-VI) y en el lugar que bautizamos como Tinada del Ciervo (abrigos I-III),
estos últimos con un proyecto de investigación aprobado por la Dirección
General de Patrimonio y Museos de la Junta de Comunidades de Castilla-La
Mancha. Del contenido de todos ellos fuimos dando cuenta en sucesivas
publicaciones y artículos (Soria y López Payer 1999 c y 2000; Soria, López
Payer y Zorrilla, 2001, pp. 16-22 y 2003, pp. 367-373).
A los conjuntos reseñados se
añadieron posteriormente cinco más, de menor entidad que los anteriores,
estudiados por M. A. Mateo y por A. Carreño, cuatro de ellos ubicados en la
margen derecha del Zumeta, concretamente en las zonas de Tenada de los
Atochares, Tinada del Ciervo IV, Huerta Andara y Barranco de los Buitres, y
otro más en la zona de Río Frío (Mateo y Carreño, 2000 y 2001; Mateo, 2003, pp.
50-96).
Finalmente, hay otra pequeña serie de pinturas, halladas por nuestro
equipo de trabajo entre los años 2000 y 2007 en la zona de Río Frío y de Las
Nogueras y en elo Nacimiento de Río Frío, de las que, recientemente, hemos
realizado un primer avance a su estudio, estando próxima su publicación.
Hay que indicar también que, en los últimos años, hemos procedido a una
nueva revisión de todos los conjuntos, detectando la presencia de nuevos
detalles y figuras que ofrecen una visión más completa de los mismos.
El resultado de todas estas campañas ha supuesto que hayamos pasado de
tres yacimientos conocidos a un total de quince, con 35 abrigos pintados,
configurándose así un interesantísimo núcleo con pinturas levantinas y
esquemáticas que, junto con el de la sierra de Quesada, viene a llenar un
espacio geográfico situado a caballo entre las cuencas mediterránea y
atlántica, cuyas pinturas muestras las características propias de los ámbitos
de procedencia.
Fig. 1: Mapa del núcleo de la Sierra de Segura con la localización de
los principales conjuntos.
3. El estilo levantino
El arte levantino debe su
denominación al hecho de ser un estilo cuya área de difusión está localizada en
la mitad oriental de la Península, extendiéndose desde el Prepirineo Oscense
hasta el Norte de Almería y coincidiendo en gran medida con la vertiente
mediterránea, concretamente con las serranías que forman las cuencas fluviales
de los ríos Segura, Júcar, Turia y parte de la del Ebro.
En líneas generales, se caracteriza
por ubicarse en covachas y abrigos de escasa profundidad, a veces incluso al
aire libre, en cuyas paredes se han plasmado figuras estilizadas y naturalistas
de hombres y animales de fauna templada, formando composiciones y escenas de
caza, lucha, danza, recolección, etc., muchas veces llenas de movimiento,
configurando una página viva y única de las últimas sociedades de cazadores y
recolectores de nuestra Prehistoria.
En Andalucía este estilo se
desarrolló exclusivamente por las provincias más orientales. En el caso de la
provincia de Jaén llegó a rebasar la vertiente del Segura expansionándose por
algunos núcleos del Alto Guadalquivir, tanto de Sierra Morena, como del
Subbético (sierra de Quesada).
3.1. Los recursos técnicos y estilísticos
En lo que respecta a la técnica de ejecución, los autores del arte
levantino representaron los diversos motivos, normalmente, mediante imágenes
planas en las que contrastaba la ausencia de detalles interiores con la
abundancia y minuciosidad de aquellos que se situaban en el contorno de las
figuras. El objetivo era conseguir una impresión visual e inequívoca de lo
representado. Para ello emplearon, generalmente, pinceles confeccionados con
plumas de ave, los cuales les proporcionaban el espesor de trazado necesario
para obtener el fin indicado. El color más utilizado era el rojo en diversas
tonalidades, seguido a larga distancia del negro. El tamaño de las figuras
oscila entre los 50 y los 3 cm. de longitud.
Las figuras de animales se realizaron trazando previamente la silueta,
que era completada con el añadido de detalles externos y con el relleno del
interior, unas veces con tinta plana homogénea, o bien mediante un listado de
trazos más o menos paralelos, continuos o discontinuos. No obstante, muchas
figuras se consideraron terminadas con un silueteado simple, sin relleno
interior, o representando solamente la cabeza y el cuello. El conjunto II de
las Cuevas del Engarbo II puede ser un compendio representativo de la variedad
de técnicas reseñadas.
En cuanto a las figuras humanas, debieron ejecutarse siguiendo procesos
diferentes, generalmente trazando previamente el tronco y añadiendo
posteriormente los demás detalles (extremidades, cabeza, falo, armamento,
etc.). A veces se realizaron el tronco y las extremidades inferiores siguiendo
un esquema en forma de Y invertida en el que se iban insertando el resto de las
partes del cuerpo (Engarbo I). La aplicación de trazos paralelos yuxtapuestos
era el medio para conseguir la apariencia de mayores masas corpóreas o
musculares, que dotaban a las figuras de un aspecto más realista. En el caso de
la falda de la figura femenina de La Cañada de la Cruz debió emplearse una
técnica similar a la usada para las figuras zoomorfas.
Además de los procesos indicados, se emplearon otros recursos que
trataban de ofrecer, con la mayor economía posible, una visión más completa de
la figura. Nos referimos concretamente al mecanismo comúnmente denominado
“perspectiva torcida” o “semitorcida”, consistente en representar los zoomorfos
con el tronco, la cabeza y las extremidades de perfil, mientras que las pezuñas
y la cuerna se representaban de frente o giradas aproximadamente 45°. Las
figuras humanas, en cambio, solían realizarse con el tronco de frente, mientras
que las extremidades y la cabeza se ejecutaban indistintamente de frente, de
perfil, o ligeramente giradas.
Preocupación especial mereció la representación del movimiento,
característica que se conseguía mediante dos recursos diferentes, que podían
emplearse al mismo tiempo o de forma independiente. Se trataba, por un lado, de
la propia disposición de las extremidades de la figura, que suelen aparecer muy
abiertas o simplemente flexionadas, indicando movimiento en carrera, y, por
otro, ejecutando la figura en posición oblicua o suavemente inclinada, ya sea
con las extremidades rígidas y paralelas, o mezclando este recurso con el
anterior.
Fig. 2: Grupo con la escena de captura de una cabra montés y varios
arqueros del conjunto II de las Cuevas del Engarbo.
3.2. Los motivos y su morfología.
La temática levantina estuvo
protagonizada básicamente por dos tipos de figuras: la figura animal y la
figura humana, ya sea masculina o femenina.
En cuanto a los animales, en los
conjuntos de este núcleo aparecen representados diversos ejemplares de cabras
monteses, ciervos, toros y otros animales de difícil identificación; todos
ellos realizados con las técnicas indicadas y, generalmente, con un nivel de
naturalismo superior al de las figuras humanas, normalmente más estilizadas. El
grado de naturalismo queda evidenciado por el realismo de su anatomía corporal
y por la aparición de los atributos concernientes a las orejas, rabo, cuerna y
pezuñas. Todos estos detalles se ejecutaron de forma convencional, siguiendo
determinadas tradiciones, cuyo análisis puede contribuir a desvelar la
procedencia y las direcciones en las que este estilo se difundió. En el caso de
los conjuntos de la Sierra de Segura, dicho convencionalismos vinculan a este
núcleo directamente con el de Nerpio, donde debemos situar el origen de estas
manifestaciones.
Participando del sentido narrativo de este estilo, la figura animal se
representó adoptando actitudes muy diversas, apareciendo en reposo, a la
carrera, aislada, formando parte de pequeñas manadas, herida y, en ocasiones,
abatida.
En cuanto a la figura humana masculina, se representó con convencionalismos
formales muy dispares, cuantificándose casi tantos tipos morfológicos como
agrupaciones humanas aparecen en los paneles. De este modo, junto a formas
naturalistas como las que observamos en las escenas de danza o de captura del
Engarbo I, aparecen motivos muy simplificados y de trazado filiforme, abundando
también las figuras en la que se mezclan rasgos naturalistas, generalmente
situados en torno al tronco y a la cabeza, con otros rasgos más esquemáticos,
que suelen situarse en las extremidades inferiores (Cañada de la Cruz).
Normalmente, la figura humana masculina aparece con indicación del falo y/o del
arco como elementos identificativos de su sexo y de su función social dentro
del grupo, es decir, como cazador y como procreador. Junto a estos elementos se
representaron otros como el tocado, algunos indicadores de su vestimenta o
adornos y las flechas que usaba. La
actitud de estas figuras suele ser la de caminar, con o sin arco, sólo o en
grupo, danzando, luchando o en posición de disparo hacia los animales que
cazaba.
Respecto a las figuras femeninas, la más significativa es la que
aparece en La Cañada de la Cruz, que presenta unos rasgos formales cuyas
características –tórax triangular, cintura delgada y falda alargada y
acampanada-, se pueden rastrear de forma independiente en toda el área
levantina, si bien, la indicación de las manos y de los pies con sus dedos, son
convencionalismos prácticamente exclusivos del área meridional de este estilo,
especialmente de la comprendida entre Minateda, Nerpio y Sierra de Segura. En
la figura citada, como en la mayoría de las figuras femeninas, la falda fue el
elemento identificativo de su sexo. En el caso que estamos refiriendo, la
figura femenina aparece aislada y ocupando una posición central dentro del abrigo,
si bien, otra posible figura femenina aparece junto a varios arqueros en el
Engarbo I.
Fig. 3:
Diversas figuras humanas, una de ellas femenina, del conjunto de Cañada de la
Cruz
3.3. Temática
Una de las características propias
de este estilo es, precisamente, su contenido narrativo, circunstancia que le
viene otorgada por la aparición de abundantes escenas y composiciones en las
que normalmente se relacionan las figuras animales con las humanas.
En este aspecto, las escenas que han
quedado reflejadas en los conjuntos de la Sierra de Segura vienen a ser una
muestra representativa de lo que este estilo nos muestra a nivel peninsular.
Por consiguiente, las más frecuentes son las de caza, en las que suelen
aparecer los arqueros dirigiendo el arco en posición de disparo hacia los
animales que pretenden cazar, ya sea avanzando en dirección contraria hacia
ellos, o aguardándoles, cazando toros (Engarbo I), cabras monteses (Engarbo
II), o ciervos (Cañada de la Cruz).
Interesante en este aspecto es la
representación de una escena de captura de una cabra montés viva (Engarbo I),
protagonizada por un antropomorfo que, lanzado a la carrera, sujeta por la
cuerna al animal, del que sólo se conserva la mitad delantera, observándose
claramente que se trata de un ejemplar adulto.
En cuanto a las figuras humanas,
cuando no forman parte de escenas de caza,
suelen aparecer formando parte de escenas de lucha, de las que es
representativa en nuestra zona la que aparece en La Cañada de la Cruz, donde un
individuo sostiene y eleva a otros dos mientras otros yacen en el suelo. En otras ocasiones están presentes en escenas
de danza, como es el caso de la que observamos en el Engarbo I, donde, entre
varios toros, aparecen dos antropomorfos zoomorfizados, uno de ellos con el
cuerpo y las extremidades flexionadas, posiblemente ejecutando una danza de
tipo cinegético. En otras ocasiones, los antropomorfos forman un grupo que
aparece en actitud de caminar y mostrando sus arcos y flechas (Engarbo I).
Es muy posible que, la caza ocupara el puesto de privilegio dentro de
la temática levantina por que, además de ser el medio tradicional de vida, era
la principal fuente de prestigio social, y su práctica en grupo, así como la
transmisión de las hazañas relacionadas con ella, el medio para formar,
mantener y reforzar la conciencia colectiva. Los valores religiosos y la
invocación de la caza estarían dirigidos hacia el mismo fin: el mantenimiento
del grupo desde el punto de vista material y social (Soria y López Payer, 1999,
pp. 61-70).
4. El estilo esquemático
El fenómeno de la pintura rupestre
esquemática, tal y como normalmente lo entendemos, es una manifestación
cultural de época postpaleolítica extendida por la mayor parte del territorio
peninsular, que se realizó en pequeñas covachas, abrigos o paredes rocosas al
aire libre, donde se plasmaron figuras humanas, zoomorfas o motivos simbólicos,
cuyos rasgos formales se redujeron en un grado elevado, llegando en ocasiones a
la plena abstracción y conformando un estilo dotado de una gran variabilidad
morfológica en el que, como rasgo común, prima lo conceptual sobre lo
descriptivo.
4.1. Los recursos técnicos y estilísticos
Ya desde los primeros momentos, especialmente en la segunda década del
siglo XX, se observó la amplia variedad morfológica de un estilo que ha
funcionado desde entonces como un verdadero cajón de sastre en el que han
tenido cabida multitud de figuras y conjuntos con características muy
diferentes, pero en los que existe ese trasfondo, ya indicado, en el que lo
fundamental es el concepto y no la forma.
A pesar de esa dificultad, podemos
definir el estilo esquemático a partir de unos rasgos típicos que han tenido un
fuerte carácter repetitivo en el tiempo y en el espacio. No obstante, a esos
rasgos se pueden añadir otros, que podemos calificar como formalistas en cierto
grado, los cuales se observan en bastantes figuras y que debemos considerar
como una parte del bagaje propio de este estilo.
Las figuras típicamente esquemáticas
-básicamente antropomorfos, zoomorfos, ídolos y símbolos-, se configuraron
generalmente mediante trazos lineales, rectilíneos o arqueados, que les daban
un aspecto geométrico. Dichos trazos se ejecutaban impregnando los dedos o
usando instrumentos a modo de pincel, fabricados con plumas, pieles o ramas
vegetales.
Los antropomorfos se realizaban
normalmente de frente, partiendo de un eje vertical al que se le añadían, según
los casos, las extremidades, la cabeza, el falo, algún tocado y, en algunas
ocasiones un instrumento, ya sea un arco u otro objeto en forma de barra.
Los zoomorfos se ejecutaban
normalmente de perfil, a partir de un trazo horizontal en el que se insertaban
las extremidades y, a veces, el falo, la cuerna o el rabo. La cuerna podía
representarse en perspectiva frontal o semitorcida. La primera opción, en el
caso de los cérvidos, conducía a representar las ramas verticales y las astas
en sentido opuesto. La segunda opción llevaría al representar las astas en el
mismo sentido o, en el caso de los cápridos, mediante una V ligeramente girada.
La multiplicación de extremidades conducía a una figura pectiniforme, que podía
ser un recurso para representar una manada o rebaño.
Los demás motivos siguieron procesos
similares o bien se realizaron con la denominada técnica de la tinta plana,
consistente en el trazado previo de las líneas del contorno y el posterior
relleno del mismo con pintura normalmente uniforme. Esta técnica se observa con
frecuencia en figuras que presentan formas ovales, circulares, triangulares o
mixtas, y en aquellos antropomorfos y zoomorfos que poseen cierto grado de
naturalismo. No obstante, el resultado final, en la mayoría de los casos, es
ese aspecto geometrizante tan característico, que otorga a las figuras una
sensación de rigidez y de falta de movimiento. Esta tónica, que no es
generalizada, unida a la falta de un registro secuencial o narrativo,
posiblemente sustituido por un registro acumulativo en el que lo que prima es
la relación entre las figuras, está también relacionada con el objetivo conceptual
de este estilo. No obstante, en algunas figuras esquemáticas, especialmente en
ciertos zoomorfos, podemos intuir la representación del movimiento mediante la
proyección inclinada de sus extremidades. Otros antropomorfos, como las figuras
en Y o doble Y, llevan implícita la indicación de movimiento.
Fig. 4:
Conjunto de pinturas esquemáticas del abrigo I de la Tinada del Ciervo
4.2. Características de los conjuntos esquemáticos de
este núcleo
En lo que respecta a los conjuntos
esquemáticos de éste núcleo podemos subdividirlos, en razón de su contenido y
distribución territorial, en cinco grupos
diferentes. El primer grupo se encuentra ubicado en el tramo inferior de
la cuenca alta del Segura y está formado por los conjuntos del Collado del
Guijarral, Cueva de la Diosa Madre, Cueva del Gitano y Tenada de los Atochares.
Si exceptuamos este último abrigo, cuyo contenido es muy pobre, el resto
presenta una serie de figuras que evidencian el uso de un lenguaje de signos
plenamente desarrollado y asociado cronológicamente al Calcolítico. Las figuras
de oculados presentes en los conjuntos del Collado del Guijarral y de la Cueva
de la Diosa Madre son los prototipos más asimilables a los ídolos oculados en
hueso hallados en el Sureste y en Levante y a los representados en las
cerámicas simbólicas de Los Millares, de los cuales poseemos fechaciones
absolutas prácticamente coincidentes: 2345 +80 B.C. para los vasos de Los
Millares y entre el 4600 y 4400 B.P. para el oculado en
hueso de Niuet en Alicante. Otro tanto podemos decir de los bitriangulares de
la Cueva del Gitano, muy abundantes igualmente en el Sureste, especialmente en
Almería y, por extensión, de los antropomorfos oculados hallados en la misma
cueva, cuyo aspecto es semejante a las figuras de los dos abrigos anteriores.
En el caso de los bitriangulares, asimilables morfológicamente a los ídolos
cruciformes o ídolos planos, poseen una fechación coincidente con la de los
oculados, no debemos olvidar que también aparecen asociados a las figuras de
ojos-soles representados en las cerámicas simbólicas citadas.
El segundo grupo de conjuntos se encuentra situado en el tramo medio de
la cuenca y en torno a la principal vía de comunicación natural que une la zona
de Nerpio con el valle del Zumeta ( primero de los afluentes del Segura). Lo
forman los conjuntos de los abrigos de la Tinada del Ciervo y de Huerta
Andara. El contenido de estos conjuntos
es muy desigual, pues mientras algunos de ellos solo presentan algún antropomorfo
(Huerta Andara II), o algún zoomorfo (Tinada III y Huerta Andara I), otros
presentan un repertorio que está en cierta consonancia con lo referido en el
grupo anterior y, aunque no están presentes aquí las figuras de oculados o
bitriangulares, sí que aparecen en los abrigos I y II de Tinada del Ciervo
varias representaciones de cuernas de cérvido en perspectiva frontal, ya
sean aisladas o formando parte de
figuras zoomorfas completas, con una morfología que puede corresponderse con un
amplio periodo cronológico que va desde el Neolítico Medio-Final hasta el
Calcolítico, como parece deducirse de los paralelos muebles con figuras
similares que aparecen tanto en cerámicas neolíticas (Cova de l’Or), como en
las ya citadas de los Millares. La última datación absoluta obtenida para el
llamado grupo de pinturas esquemáticas negras subterráneas de la Pileta, donde
también aparecen idénticas representaciones aisladas de cuernas que han sido
fechadas hacia el 3780 +80 BP, podría ser indicativa de la perduración de dicho
motivo hasta los albores del II milenio B.C.
El tercer grupo de conjuntos esta
localizado en el tramo superior de la cuenca, concretamente en la margen
izquierda del Rio Frío (afluente del Zumeta), y en la zona de Las Nogueras.
Estos conjuntos están caracterizados por la pobreza de sus representaciones,
por la casi total ausencia de elementos propios del Calcolítico y por su
ubicación en el entorno próximo de los conjuntos levantinos del Engarbo I y II.
Su contenido se reduce a la presencia de alguna barra y uno o dos antropomorfos
simples con los brazos arqueados o en forma de doble Y.
Un cuarto grupo de conjuntos estaría
constituido por las figuras esquemáticas ubicadas en los mismos conjuntos
levantinos, las cuales se reducen prácticamente a dos ramiformes, varias barras
y otros restos en el abrigo de Cañada de la Cruz. Su situación dentro de este
conjunto es indicativa de su posterioridad respecto de las pinturas levantinas.
Finalmente, el quinto grupo estaría
formado por los conjuntos ubicados en la zona
del Nacimiento del Río Frío, en los que es característica la presencia
de oculados de diversas morfología, que podrían catalogarse dentro de un amplio
abanico cronológico que iría desde el Neolítico Medio-Final al Calcolítico.
Por todo lo expuesto y a juzgar por
los paralelismos indicados, parece más que probable la adscripción de la
mayoría los yacimientos del primer grupo y parte de los del quinto al
Calcolítico. Más dudas ofrece la adscripción del resto de los grupos. En un
principio, el pobre contenido de los conjuntos de Rio Frío nos indujo a pensar
en la posibilidad de que podían ser el exponente de un estilo que se encuentra
en las fases finales de su desarrollo. No obstante, el hecho de que, por un
lado, no se encuentren en ellos elementos residuales del Calcolítico y de que
estén ubicados en la zona contigua a los abrigos con arte levantino, abre la posibilidad de que pudieran pertenecer a una
fase neolítica. Esta circunstancia se ve avalada por el registro arqueológico
de los yacimientos de la Cueva del Nacimiento, Valdecuevas y Abrigo del Molino
del Vadico, en los que aparece un poblamiento continuo desde el Paleolítico al
Calcolítico, mostrando el proceso de aculturación de las poblaciones
epipaleolíticas durante el Neolítico Medio (V milenio a.C.), momento en el que
se adopta la ganadería y la cerámica con el fin de mejorar las condiciones de
vida de los que habitaron estas sierras en los albores de la Prehistoria. Hasta
ese momento es muy posible que el estilo predominante fuera el estilo
levantino. No obstante, la adopción de los nuevos mecanismos de producción
durante el Neolítico llevó aparejada un cambio de mentalidad que se vio
reflejado en las creencias religiosas y en los códigos de representación, los
cuales fueron utilizados como símbolos de apropiación del territorio y como
vehículo de comunicación en los rituales que tenían como finalidad la
preservación de los grupos que ejecutaron las pinturas. El final del ciclo
esquemático debió tener lugar a finales del III milenio o comienzos del II
milenio a.C.
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MIGUEL SORIA LERMA
MANUEL GABRIEL LÓPEZ PAYER
DOMINGO ZORRILLA LUMBRERAS
(Doctores en Prehistoria. Miembros de la Sección de Arte Rupestre del Instituto de Estudios Giennenses)
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