Capitulo 2 de Cultura Popular





Capitulo 2

Paisaje y territorio

Hemos recorrido un área de interés situada en la confluencia de los municipios de Santiago-Pontones y Segura de la Sierra, donde discurre el Río Madera hasta su confluencia con el Segura: más concretamente desde el puente del «Prao la presa» hasta la Cortijada de Arroyo Blanquillo: Cabeza Gorda, La Umbría, Los Fresnos, Venta de Rampias, Hoya Lazar, La Conquista, Los Anchos, «Maja» Oscura, Chanfarrinas, El Chaparral, «Prao» Maguillo, Cañada del Saucar, etc. Es ésta una zona que expresa ejemplarmente las más específicas de las cualidades que se describen de la Sierra de Segura aunque con un clima aún más extremado:inviernos largos, muy fríos con temperaturas de más 10°C bajo cero y veranos cortos y frescos.

Subiendo por el empinado camino a Los Anchos no sin antes tomar precauciones para que no te ocurra percance alguno (dicen los serranos un refrán: ningún santo pequeño hace milagros grandes), llegas a lugares hasta no hace mucho tiempo todos ellos habitados y cultivados como La Fuentecilla, la Casa de Los Juanes, La Conquista, el barranco los «jabalises»,la peguera de «Maja» Oscura, el cortijo del «Prao» de la Raja, la cueva "la Torcía", Los Anchos, «Prao» Maguillo, los «Orianos», el "goterón", la casa forestal de El Bodegón, magnífico enclave hoy, como muchas, abandonada y semiderruida. Situación que es manifiestamente la dominante en muchos otros lugares de la Sierra y de la que no son ajenos los «poderes»: el Estado, Ayuntamientos, Junta rectora, Consejería de Medio Ambiente, Diputación, etc.

En su vegetación encontramos abundante matorral donde no falta el endrino, el maguillo, el saúco, el majoleto, el agracejo, el enebro, las sabinas, los sauces, los rosales silvestres o escaramujos; árboles como el acebo, el avellano, el cerecino, la almoteja y la noguera, el chaparro y la encina, robles y pinos (laricio, roezno o pinastre y carrasco), el chopo y el álamo, el arce y las acacias. Infinidad de ingeniosas plantas que además de placeres visuales y olfativos desprenden remedios para dolencias difíciles de curar: espliego, mejorana, zarzamora, llantén y mil otras que referiremos en otro apartado. Paisaje de montaña salteado con excelentes «huergas» (huertas) y "peazos", a veces encaramados donde crujen las cervicales, en los que se cultivan unas inmejorables patatas, la cebada, la remolacha y el panizo, el garbanzo y las no menos sabrosas judías (moruna, colorá, blanca, mocha), el pimiento, los finos y compactos tomates (negral, verde, canario), el pepino "aguanoso" y los reyes, el ajo y la cebolla; todos rodeados por injertados árboles frutales en los que aparecen misteriosamente manzanas, peras y peros, cerezas, ciruelas de varios tipos y uvas.


2.1. LAS CONDICIONES ECONÓMICAS Y DISTINTAS FORMAS DEL HÁBITAT.

La adaptación de las poblaciones agrícolas tradicionales al medio ambiente se observa con facilidad: el uso de los materiales disponibles, las soluciones de protección ante los rigores del clima, la disposición de veredas y caminos, el aprovechamiento del agua, etc., no son sino su confirmación. En el fondo se trata de aprovechar y economizar recursos no muy abundantes en un espacio con frecuencia hostil.

La montaña, cuando se ve forzada a vivir de sí misma, debe producido todo como sea. El panizo y la cebada son cereales empleados en la alimentación de aves y también son panificables. Cereales y ganadería, se completaban con miel, cera, carbón de leña, legumbres y hortalizas.

Trasladando todas estas actividades económicas a las formas de poblamiento, podemos imaginar cómo fue el paisaje humanizado y que, a grandes rasgos, en un arcaísmo propio de las zonas deprimidas, perdura hasta estos días. Una población que vive diseminada en pequeñas casas construidas sobre las cotas altas de colinas y cerros para facilitar seguramente la construcción de caminos y sendas, o también en los fondos de los numerosos y pequeños valles, aprovechando los recursos hídricos y la comodidad de las veredas.


2.2. LOS MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN.

Las necesidades económicas y las físicas convergen históricamente en la resultante final que determina la forma y organización de la vivienda popular. El estudio de esta arquitectura, variada en su tipología y, a la vez, similar a la de otras comarcas, permite relacionar la mentalidad y la economía. Hemos de señalar en primer lugar que en la zona la vivienda popular utiliza como materiales constructivos aquellos que tiene más a mano. Han sido éstos:

a) La piedra: bien sea en forma de piedras retocadas ligeramente a escuadra, o bien lajas o, finalmente y como elemento más común, piedras sin trabajar. La toba, muy usada y extendida, por las cualidades que aporta a la construcción: aislamiento, escaso peso y refracción. La piedra toscamente escuadrada se ha empleado para reforzar las esquinas y conformar los huecos de puertas y ventanas, tallándose únicamente las caras visibles. Los muros exteriores y ciertos elementos de soporte, tanto para las cubiertas como para los muros o torres que reciben las fuerzas de los rollizos o cuartizos, se construyen con cantal sin ningún retoque. Como mortero o elemento de unión se usa el barro mezclado, con cal y paja. Todas las paredes maestras tienen un grosor mínimo de 60 cm. y se arreglan con un enlucido basto.


b) El adobe: Su sencilla fabricación permitió un uso frecuente, ya que con barro mezclado con paja y amasado con los pies, se enrasaban las adobaras y se secaban al sol. Se obtenían tamaños diversos según las necesidades. Su uso quedó restringido, al menos en tiempos recientes, a la construcción de tabiques interiores en las dependencias de utilización humana. Los tapiales construidos mediante un encofrado, apisonando el barro, aunque no son abundantes, también se conocieron. El barro, tanto en forma de adobe como de tapial, constituye un aislante térmico de gran efectividad.

c) La madera: constituyó un material importante en el entramado de la viguería de las cubiertas, o como pies derechos para sostener emparrados.

Así como en puertas, ventanas y mobiliario.

d) Teja y otras cubiertas: los edificios se cubren con tejas tipo árabe (cobijas y canales). De esta manera, la parte más ancha de cada una de ellas cabalga sobre la parte estrecha de la anterior. La generalización de esta forma de cubierta tiene lugar en los tiempos modernos.


2.3. LA CORTIJADA DE MONTAÑA CON ECONOMÍA DE SUBSISTENCIA.

Esta cortijada es un conjunto de edificaciones, espacio agrario, fuentes y acequias, era comunal, hornos, dependencias para los animales, etc., que han hecho de ella un modelo de hábitat auto suficiente en muchos aspectos. Constituye este sistema un ejemplo arcaizante del tipo de agricultura de subsistencia en las montañas mediterráneas, ya que ha sobrevivido hasta fechas muy recientes.

El terreno de este asentamiento es abrupto, poco apto para desarrollar actividades rentables -únicamente el pastoreo pudo ofrecer ciertas posibilidades; las tareas de desbroce y limpieza han sido muy pesadas. Así lo testifican los majanos y las grandes labores conducentes a sujetar el raquítico suelo construyendo pequeños bancales (paratas) con muros secos llamados balates, ajustados con maestría a las curvas de nivel en una búsqueda de espacios laborables.

Proteger el suelo y conducir las aguas fueron, sin lugar a dudas, los trabajos más laboriosos en la transformación del paisaje. Las torrenteras de suelos más frescos se aprovecharon en forma de terrazas, consiguiendo pequeñas parcelas para el cultivo de hortalizas y cereal.


Las viviendas campesinas buscan también dejar el mayor espacio posible al terreno agrícola. Por esta razón se asientan en la base de la montaña, casi sobre la roca viva, que en algunas dependencias se convierte en elemento constructivo. La parte norte de las casas se protege de la humedad mediante laboriosas zanjas de separación y drenaje. Cerca de las viviendas se sitúan los gallineros, conejeras y otras dependencias, como los hornos exentos y corrales para el ganado. Las cuadras y los chiqueros se encuentran algo más separados, así como la era comunal. Con frecuencia junto a las cortijadas existían abrevaderos.

No es fruto de la casualidad el hecho de que sean estas pequeñas construcciones las que mayor número de datos históricos ofrezcen ya que el derecho a las aguas era el complementario y más importante después del de los pastos. Al igual que ocurría en las balsas, los abrevaderos también podían distinguirse entre los exclusivos para el ganado del término en que se hallaban -o particulares- y los reales que podían ser utilizados por vecinos, extraños con derecho a pastos o ganados trashumantes.

El material del que se fabricaban los abrevaderos podía ser madera, piedra y, más modernamente, cemento. Un sistema particular era el de ahuecar troncos de árboles que resultaba especialmente abundante por su economía.

El origen del agua que alimenta los abrevaderos solía ser una fuente, un aljibe o un pozo. Si el manantial quedaba lejos o era de difícil acceso, podían unirse varios troncos ahuecados a modo de un sencillo canal. En algunos lugares era costumbre realizar algunas tareas de manera comunitaria. Entre ellas estaba la limpieza de los abrevaderos que consistía en sacar el barro y las piedras que los encenagaban.

2.4. DESCRIPCIÓN DE LAS VIVIENDAS: LA DESPENSA.

El conjunto llega a veces a contar con seis o siete edificaciones, la mayoría de las cuales estaban destinadas a viviendas campesinas. El resto tuvo distintas utilizaciones, destacando las cabrerizas y rediles (tinadas, "tinás") que justifican la importancia del pastoreo como actividad económica más notable.

La vivienda modelo que sirve para la comprensión del hábitat en su totalidad se puede describir así: El plano de las viviendas y demás dependencias se organiza dentro de un muro de planta casi rectangular de 30 x 34 metros. Este muro posee un grosor cercano a los 60 centímetros y está construido con tabas y piedras sin apenas retoques, unidas mediante argamasa y revocado toscamente.

El barro gredoso mezclado con cal se usó como mortero, que también ha servido para revocar los muros. Finalmente estos muros se enjalbegan con periódicas y sucesivas capas de encalado. La cal, fácil de conseguir, cumplía seguramente varias funciones: protección ante el calor, sensación de limpieza y desinfección.

La inclinación natural del terreno obliga a organizar los diversos cuerpos construidos en planos a distinto nivel. El problema de acceso se resuelve por pequeñas escaleras que van uniendo los diversos planos. Se compone de una planta baja formada por tres dependencias alineadas: cocina-comedor, con puerta de acceso y dos ventanas, y dos dormitorios, dotados de sendos ventanucos de ventilación. Para llegar al último de ellos era necesario atravesar el primero. En éste existe una escalera que permite el acceso a la cámara situada sobre el dormitorio segundo. La cámara, con zarzas, trojes, varales para curar la matanza, etc., estaba ventilada por dos ventanas enfrentadas en el eje norte-sur, lo que permitía la corriente de aire necesaria para la conservación de estos productos.

Es frecuente observar en las cámaras los trojes para el gano, algún instrumento útil para su medición, como el celemín y la medie fanega, la llamada romana, los candiles y el quinqué, lebrillos, alcuzas, calderas, estrévedes,...etc.


Una pieza complementaria de la cámara es la despensa. Está situada en el lugar preciso que permita el mantenimiento de una temperatura similar durante todo el año pues aunque se usan los frigoríficos es fundamental en la vida del cortijo. En la despensa suele haber una nada despreciable cantidad de ollas, generalmente de porcelana, rojas y panzonas, que amorosamente guardan, cada una, las patas de gorrino, las costillas, la morcilla de arroz frita, el lomo frito con costillas, el chorizo frito, la morcilla blanca frita, la morcilla giieña, los chicharrones para hacer las tortas. En tarros de cristal se conservan los guíscanos fritos, la miel, las habichuelas, el tomate natural, el tomate cocido con habichuelas, las cerezas, las ciruelas, pimientos en vinagre, guindillas, pimientos picantes, las mermeladas de tomate, de ciruela, de mora. En este prodigioso receptáculo se hallan orgullosa mente colgados los jamones, los nuevos y los viejos, el salchichón y el lomo embuchao, el tocino blanco y la careta; el bacalao, las cebollas y los ajos, las habichuelas ensartás, los pimientos y tomates secos, las panochas de panizo, las peras invernizas y un capacho con las hierbas medicinales: árnica, té de piedra, los manrubios, el poleo, la manzanilla, el orégano, la hierbabuena, la mejorana. En otro capacho de esparto hay unas bolsas de papel con las especias de la matanza: pimienta blanca y negra, en grano y molida, el clavo, el pimentón, la canela, ajedrea y tomillo para las aceitunas. Encontramos en un rincón las bebidas y licores. Las garrafas de arroba de vino manchego, la cerveza y refrescos para el verano cuando vengan los emigrados, el pacharán autóctono, el aguardiente, el vino de la tierra, el licor de pepino, el de mora, el de cereza y la tradicional mistela. Tropezamos en la semioscuridad con las garrafillas del aceite de oliva, el troje de las patatas, los sacos de harina y los de sal para las salazones. Por fin, la orza de las aceitunas y el canasto de huevos.

En la cocina-comedor el elemento principal es la chimenea que servía para preparar las comidas y caldear la habitación. Como combustible se utilizaba la leña recogida en el monte. Generalmente a un lado de la chimenea se colocaba la cantarera, fija o móvil, donde se emplazaban los cántaros con el agua transportada desde la fuente cabecera. Lo típico de estos cortijos consiste en una hornacina empotrada en la pared de la estancia principal en la que se cobijan dos o más cántaros. Al otro lado de la chimenea existe una alacena donde se colocaban los útiles propios de la cocina.


Esta sala, sala noble de la casa, era la que servía para recibir las visitas y servía de escenario a las fiestas familiares. En ella se reforzaba la comunicación entre vecinos ("hermanos") y se realizaban no pocas tareas domésticas. Horas gastadas a la luz de la chimenea, ardiente y cansina, mientras los abuelos cuentan sus historias, las mujeres -siempre afaenadas- cosen, hacen conservas, preparan los avíos de mañana, los hombres hacen pleita perdidos en los caprichos de las llamas. Parecen todos escuchar los versos del poeta Abdelmalik ben Abiljisal, nacido en Fargaluit (Las Gorgollitas), conocido en la Córdoba del último tercio del siglo XI como al-Sacuri (el Segureño) y por ser secretario del gran emir almorávide Yúsuf ben Tashufin:

Contempla el fuego que parece una danzarina

Que agita las mangas de su túnica

en la emoción del baile

y que ríe olvidando

el ébano del que procede

Al ver transformada su esencia en oro

Los dormitorios son pequeños y con escasa ventilación. La cama y algún arca para guardar las ropas constituían todo el mobiliario. Para el lavado y para el servicio del ganado, una tosca acequia almacenaba el agua en una alberca de reducidas dimensiones, aprovechada, también, para el riego del hortal.


Las puertas, normalmente pintadas de marrón oscuro, contrastan con el encalado de la fachada y a veces, la cal, mezclada con bastante azulete servía para enmarcar las grandes puertas de dos hojas, dando el colorido a la blanca fachada.

También es frecuente observar: el tarimón, las sillas de anea, las fotos familiares ampliadas, enmarcadas y colgadas en las paredes y el botijo ocupaban un lugar preciso. Contiguos a ésta, se encuentran los dormitorios, en donde a veces, aún se pueden ver las arcas y baúles antiguos llenos de ropa de época: refajos, corpiños, mantones de Manila, etc. y que solo salen a relucir en algún teatro, festividad o carnaval.


Como vemos se trata de construcciones con muchas carencias. No poseen aseos, ni agua corriente ni retretes (construidos en los últimos años). Las habitaciones eran frecuentemente multifuncionales, es decir, se empleaban en ocasiones para satisfacer diversas necesidades: cocina-comedor, dormitorio-almacén o bodega, secaderos, etc. Tienen adosadas unas cuadras dotadas de pesebres cuadrados, con entrada independiente para mulos y asnos.

La cubierta es, generalmente, de una única vertiente de aguas orientada hacia el sur y de teja roja. Un sistema de pares en rollizos o escuadrados se asienta directamente sobre los muros de carga, sin vigas durmientes. El muro norte tiene mayor altura con el fin de conseguir la pendiente adecuada para que corran las aguas.

Sobre los pares se coloca una cama de tablas y encima de esta estructura se extiende una capa de barro que soporta ya la colocación de las tejas, recibidas con mortero en los muros de carga. En el inferior se construye un pequeño alero para evitar que las aguas escurran por el muro. No ocurre así con los demás muros; únicamente una teja de redoblón protege los hastiales y, en algunos casos, una hilera de tejas cobijas forman una cumbrera sobre el muro más alto, aunque en la mayoría de los casos queda desprotegido.


Los revoltones suponen uno de los pocos elementos decorativos que encontramos en estas construcciones. Son una original solución al aspecto que presenta el techo de las habitaciones nobles. Como estos entresuelos están cubiertos con cuartizos o rollizos, la parte inferior que sirve de techo a la pieza se cubre con unas bóvedas longitudinales de cuartizo a cuartizo.

Una vez cogidos los maderos a las paredes, guardando una distancia aproximada de 50 o 60 cm., se sitúa la revoltonera. Este armazón de madera tiene una envergadura igual a la mitad de la anchura de la pieza que se quiere cubrir. Consiste en un molde semicilíndrico, dividido longitudinalmente en dos piezas que se angarzan con unas bisagras y unas aldabillas para cerrarlas. Permite un grado de apertura para que los revoltones puedan hacerse más o menos cerrados.

Situada la revoltonera entre dos maderos, pegada a una de la paredes maestras, se apuntala con unas reglas o pies derechos para poder hacer el encofrado. Cuando está segura, se echa por el piso de encima una capa de yeso poco densa para que se reparta con facilidad y no salgan coqueras. Cuando tire el yeso se ponen encima unas conchas de corteza de pino para que haga cuerpo ya que pesan poco y no se pudren, constituyendo un perfecto aislante. Encima de esta capa se pone otra de yeso que las cubre, después se coloca el material del entresuelo, generalmente, tablones de pino o más yeso. Cuando fragua el conjunto se retira la revoltonera. Esta operación se repite tantas veces como huecos existen y en un largo del techo. De esta forma se completa la mitad longitudinal del techo. Luego se vuelve a empezar para echar la otra mitad.

Lo más característico y determinante del cortijo es la presencia de gran cantidad de establos. Muchas de las dependencias se dedicaban a los animales de tiro, bueyes y mulos. Los asnos cumplían también importantes tareas de transporte. Buena parte del piso inferior se acondicionaba para alojar el ganado. En los cortijos son numerosas también las construcciones que albergaban otros animales dedicados a la producción de carne, leche y huevos: corrales para las cabras, apriscos para el ganado lanar, chiqueros y gallinero. No faltaban tampoco los conejos y las colmenas.

A medida que el nivel de vida era más alto, la casa era construida con mayores «comodidades», tales como el portal, a la entrada, el llamado «suelo fino» 'primero de ladrillo de barro rojizo y luego el mosaico a dibujos, sustituía al anterior suelo de cemento. Algunos, disfrutaban de retrete, y en muchas ocasiones se aprovechaban acequias o el arroyo que pasaba por debajo, como desagüe de los residuos caídos.


Nota sobre los autores sacada de la solapa de la portada del libro

Jose Luis Garrido González. 1947. Cursó estudios de Magisterio en Jaén y de Historia Contemporánea en la Universidad de Granada. Se doctoró en Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
Su vínculo con la Sierra de Segura se remonta a finales de los 80 cuando encontró en ella su "paraíso perdido"

Jose Luis Garrido Sánchez. 1974. Se licenció y doctoró en Ciencias Biológicas en la Universidad de Jaén. Los espacios naturales y concretamente en la Sierra de Segura, fueron lugares que le ayudaron a compaginar trabajo y holganza.

Ambos se han enriquecido con las vivencias excepcionales que dicha zona y sus gentes les han regalado, sintiéndose partícipes en lo positivo y en lo negativo.


No hay comentarios: