Capítulo 3 de Cultura Popular



Estampas de la vida cotidiana

Capitulo 3:

Artesanos de lo necesario

El concepto de artesanía es relativamente nuevo. En el diccionario de Covarrubias (siglo XVII) y en el primer diccionario de la Academia (siglo XVIII) (Diccionario de Autoridades) no aparecen las palabras “artesanía" ni "artesano". Esto es así porque todos los trabajos eran artesanos y será con el desarrollo de la industria cuando surja el concepto de artesanía, para diferenciar los productos de ésta y los hechos fabrilmente. La artesanía se fue retirando de las grandes ciudades a favor de la industria, quedando el mundo rural anexo a las peculiaridades de ese modo de producción: el agricultor es, al mismo tiempo, artesano de sus necesidades.

Esta artesanía no elabora piezas en serie, sino que se manejan medidas precisas. El artesano sabe ejecutar el proceso completo sin que ello equivalga a la ausencia de división del trabajo. El artesano se caracteriza por el empleo de una herramienta escasa, al igual que la maquinaria, que tiene un bajo rendimiento, que se compensa siempre con tiempo de trabajo y de dedicación. Carácter familiar del oficio, se aprende en familia y en él intervienen todos sus miembros y ayudan en la medida de sus posibilidades, con mucha frecuencia el taller se halla en la casa, compartiendo dependencias de la vivienda familiar. Excepto en las grandes poblaciones no produce la concentración de mano de obra. Distinto sentido del tiempo que no entraba en el cálculo del precio de una cosa, sólo contaba el producto final, importa el criterio de la obra bien hecha, el precio tenia que ver con el valor de las materias primas y de su proximidad, y de la complejidad del trabajo, de la complejidad de la herramienta, aunque las materias primas eran locales. Las materias primas eran, por lo general, blandas y cercanas, a excepción de la fragua, que el hierro se traía de donde hiciera falta, a veces materias primas vegetales (esparto, cáñamo), animales (lana, hueso), minerales (barro, tierra), se solían encontrar en la naturaleza y no tenían precio. Funcionan con una energía natural (fuerza humana o animal, fuerza del agua, viento, fuego). No todos los quehaceres constituyen un oficio, muchos son simples destrezas, necesarias para la vida. No resulta difícil imaginar el trasiego en el que los serranos vivían hasta hace pocas décadas.

3.1. LAS ERAS.

Las eras son generalmente de forma circular, abiertas a los vientos dominantes para facilitar el aventado del producto resultante de la trilla. Su parte oriental se protege con un pequeño muro que garantizaba un chorro de aire adecuado, evitando así los vientos excesivamente violentos.

Las eras se construyen sobre un terreno allanado y apisonado. Desde un centro de cantos colocados de forma circular, incrustados firmemente en el terreno, se embuten longitudinalmente lajas de forma radial y los espacios resultantes se cubren de cantos rodados. El suelo queda así áspero y firme, muy adecuado para extender la mies y proceder al trillado. Las eras de nuestra comarca son empedradas.

La mies, una vez segada, se apila en haces, formados por manojos o puñados de espigas cortados por varios golpes de hoz y sin atar. Las gavillas son los manojos amarrados mediante un vencejo de esparto o de la misma mies. Se forman así los tresnales sobre el campo segado para que la mies pierda la humedad antes de ser transportada a la era. El transporte se realiza a lomos de caballerías mediante el uso de angarillas.

Sobre la era se amontona la mies formando una garbera y, a continuación se procede al emparvado, es decir extender la garbera formando una cama sobre la era para terminar realizando las labores propias del trillado. En la sierra lo normal ha sido trillar con caballerías, enganchadas mediante un tiratrillos, que está compuesto por un balancín de madera con un anillo en el centro para enganchar el trillo, y otros dos en los extremos para los tirantes del ganado. Los trillas más comunes son los denominados de sierras y de cuchillas, a modo de plataformas de madera con hojas de sierra - o cuchillas-colocadas longitudinalmente y paralelas entre sí, encargadas de triturar la mies y deshacer las espigas. Una vez terminada la operación de la trilla, se amontonaba la parva y se procedía al aventado. Esta labor se realiza con la ayuda de horcas con cuatro dientes planos insertos en un elemento transversal, o también en forma de pala enteriza. Así se separaba la paja del grano. El tamo se barría con escobones de retama y el grano se transportaba a los trojes.


Habitantes insustituibles


3.2. EL LAGAR.

En las viviendas diseminadas por toda la zona es normal la existencia de un lagarillo. Es una especie de pila, aproximadamente de 2 x 2 m., de variada construcción, donde se estruja la uva destinada a vino. Unos poseen pequeñas vigas, otros disponen de prensas y en los más, se sigue pisando la uva con los pies porque el producto obtenido es de mejor calidad. Como la uva no tiene grados y no produciría buen vino, la cosecha se emplea en el destilado con alambiques que produce ese néctar llamado aguardiente. De calidad insuperable y que es, sin duda, una de las joyas de estos parajes. El proceso de destilado sigue manteniendo para el serrano un carácter clandestino aunque la producción sea escasa y destinada al autoconsumo. Cada artesano tiene una fórmula ya que el aguardiente no se obtiene de la destilación de la pasta fermentada de la uva sino que lleva" algo más" que ninguno quiere revelar.

3.3. LOS HORNOS DE PAN COCER.

Nuestras investigaciones de campo confirman, como regla general, que se empleaban materiales poco costosos y fáciles de encontrar en el lugar. Piedra y barro fueron los elementos indispensables para fabricar la estructura general. El interior abovedado va revestido casi siempre de toba y barro.

Se observa que el horno no tiene un lugar fijo de emplazamiento. En pocos edificios se halla en el interior y, cuando esto ocurre, el cuerpo del horno sobresale del plano general de la construcción, siendo la boca, con chimenea acampanada delante, la única parte orientada al interior. La mayoría de las veces el horno es una pieza adosada al muro del edificio. Su planta es cuadrada o circular y se cubre con un tejadillo de única vertiente. Ocasionalmente, en edificios cimentados sobre desmonte, se aprovecha el terreno para reforzar la estructura, quedando la parte posterior del horno empotrada en el talud.

Existen también hornos exentos que, conservan su planta cuadrada, pero se rematan exteriormente en forma semiesférica. Construidos con piedras de tipo laja, van reduciendo el diámetro de las hileras hasta coronarse con una clave que remata la obra. La plataforma o base interior del horno sobre la cual se colocan los panes para su cocción, está normalmente formada por una capa de grandes ladrillos asentados sobre una superficie de sal. Ésta al calentarse se funde y une los ladrillos.

La boca en semicírculo se cerraba con una portezuela atrancada por un madero que se apoya en el suelo. En ciertos casos este sistema se mejoraba con una puerta hecha de hierro en las fraguas locales. En los núcleos mayores de población los hornos eran en muchos casos bienes de propios. El horno de pan no limitaba su actividad a la producción periódica de hornadas de este alimento básico, Además del pan el horno con frecuencia ampliaba su utilización. Después de cocer el pan, habían de pasar al menos 24 horas para que se enfriase, período que se aprovechaba para otros tipos de cocción que no exigían temperaturas elevadas: dulces, y carnes se preparaban de esta manera.

A continuación transcribimos una grabación que recoge cómo la hermana Pascuala descubre la receta del pan. Este es su contenido:

"Del amasijo anterior hay que dejar una poquita masa, entonces cuando se va a amasar otra vez, coges esa masa y la echas en una olla. Después se deshace con una cuchara de madera la recienta, que así se llama, le añades harina y la dejas en la olla. Es mejor hacerla en un cacharro para evitar meter las manos. Así que está esa recienta venía, que ya la ves que está subía, entonces puedes amasar.

Entonces coges esa masa que has recentado, la deshaces en agua y la sal que se le echa por tantos celemines, tantos puñaos de sal. Todo eso lo deshaces y así que esté todo bien disuelto se le echa una poquita levadura artificial y se sigue deshaciendo para que luego no forma grumos el pan. Ya vas y envuelves la masa, le echas la harina, el agua calentica pero no fuerte, en su tiempo, que puedas meter la mano y no te quemes porque entonces el pan no sale bien.

Como está la masa un poquito caliente pues le cunde de subir, de venirse y ya cuando termines la apañas y le echas otro poquito de harina por encima y se la introduces en la masa para que el tendido, que así se llaman los trapos que se le ponen para que se abrigue, no se agarre. Antes le pones un poco de salvado por encima y ya la dejas que se venga en la artesa. En esto hay que estar ducho porque si se te pasa la masa, el pan se pone agrio y si no llega a su punto el pan sale apretado, es decir, que no está la masa venida. Entonces ya te puedes poner a hacer al pan.

Antes ha habido que caldear el horno con leña fina de chaparro. Se le enciende al horno la calda y hay que labrarle el fuego para que no se deje la ceniza en el suelo y haga tapa y no deje que el suelo coja calor. Entonces se coge el barreol, un palo largo que en la punta lleva unos trapos, y con él se saca la ceniza mojándolo en agua y dándole guisopazos al horno.

Ya que lo tienes barrido, coges una poca de harina y la tiras dentro, si la harina se quema de arrebato, tienes que volver con el barreol y ya cuando la harina se queme de reposo te indica que el horno está preparado.

Cuando ya tienes el horno barrido coges tu pala que es de madera y la llanada delante. Vas destapando el pan y le echas un poco de harina para que no se te pegue en la pala y también a la pala. Entonces con la navaja le haces cuatro cortes para que el pan no salga embomborillo, muy molludo, sino que salga parejico. Entonces con la pala vas metiendo el pan a tajo, porque tienes que llevar tu regla si no cargas el horno y el pan se te queda en la calle. Entonces tapas el horno con tu tapadera y se terminó. Y ya que está cocido lo vas sacando, primero lo pruebas y miras a ver si está bien, porque ya tienes la costumbre y ves que pesa poco y que está rubio por arriba y por abajo. Si está blanco por los dos lados es que está crudo.

Ahora te voy a dar unos consejos para conservar el pan. Como aquí en estos cortijos no se puede amasar todos los días, cuando se amasa se echa un poco de más. Si lo quieres guardar pues para que no se te armorezca haces tres partes del pan y le quitas la molla y se la echas a los animales. La corteza la guardas para echada a la sopa, en la leche o en el café. Para que no se ponga dura esa corteza le lavas la cara un poco y la guardas en una olla grande que colocas un poco cerca del fuego y ese calorcillo hace que la corteza se te ponga de manera que tú mismo piensas que ese pan es del día, porque se pone esponjosa y es una delicia comérsela".

Se cuenta entre los serranos de estos parajes que en los años en los que «las hambres apretaban» que habían otras modalidades del pan debido a que el trigo escaseaba porque era un bien muy valioso. Existía el pan de panizo, más o menos amarillento según la variedad del maíz, con sabor dulzón. El pan de centeno, de color muy oscuro, de difícil elaboración por su textura apelmazada. El pan de garbanzo, muy difícil también de elaborar porque la harina de garbanzo no traba y cuesta conseguir una masa homogénea por lo que a veces se mezclaba con centeno. La palma se la lleva el pan con patata, una modalidad del pan normal, que al llevar patata cocida en la masa lograba mantenerse más blando durante algunos días más.

3.4. LOS MOLINOS HARINEROS.

Hemos querido evitar esa deformación que una gran parte de los estudios etnográficos sufren centrándose en aspectos tecnológicos y documentales, revestidos en ocasiones de una visión un tanto romántica, tan alejada de la realidad, olvidando de esta manera la relevancia social de la actividad y de aquellos que la desarrollaban. Por esto trataremos de reflejar la «cultura de los molineros».

El tipo de molino utilizado en esta zona es el instalado al borde de una corriente de agua que proporcionaba la energía necesaria para mover las piedras.

La derivación del agua se hacía a partir de la acequia terminando en un canal o caz. Lo más habitual en la comarca es adaptar el canal ("acieca") a las irregularidades de la ladera desde su origen en una balsa artificial o remanso desde el arroyo madre hasta el cubo del molino. El cubo es el elemento donde se almacena la energía necesaria para impulsar la rueda del molino y consiste en un depósito cilíndrico que llega en ocasiones a una altura de doce metros. Los cubos tienen en su parte inferior un estrechamiento que da lugar al saetillo por donde sale el agua para impulsar el rodezno. Las compuertas de los cubos represaban una pequeña cantidad de agua y disponían de tableros de alivio. (Ver esquema molino).

Los molinos de la comarca cuentan generalmente con un sólo cubo recto con arcadas, independientemente del número de cárcavos, ya que el cubo puede tener dos saetillos cuando el número de rodeznos es de dos y cada saetilla está orientado independientemente. El cubo solía estar formado y construido como si de un muro se tratara, totalmente enfoscado por el interior con mortero, y revestido con tablas de madera dispuestas en forma de embudo, en varias capas y que con el tiempo y la cal del agua se recubren de una capa protectora de cal solidificada.

El cárcavo es una cavidad artificial que sirve para albergar el rodezno, y permitir al agua salir después de haber impactado en las palas del rodezno. Los cárcavos tienen también la función de sustentar la piedra por lo que deben de ser muy robustos y de unas dimensiones considerables para cumplir su función oscilando entre los cuatro y los ocho metros de longitud por un metro y medio a dos de luz. En la mayoría de los casos se trata de una bóveda de cañón realizada con dovelas en cuña fabricadas de tova. Por el saetillo el agua sale con fuerza para incidir violentamente sobre los alabes o cucharas del roete, situado bajo una bóveda denominada cárcavo. El movimiento, mediante el árbol, se transmite a la sala de molienda donde se hallan las piedras.

Normalmente es de madera de olivo la pieza (la puente) que soporta el giro del roete con la ayuda de dos bronces (rangua y gorrón) que facilitan la rotación.


Este esquema del molino es móvil y permite moler a la alza o a la baja, según la separación de las piedras que el molinero consigue utilizando el alivio. Se obtienen así harinas de distintas calidades. Sobre un bastidor compuesto por cuatro patas descansa la tolva, donde el molinero dispone el grano para que vaya cayendo de manera regular por el ojo y sea triturado entre ambas piedras, la solera y la volandera.

Un ingenioso aparato sonoro avisaba al molinero que el grano estaba a punto de acabarse, lo que podía provocar un recalentamiento de las piedras con el perjuicio consiguiente para el instrumental y para el producto. Como accesorios importantes hay que considerar el mencionado alivio, la paraera, sistema que permite desviar el chorro de agua, y que actúa como freno, y la cabria, o ingenio capaz de levantar la muela móvil para ser picada periódicamente. Las piedras van asentadas sobre la bancada y protegidas por un guardapolvo de madera u hojalata. Antiguamente se empleaban pleitas de esparto.

3.5. EL TRABAJO DEL MOLINERO.

Comienza con la limpieza del grano, cribándolo en el caz del molino o en unas piletas al efecto. En el caso del trigo, y con el fin de separar la cascarilla del grano, esta preparación se alarga: a continuación del lavado, hay que ahecharlo, dejarlo a remojo en agua, durante 6 ó 7 horas, o menos según la prisa que se tenga. Se deja secar un poco al sol, extendiéndolo sobre jarapas, y se vuelve a echar en el costal hasta el momento de molerlo. En unos casos es el molinero quien se encarga de esta tarea, en otros es el cliente quien lleva ya el grano preparado.

Con el grano en el costal, justo antes de moler, se maquila. Después se echa en la tolva, de donde va cayendo a la canalilla, y de ahí, por efecto del roce de la manecilla sobre la piedra, se precipita poco a poco por el ojo de la piedra volandera. La inclinación de la canalilla se puede regular, de manera que caiga más o menos cantidad de grano. A partir de ahí, el resto es arte y saber hacer, *tener tacto" para conseguir una harina de calidad. El tiempo que se empleaba en moler una fanega dependía de la cantidad de agua que circulase por el caz. Cuando la acequia iba llena, era de tan solo 45 minutos a 1 hora. Si no, podía prolongarse por dos o tres horas. El cernido para separar la harina del salvado lo hacía cada uno en su casa.

Molino de la Huelga Utrera

La maquila es la parte de grano que se cobra el molinero por el trabajo de moler. Siempre se maquilaba en grano antes de echarlo en la tolva. En la fijación de la maquila no había ningún tipo de acuerdo entre molineros. La maquila está ligada a medidas tradicionales de capacidad de áridos, como eran la fanega (dividida en cuartillas, y éstas a su vez en cuartillos, con sus correspondientes medias medidas), y el celemín, variable según los lugares, correspondiendo a la cuarta parte de la cuartilla en unos sitios, o a un tercio en otros. No obstante ser una medida estable, esto no quitaba que el molinero apretara más la maquila, arrebatara un cuartillo más, si el cliente no era de los habituales o si el grano era de buena calidad. La maquila en los molinos harineros era aproximadamente del 4 al 8,5%. Si se hacía acarreo normalmente se maquilaba el doble.

Cada 10 ó 12 fanegas había que picar la piedra blanca, y esto, si se tenía una buena clientela, si no era a diario, era un día sí y otro no. Para picar la piedra, las herramientas que se utilizan son picos de punta en la parte central y piquetas para los bordes. En esta tarea se emplean unas 2 ó 3 horas, para solera y volandera. El conocimiento de la técnica del picado de la piedra es lo que da en la práctica la condición de molinero.

Si el molino estaba situado en una acequia pública, al molinero correspondía el mantenimiento de esa parte de la acequia, y la contribución a los gastos de la comunidad de regantes que le tocaran; aunque esto último no sucede en todas las acequias. En cuanto al molino, tenía que encargarse de la reparación del caz y de los elementos móviles en madera, como los rodeznos, si no quería recurrir al carpintero; de eliminar los atascos del cubo y del saetillo, de encargar las piedras.

El área de trabajo del molino se extiende al pueblo en donde se halla y también a los pueblos y cortijadas próximos. Tradicionalmente, la zona ha sido de fuerte aislamiento y las vías de comunicación eran las veredas, en muchos casos medievales, y el único medio de transporte las bestias (mulos, burros y algún que otro caballo). Estas veredas salvan zigzagueando las más fuertes pendientes, con un ancho que en ocasiones apenas permite el paso de las caballerías y del ganado. En unos casos eran los clientes quienes llevaban el grano al molino, pero otras era que el mismo molinero recogía a domicilio el grano y entregaba después la molienda. Con una bestia o dos, por las cortijadas repartiendo las moliendas y recogiendo otras nuevas. Este trabajo extra incrementaba la maquila entre el 50% y el 100%. En ocasiones, había molineros que, al quedarse sin clientela, lo hacían de forma gratuita, tratando de recuperarla. Una vez conseguido, volvían a cobrarlo.

El oficio del molinero no era fácil. El continuo contacto con el agua, echándola al caz desde la acequia o desde el río, desatascando el saetilla tanto en el verano como en el invierno; pasando la mayor parte del día en una habitación en torno a la cual estaba corriendo agua -el cubo está adosado al muro del molino-; y respirando continuamente harina: mientras se molía y al terminar de moler, cuando había que llenar el costal, recogiendo la harina del harinal con un cazo. Así, un trabajo enfermizo en un ambiente de humedad y con polvo hasta los ojos. No son extraños los casos de neumoconiosis, producto de la inhalación de partículas de polvo procedente de la molturación del grano, como enfermedad profesional.

Los inicios en el oficio eran varios. En los molinos en que un nuevo propietario pretendía ejercer de molinero sin tener conocimientos del oficio, se contrataba durante un tiempo a un molinero de quien aprenderían el padre y uno de los hijos, que heredaría así el molino y el oficio de molinero. En otros casos se empezaba como aprendiz en un molino, a sueldo, realizando las tareas más simples, como echar el agua en el caz, hacer el acarreo, lavar el grano. Mientras, se aprendía a picar las piedras, a conocer los tipos de grano y de molienda, hasta llevar el molino a tanto por ciento o a medias con el molinero. El siguiente paso era establecerse por su cuenta arrendando un molino, que en algunos casos se llegaba a comprar. Aquel que mejor" oficio" tenía, contaba con más posibilidades para arrendar un buen molino. Así, los molineros a renta pasaban por muchos molinos, sin establecerse de forma fija en ninguno, salvo cuando lo compraban. La forma más común era, pues, aprender el oficio dentro del núcleo familiar, del abuelo al padre y de este a los hijos, quienes, según la forma de transmitir la propiedad, se turnarían en el trabajo del molino, o bien uno de los hijos varones mantendría el molino de la familia, mientras los otros arriendan molinos en los pueblos vecinos, o se dedican a otros oficios.

El trabajo se reparte en la familia atendiendo a una "tajante distribución de tareas, impuesta por la costumbre", sin más criterios que los de edad y sexo. Las mujeres no son consideradas como productoras. Pero esto hay que matizarlo, ya que la mujer interviene en todos los procesos productivos aunque de forma complementaria. Si en el molino está también la vivienda del molinero y su familia, la mujer, aunque conozca el funcionamiento del molino y participe en todo el proceso de molienda, no toma parte en las dos actividades definitorias del oficio: el picado de las piedras -la técnica- y el acarreo -la social-. Esos dos trabajos los realiza exclusivamente el hombre, el molinero, o los hijos o aprendices de éste. Su papel, el de la mujer, es puertas adentro, llevando el molino mientras el marido está trabajando en el campo o haciendo el acarreo.

La imagen del molinero con la bestia cargada de costales, haciendo el acarreo, formaba parte del paisaje tradicional de estos parajes. Cada semana, por término medio, se necesitaba para el gasto de la casa una fanega de harina, que bien se llevaba al molino, bien venía el molinero a recogerla, según la prisa que se tuviera. La tarea de ir al molino estaba reservada a los adultos o a los hijos mozuelos: Siempre se estaba expuesto al fraude, así que había que estar bien atento a la maquila. Una fanega de trigo tenía que rendir un determinado número de panes.

El molinero, como cualquier otro vecino del que en cierta manera se dependiera, era alguien con quien no convenía estar enemistado: En los años de la posguerra, estaban a bien con todos, con los maquis, con los estraperlistas y con los guardias civiles; para todos molían, saltándose las prohibiciones, quitando los precintos, sacando las piedras de día a la calle y metiéndolas de noche.

3.6. LAS COLMENAS.

No son pocas las colmenas que se agrupan en los poyetes y solanas. La abundante flora de la zona rebulle de esos sagaces insectos que conocen el enigma de la miel y la cera. El apicultor que con frecuencia coincide con el agricultor, lleva a cabo litúrgicamente las tareas del cuidado del enjambre. Esas mieles de romero, de espliego, de frutales, directamente cortadas del panal, resultan una ofrenda (otra más) impagable de estos lugares. De nuestras largas charlas con el hermano Miguel hemos obtenido una formación nada superficial sobre los enjambres. Haremos una pequeña reseña para conocimiento del lector.

La colmena está formada por un piso, una o varias cajas superpuestas que pueden ser enteras (alzas) o más bajas (medias alzas), una tapa liviana llamada entretapa y el techo. Dentro de las alzas se encuentran los cuadros de madera que contienen los panales de cera. El listón superior de estos cuadros es por el que se puede manejar y se denomina cabezal. La puerta de la colmena se llama piquera y es la entrada principal de la misma y tiene una porción saliente del piso que se denominada tabla de vuelo. La colmena, en su conjunto, como ente vivo se divide en dos sectores principales: La Cámara de Cría o nido (abajo), donde se encuentra la Reina y la Crías; y la Cámara Melaría, (arriba), que se destina a almacenar la miel. Se puede encontrar una separación entre cámara de cría y la cámara melaria denominada rejilla de alambre, la cual se encuentra calibrada para dejar paso a las abejas pero no a la reina, y de esta manera conservar la miel.

Dentro de una colonia se encuentran: la Reina, tiene la tarea de poner huevos y es alimentada por las obreras con jalea real. Nacen de unas celdillas más grandes que las demás llamadas realeras. Sólo subsiste una reina por cada colmena. Días después de su nacimiento la reina sale al exterior para ser fecundada por los zánganos para el resto de su vida. Puede durar unos cinco años. Los Zánganos nacen de huevos sin fecundar, son de mayores dimensiones que las obreras, abdomen más cuadrado y ojos grandes y contiguos. Sus funciones, aparte de fecundar a la reina, son bastante discutidas, pero se piensa que ayudan a mantener el calor en la colmena y también repartirían el néctar. Las obreras son las verdaderas trabajadoras de la colmena, desde que nace una obrera va pasando por distintas tareas dentro de la colmena: hacer cera, limpiar, alimentar, guardianas, y, por último, pecoreadoras. Las cereras, hacen y retocan las celdillas; las alimentadoras dan de comer a las larvas y a la reina, las limpiadoras libran de restos la colmena, las guardianas son las encargadas de la protección, y las pecoreadoras las que salen a recoger néctar y polen de las flores, y agua. Una obrera puede volar a unos 3 kms de distancia, aunque normalmente no se alejan más de uno en busca de flores.

Cuando una abeja encuentra un buen lugar para pecorear, vuelve a la colmena y mediante una danza avisa a las demás de la posición y distancia a la que se encuentra. La vida de una obrera varía, las nacidas en Enero-Febrero viven unos 3 meses, las nacidas en Abril-Mayo de 28-40 días, en Julio-Agosto unos 80 días, en Octubre sobre mes y medio, y en noviembre sobre 140 días. En invierno viven más tiempo ya que el numero de abejas que nacen es casi nulo ya que la reina no pone huevos en esta época y, por lo tanto, han de sobrevivir hasta que empiecen a nacer nuevas abejas para que la colonia sobreviva.

Las colmenas han de establecerse en lugares donde las flores melíferas abunden. En una zona con una buena flor melífera se recomienda una carga de 4 colonias/ha. La orientación más frecuente es Sur, SE, SO en función de los vientos dominantes. El viento excesivo dificulta la salida y entrada de abejas a la colonia. Una colmena aireada en exceso puede afectar a las crías provocando su muerte o la incidencia de patógenos. Las colmenas se disponen horizontalmente respecto al suelo con una cierta inclinación hacia la piquera. De esta forma se favorece la salida de agua y ayuda a las abejas limpiadoras a arrojar partículas extrañas fuera de la colonia. Hay que tener-procurar la disponibilidad de agua en las cercanías.

Un fenómeno muy curioso para los extraños a este arte lo constituye el "enjambrazón". Consiste en la salida de una reina cuando nacen los zánganos para fecundada. Se realiza en primavera. Sale de una colmena la nueva reina (queda dentro la antigua) y la siguen un número necesario y suficiente de "gente" para formar un enjambre en otro lugar. El colmenero debe visitar casi a diario sus colmenas en este tiempo para poder capturar estos enjambres antes de que huyan y se establezcan en lugares inaccesibles. Salen de la colmena cientos de abejas y la reina y se posan en el tronco de un árbol. Es impresionante verlo. El apicultor, con la ayuda de un pulverizador de agua, las despega del árbol y caen en una colmena que han situado debajo.

Enjambre

Durante el invierno existe una parada de la actividad de la colonia y no hay floración. La alimentación artificial se suministra mediante alimentadores, que son unos recipientes de muy diversas formas y tipos que contienen las papillas para que las recojan las abejas de la colonia. Se compone casi siempre de miel, o azúcar y agua. A veces se le añade harina. La distribución de tareas que hay que realizar en un colmenar a lo largo del año son

Primavera: La primera tarea tras la salida de invernado es el reciclado de la cera porque las abejas se han alimentado de reservas y han dejado los panales vacíos. Hay que sustituidos por otros nuevos y aprovechar los que estén en condiciones. A medida que aparece la floración en la zona se va aumentando el volumen de la colonia. Hay que prevenir la enjambrazón que de forma natural se produce en las colonias.

Verano: Tareas de sustitución de reinas para evitar la enjambrazón, sustituir las reinas de más de dos años de edad. Las reinas de peor calidad se sustituyen al año y son aquellas que son poco fértiles y cuya colmena no da buena cosecha. El castrado o extracción de la miel de la colonia, eliminación de cuadros con cera vieja.

Otoño: de cara al invierno, una actividad común es la reunión de colonias. Pueden quedar colonias muy débiles y se unen a otras más fuertes para que no se pierda la población. Se elimina la reina de la colonia débil, se coloca la colonia fuerte sobre la débil y entre ellas un papel de periódico con solución de plantas aromáticas. Después se elimina la colmena débil y los panales de cría y alimento se pasan a la fuerte.

Invierno: Inspección de reservas para que dure la colonia durante todo el mVIerno.

Todo el año: Inspección sanitaria para controlar los patógenos, en invierno se realiza con menor frecuencia para evitar un descenso brusco de temperatura al abrir la colmena. El asombroso sistema de la colmena es valorado y admirado por el serrano. Con mimo y admiración enarbola el ahumador para observar dentro de la colmena: las celdas con los pollos, la reina, las obreras, los zánganos. Aunque se van incorporando a las técnicas modernas, la falta de información es dominante.

3.7. EL PASTOREO.

En un espacio geográfico como la Sierra de Segura la actividad pastoril ha sido constante, llevando esta explotación abusiva a una serie de graves problemas como el del empobrecimiento paulatino de los pastos. El ganado cabrío ha sido nefasto, contribuyendo al estado actual, tanto en zonas de pastizal como de matorral. De igual forma la tala de encinar, el carboneo, los incendios, el cambio climático, etc. Sería de desear que los terrenos de pastos fuesen organizados mediante técnicas de pastoreo adecuadas, regenerando antes zonas que se encuentren en deficientes condiciones. Debe ser cuestionada la productividad de los rebaños en zonas de difícil pastizaje y fuerte sequedad. La carga ganadera por hectárea debe bajar haciendo una selección del ganado, en productividad, con lo que obtendremos un producto de más calidad, una economía pastoril moderna.

La casta de pastor se encuentra con el problema de la continuidad debido a la edad media alta de los pastores y a la falta de continuidad de los jóvenes bien por escaso interés o por la poca seguridad que el pastoreo presenta. Las difíciles condiciones de vida del monte aunque la protección que los últimos años tiene la actividad por parte de la Administración está contribuyendo a su crecimiento.

Ese pastor con su andar cansino y solitario, tiene sus mandamientos (en tono jocoso):

El primero: Hincar la raspa en el suelo.

El segundo: comerse los sembraos de to el mundo.

El tercero: Matar la res con más sebo.

El cuarto: Que no se le termine el hato.

El quinto: No decir la verdad ni a Dios ni a Cristo.

También son objeto de cierta marginación:

Los pastores no son hombres

que son burros y animales

que comen de las gamellas

y cagan en los bancales.

Los ganados eran, generalmente, atajos pertenecientes a los mismos agricultores y no solían ser tan grandes y concentrados como las modernas explotaciones ganaderas actuales. Por esto recorrían la sierra, de cortijo en cortijo, cuadrillas de esquilaores y cardaores. Su labor era fundamental para poder hilar la lana con la que aún hace pocos años, se tejían numerosas prendas, algunas de las cuales hemos visto conservadas.

3.8. EL HORTAL.

El elemento antrópico es muy notable, de modo que a lo largo de los principales ríos y arroyos de esta sierra, podemos apreciar hermosas huertas, donde se conservan con su originaria fisonomía estas zonas de cultivo, las que tienen un marcado carácter de economía de subsistencia, de forma que los habitantes de estos lugares dependen prácticamente de lo que se produce en estos terrenos, lo que hace que sean utilizados y aprovechados al máximo, con un perfecto conocimiento de la agricultura, de las más tradicionales técnicas de cultivo y de las lucha contra plagas y enfermedades. Girando todo alrededor del agua, en una cultura mantenida durante siglos y posiblemente heredada de los árabes, que ya habitaron en estos lugares hace más de quinientos años.


La preparación de la tierra, la siembra, las plantaciones, el seguimiento de los ciclos de las plantas y la recolección son experiencias sin incógnitas para el serrano. Con mucha ligereza clasificamos los trabajos en manuales e intelectuales. Nosotros, desde luego, no sabríamos catalogar esta brega, este quehacer, esta creación consistente en cultivar, cuidar y hacer dar fruto a las plantas.

No son pocos los saberes que encierra: conocer las condiciones ambientales, clima, suelo; la dirección de los vientos dominantes de la región y sus velocidades para amparar" el hortalucho" por medio de setos y cortavientos; preparar y proteger los semilleros y plantas. Las hortalizas requieren por lo general un clima cálido-templado, de ahí que se elijan terrenos expuestos al mediodía o poniente, nunca al norte porque ellos saben que la luz es un factor esencial para el crecimiento en las plantas; de ahí que para el replanteo del huerto elijan las zonas más iluminadas de la parcela. Debido al tamaño de las parcelas, a su situación lejos del cortijo y muy empinada, al tipo de explotación de autoconsumo, la mecanización está lejos de producirse. El "coche de sanfernando" o el "dos celindros" son los ejemplos. Ambas hacen crujir "los muelles de la vida" dicen los "labraores": la azada, el arado de tracción animal, el escavillo, pico y pala, etc.

Pero donde el serrano demuestra su sabiduría de siglos es en el trazado de los "caballones": la patata, la habichuela, la remolacha, el pimiento; cada planta requiere un tipo y todos calculados para que la inclinación del terreno permita su riego por inundación con facilidad. Por lo general son huertas orgánicas, naturales y económicas que apenas introducen abonos que nos sean naturales ("basura" de oveja) porque son expertos en tres principios fundamentales: Asociaciones de plantas, rotación adecuada y abonos orgánicos.

En estos recoletos y quebrados terrenos parece haberse logrado conciliar propósitos estéticos, ecológicos y recreativos: desde ellos contemplamos el espectacular paisaje circundante de montañas y el estrecho valle que anuncia la proximidad del arroyo, regato o fuente próxima. Chopos, nogales, manzanos, perales, cerezos, membrillos, zarzas, mimbres rodean el hortal: La patata, el boniato, calabacín, calabaza, pepino, acelga, garbanzo, habas, cardo, tomate, pimientos, lechuga, brécol, escarolas, fresas, cebolla blanca, ajos, coles, berza, coliflor, habichuela moruna, mocha colará y blanca, remolacha, perejil y rábanos.

Esparcidos azarosamente crecen el orégano, la mejorana, rabo de gato, poleo y miles más

El hortal es un espacio vital donde se mitigan todas las violencias. Nosotros cuando vemos cultivar las huergas y atisbamos cosechas venideras, nos embriagamos con su exhuberancia y experimentamos cómo parecen diluirse todos los conflictos, propios y ajenos. Compartiendo con mis vecinos serranos sus experiencias de hortelanos, haciéndonos partícipes de sus descubrimientos y contestando a las preguntas que agitan nuestra imaginación, creemos avanzar hacia la conquista de un espacio de paz.

Son las «hortalizas» o «verduras» los primeros alimentos que el ser humano tuvo a su alcance para saciar su hambre. A su «no hostilidad» (a diferencia de lo que ocurre con la ganadería) se une la ventaja de su enorme «diversidad». Y aún una tercera: siempre, a lo largo del año, y cualquiera que fuese el clima, existe una u otra variedad. Por no hablar del atractivo de su diversidad cromática... No exageramos si decimos estar ante los míticos «Jardines colgantes de Babilonia», una de las siete maravillas del Mundo Antiguo.

Resulta curioso que el hombre esté aprendiendo ahora, con el paso de los siglos, a aprovechar eficazmente (desde el punto de vista culinario, dietético, agronómico, sanitario, etc.) las hortalizas y es enormemente instructivo comprobar cómo en estos contextos serranos se utilizan y se alimentan de todos y cada uno de los elementos estructurales de que se compone una planta.

Uno de los árboles más abundantes es la noguera. Las producciones van encaminadas a la obtención de madera, nogalina y nueces.

Mención especial merece la nuez serrana que por el sabor y calidad de su fruto ha alcanzado cotas importantes de mercado tanto en el comarcal como fuera de él en la zona de Murcia y del Levante español. Se encuentra este producto con una serie de dificultades para la comercialización entre las que podemos destacar: Ausencia de tratamiento contra plagas y enfermedades de los árboles adultos, que daña la calidad del fruto, producción muy atomizada con pequeñas e irregulares plantaciones propiedad de muchas familias, ausencia de una estructura organizativa superior que ayude a planificar la oferta y a mejorar el nivel contractual.

3.9. LA EXPLOTACIÓN FORESTAL.

Los montes eran una importante fuente económica. Pueblos como Elche de la Sierra, Yeste, Siles, Segura de la Sierra, Santiago-Pontones, Puebla de Don Fadrique o Moratalla han tenido en él recurso remarcable, una fuente de materias primas, unas veces a costa de su existencia y, otras, por la corta.

Los trabajos derivados de la explotación forestal son un gran conjunto de actividades, profesiones y oficios que podrían incluir tanto al leñador como el ingeniero.

Como muestra extraemos el cuadro que confeccionó Idáñez de Aguilar para la Revista «Demófilo», núm. 14:

01.- Aserraores Cortas árboles, aserrar madera

02.- Hacheros Labrar las piezas

03.- Pelaores Pelar troncos

04.- Ajorraores Sacar troncos y madera del monte

05.- Pineros Trasladar madera por ríos

06.- Resineros Resinar los pinos

07.- Esencieros Destilar esencias de plantas aromáticas

08.- Carboneros Fabricar carbón

09.- Leñadores Hacer y vender leña

10.- Carreteros Portear madera en carretas

11.- Arrieros Portear madera en bestias

12.- Pegueros Elaborar alquitrán y pez

13.- Mereros Elaborar y vender miera

14.- Aladreros Construir carros y carretas

15.- Alimañeros Cazar alimañas

16.- Aperadores Hacer aperos de labranza

17.- Cadiceros Sillero, fabricar sillas

18.- Cuchareros Hacer cucharas y utensilios

19.- Seteros Recolectar setas silvestres

20.- Pastores Criar y guardar ganados

21.- Herbolario Recoger hierbas medicinales

22.- Cazadores Capturar y matar animales

23.- Pescadores Capturar peces en los ríos

24.- Guardas Vigilar el monte

25.- Carpinteros Trabajar la madera

26.- Mieleros Explotar colmenas de miel

27.- Peluseros Recoger la pelusa de los pinos

Los aserraores, como los demás oficios, tenían sus ciclos a los cuales se adaptaba la forma de vida. Dividían el año en cuatro épocas, separadas por las fechas de Feria, Pascua, Semana Santa y San Juan. Cuando llegaban a la sierra la época de engancharse al tajo, se sorteaban los tronzones y cada cuadrilla se instalaba en la demarcación que le había tocado. A continuación se levantaban los chozos, resistentes al frío y la ventisca. La faena duraba tres o cuatro meses, durante los cuales cada ocho días llegaba el hatero con las provisiones. Los ajorraores con sus pértigas y parejas de mulos recién herrados, bajaban los troncos por las escarpadas laderas del monte a los caminos o carriles en donde se puedan cargar.

El conjunto de operaciones que integran un aprovechamiento maderero parte del apeo o derribo manual. Con toda una extensa batería de herramientas manuales entre las que destacan hachas y sierras. Desde hace años la motosierra ha ocupado este espacio.

Tras el apeo se procede al desramado y despunte (pelar el pino), labor que aún se hace mayoritariamente con hacha. Queda el pino preparado para el tronzado y su reunión y apilado para el transporte o desembosque o saca de la madera. Esta tarea se realizaba con caballerías y ahora aunque se siguen empleando han sido sustituidas por grandes tractores de cadenas. En lugares de difícil acceso se han usado desembosques mediante cables aéreos.

El bosque presenta una gran gama de aprovechamientos (con su capacidad de generar empleo) que o se han perdido o están en vías de desaparición. En la relación siguiente están expuestos los más destacados aprovechamientos: de resinas, apícola, de plantas aromáticas y medicinales, de setas y trufas, de residuos forestales (leñas, astillas, ...), de la caza, de los pastos, del esparto, de frutos forestales, del mimbre, de áridos, de enclavados agrícolas, del carbón vegetal.

3.10. OTRAS ACTIVIDADES.

· La arriería sobre todas las actividades cumplía con su función de comunicación y así como los gitanos marcaban el rumbo en la vida de Macondo, las recuas de mulos y burros con su liviano al frente haciendo sonar, nervioso, su picota señalaban el discurrir serrícola con su cantar:

Arrierito que no canta

aparejando la recua

es que le falta dinero

o no le salen las cuentas

La siega del espliego y la producción de su esencia representaba una actividad abundante en verano que significaba un ingreso en las siempre raquíticas arcas. Una ingente muchedumbre acudía con sus arrobas de espliego de las abundantes calderas, situadas estratégicamente. Estas calderas están hoy reconvertidas en aljibes de agua para el riego del hortal.

Otra faena de mucha importancia y calidad la constituía la producción de cal. Abundan las caleras por doquier. No es de extrañar la fabricación de un material tan necesario como la cal debido a la extraordinaria calidad y abundancia de las calizas.

Respondía casi siempre su construcción a las necesidades domésticas y pocas veces a la producción para la venta. Era un horno de pared circular, de piedra caliza, típica de esta zona, construido y enterrado en un montículo de la tierra dejando solo al descubierto la parte frontal en que estaba situada la puerta, flanqueada por unas pequeñas paredes que sujetaban la tierra a los lados haciendo abrigo. Este tipo de horno requería una persona para «encañar» el horno.

El proceso de fabricación era muy simple y se servía de los materiales del entorno; a una capa de madera le sucedía una de piedra, otra de madera, otra de piedra y así sucesivamente hasta llenar el horno. Dependiendo de la madera, generalmente encina o roble, la calidad de la cal variaba. El tiempo de combustión solía durar alrededor de cinco días y precisaba entre diez y doce carros de leña.

Restos de una calera

La recogida de la madera resinosa ha sido desde tiempos remotos una actividad muy ligada a la necesidad de iluminación. El pinus pinaster es la especie más resinera, es de color verde oscuro, con denso follaje y acículas largas. También se denomina a la resina miera por los naturales de la comarca. El nombre de resinero lo recibe quien se dedica a extraer la resina de los pinos del monte. Era un campesino que compartía esta actividad con la agrícola. Eran llamados picadores y remasadores a los que se encargaban de recoger y envasar el producto.

Las sucesivas tareas que comprende el proceso empiezan por la preparación, desconchar una parte del pino o esroñar. Luego se colocaban unas chapas y encima el mortero que recogerá la resina. Después se procede a picar el pino, hacer un surco para que escurra. Cada 15 o 20 días se recogía la resina y, por último, había que barrascar el pino, limpiar la resina seca del goteo. De su industrialización se obtenía el aguarrás y la pez griega.

Disposición de la carbonera.

1.- La camá

2.- Los tastes

3.· Árgumas, sarojos y orcinas

4.- Leña menuda

5.- Los Céspedes

6.- Capa de tierra

No son pocos los topónimos serranos que incluyen la palabra peguera. Reflejo de una actividad muy extendida. Las pegueras eran unos hornos para la extracción del alquitrán vegetal situados en lo más hondo y feraz del bosque donde asegurarse materia prima copiosa: la tea del pino. El trabajo era desarrollado en dos temporadas: primavera y otoño. El oficio se transmitía de padres a hijos o bien de aprendiz en las cuadrillas. Generalmente esta actividad estaba regida por una norma muy respetada: nadie podía repetir la quema de tea sin que lo hubieran hecho los más necesitados. El horno era parecido al de una calera con una profundidad de entre 4 y 6 metros y un diámetro de unos 4 metros que aceptaba unas 40 o 50 cargas de leña. Se construía con paredes de piedra, con forma de tinaja y bien "ehjarrao" por dentro con barro. La tea se extrae de los tocones de pino, es decir, de los restos de las cortas de pinos, lo que queda dentro de la tierra que durante años sigue acumulando resina que viene de las inmensas raíces ocultas que siguen vivas. Esta es tarea dura, fatigosa, lenta.

Se calienta el horno con leña y se arma el horno o encañar. Desde dentro se van colocando los haces de tea en espiral, alrededor de las paredes, como si fueran arenques, dejando una canal en el centro. Se prende por la boca y tras tres o cuatro días con sus noches, relevándose, procuran que no se apague y se corte la destilación del alquitrán natural o pez. Un proceso similar era el de la obtención de la miera sólo que de las partes bulbosas, raíces y cepas del enebro.

La obtención de carbón de madera ha venido siendo habitual en nuestros montes desde tiempo inmemorial aunque siempre con un condicionante de clandestinidad ya que la mayoría de los árboles eran maderables y por lo tanto tenían propiedad del estado. No se puede negar que esta febril actividad pudo ocasionar daños graves en los bosques de todo el territorio.

El carboneo fue siempre en estos contornos una actividad artesanal más. Una dedicación cuyo producto tenía como salida principal los consumos domésticos o de pequeños talleres particulares. A partir de la década de los cincuenta del pasado siglo la extensión de otras fuentes sustitutivas de energía y el control de las talas, junto con la emigración, produjeron el abandono de este oficio. Hoy en día estamos ante una práctica abandonada. Con la ayuda de testimonios y de la trascripción de entrevistas trataremos de revivir aquel viejo oficio. En el lugar elegido se cortaba la madera hasta un promedio de doce carros, y se acarreaba hasta una hoya que se hacía en un claro del bosque explanado a pico y pala. El diámetro era según las cargas: tantos carros, tantos pies de diámetro. Entonces se armaba la carbonera.

Se cogían ramas que se colocaban en la base para que la leña no tocara el suelo porque trozo de leña que pisaba en el suelo, ese se quedaba crudo. Se hacía una buena camá de una cuarta o más. Después se colocaba todo... Primero se colocaba una fila... todo empinao. Se levantaban dos pisos de trozos de madera en posición vertical y desde dentro hacia afuera. Después había que tapado todo. El campo para adentro y la tierra para afuera. Todo a azada. En la parte central superior se dejaba un hueco sin tapar para prender. Y, al día siguiente, se iniciaba la cocción. Se cogía con muy poca cosa cuatro palos, cuatro rastrojos y unas arfumas se prendía. Se echaba después unos cestos de teas de pino y tapabas por arriba. Se tapaba la boca con ramas y tierra. Se cogía con una vara puntiaguda y se pinchaba por los lados en filas, para que escupiera el humo afuera. El humo debe ser de color azulado y no salir llama por los agujeros. Si esto ocurría la carbonera se prendía y podía arder y perderse el carbón ya cocido. Como se ve, la cocción se hacía de arriba a abajo, descendiendo hasta finalizar en la base al quinto día de haberse iniciado. Total que cuando se hacía tendría metro y medio de altura o dos metros y cuando se saca el carbón se quedaba en poco más de un metro.

Desde la tala y corta hasta el día de prender, el carbonero pernoctaba en su casa, pero durante la cocción debía quedarse a dormir en el monte, junto a la carbonera, en permanente vigilancia. Cocida la carbonera se procedía a sacar el carbón. Se dejaba una noche. Al día siguiente se iba sacando y esparciéndolo con un rastrillo. El carbón se hacía con toda clase de madera fresno, álamo, sauce, acebo. Lo mejor para el carbón era el roble y la encina. El carboneo era una dedicación temprana, desde que el niño tenía fuerzas salía a los montes. El aprendizaje era, por tanto, por inculturación dentro de la familia. Todo el proceso -tala y corta de la madera, prender y controlar la cocción, abrir, enfriar y cargar el carbón- llevaba una quincena o algo más.

Un trabajo ya desaparecido hace años es el de los pozos de nieve. Comenzaba a finales del invierno o inicios de primavera con la últimas nevadas -dicen que la nieve de marzo era la mejor porque su textura y el ser tardías les permitía llegar mejor hasta el verano Durante varios días cuadrillas de hombres se encargaban de recoger la nieve mediante espuertas y capazos y llevarla al interior de los pozos donde con la ayuda de grandes mazas de madera era prensada y compactada hasta convertirla en hielo. Este duro trabajo solo podía ser soportado mediante frecuentes descansos ante una hoguera que permanecía todo el día encendida en la pequeña choza de piedra que se construía junto a casa pozo de nieve. Una vez lleno el pozo el preciado elemento se aislaba del exterior mediante una gruesa capa de material vegetal (sobre todo aulaga morisca) y otra superior de tierra arcillosa apisonada. El pozo quedaba así sellado hasta el momento de abrirlo. Ya en verano, cada conjunto de pozos contaba con un encargado que pasaba casi todo el tiempo junto a ellos con la misión de vigilarlos y de vender la nieve. Bien caída la tarde se abría el pozo y la nieve era cortada en grandes bloques, que se metían en serones especiales, totalmente recubiertos de una fina paja llamada tamo que hacía de aislante. Una vez preparada la carga, ésta se disponía a lomos de fuertes caballerías y era transportada por los arrieros.

El transporte se realizaba siempre durante la noche para evitar las altas temperaturas, manteniéndose bien aislada y en lugar fresco durante el día si el viaje así lo requería por la distancia. Ni que decir tiene que en los casos en que así ocurría los pesos de salida y llegada del producto llegaban a tener importantes diferencias.

Las matanzas que movilizaban, y lo hacen aún, cada otoño a cientos de personas que recorriendo las veredas de cortijo en cortijo se prestaban una valiosa ayuda. La matanza proveía de carnes, embutidos y grasas la despensa; aseguraba la comida para el año siendo en tiempos no muy pasados una forma fácil de abastecerse y clave en la economía del hogar.

¡ Ay de aquel, que no podemos vivir sin el !

En vísperas de la matanza se preparaban los avíos de aliños graduados según las arrobas del cerdo que se sacrificaba: pimentón murciano, pimienta blanca y negra, cominos, orégano, canela, ajos, pimientos secos, muchas cebollas, almendras, clavo, huevos, pan mollúo, perejil, sal,… Se adquirían mazos de tripas en sal que eran sometidas a un laborioso lavado en los arroyos, se limpiaban las calderas, la maquinaria embutidora de tracción manual, los embudillos, el camal, los lebrillos y orzas, las tenazas, las "rodillas" (paños), los ganchos, la "latas" para colgar, las calderas, ... Se afilaban los cuchillos, se apilaba la leña... : Hay tres días en el año que se llena bien la panza, jueves santo, viernes santo y el día de la matanza.

No podemos dejar de mencionar una actividad básica en la alimentación del serrano: Las conservas de frutas y hortalizas. En las tardes aún cálidas del otoño, finalizada la recogida del hortal, un sinfín de tarros de vidrio y botellas se llenan de mágicos y variados tipos de conservas que darán su fruto en los duros días del largo invierno.

Los "otros"

Desde el mes de septiembre, se está a la espera de una que otra nube otoñal, para poder pensar en los guíscanos, que nacerán en los montes hacia el mes de octubre. "Que llueva y que no haga frío", se oye mucho decir. Y cumplido este deseo de todos, es cuando grandes y pequeños pueblan el monte, con la ilusión de encontrar algún rodal, o bien acudir a los rodales secretos que van pasando de generación en generación y que se ocultan celosamente a los demás. Otra imagen tenemos en las noches lluviosas del mes de mayo, mirando a la huerta y en donde sólo veremos el resplandor de faroles, candiles o linternas de los buscadores de caracoles. Estos productos también son sometidos a distintos procesos con objeto de conservarlos para el resto del año.

Los "otros"

Tampoco podemos olvidar la producción de la tradicional mistela: se tuesta miel con sumo cuidado para que no se queme -lo mejor es el fuego de leña. Luego se le va añadiendo azúcar hasta que todo esté bien tostado. Se incorpora un cocimiento de manzanilla, matalauva, cáscara de naranja, café en grano y canela en rama; cuando esté frío se añade a una cantidad al gusto de azúcar derretido que trabajosamente hay que diluir. Luego, en frío otra vez, se le echa el aguardiente serrano, al gusto.

En los últimos años, el hermano Benito, con la eficaz ayuda de su reala de perros, ha sabido aplicar a la Sierra los saberes aprendidos en sus años de emigración en los Pirineos catalanes para convertirse en el mayor experto en la búsqueda de la trufa, manjar que no comprendemos cómo aún no se consume en Andalucía y que confiere a la cocina en general, un sabor y textura inigualables.

Los "otros"



Nota sobre los autores sacada de la solapa de la portada del libro

Jose Luis Garrido González. 1947. Cursó estudios de Magisterio en Jaén y de Historia Contemporánea en la Universidad de Granada. Se doctoró en Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
Su vínculo con la Sierra de Segura se remonta a finales de los 80 cuando encontró en ella su "paraíso perdido"

Jose Luis Garrido Sánchez. 1974. Se licenció y doctoró en Ciencias Biológicas en la Universidad de Jaén. Los espacios naturales y concretamente en la Sierra de Segura, fueron lugares que le ayudaron a compaginar trabajo y holganza.

Ambos se han enriquecido con las vivencias excepcionales que dicha zona y sus gentes les han regalado, sintiéndose partícipes en lo positivo y en lo negativo.


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