Anécdotas campesinas

ANÉCDOTAS CAMPESINAS

Breves historietas con sabor serrano.

Memorias de casos anecdóticos de mí niñez y otros sucesos memorables, adobados con unas gotas de humor.

Hay una dedicatoria manuscrita

A mi querida familia:

Mi abnegada esposa,

Mis ocho estupendos hijos y

Mis adorables ocho nietos

Con todo mi cariño y amor paternal.

Sebastián

Cortijos Nuevos, 19 – 3 – 2000

PRÓLOGO y DEDICATORIA

El presente cuaderno, que no tengo la menor intención de editar en un libro impreso, por considerar su contenido carente de mérito para ser publicado, pienso que a nadie fuera de mi familia le podrá interesar, al tratarse de sucesos simples; la gran mayoría dentro y en el entorno familiar. Es un conjunto de relatos cortos, de casos vividos entre mis hermanos y yo, o que de alguna manera hemos intervenido en ellos, aunque los principales protagonistas hayan sido otras personas, casi siempre familiares.

Incluyo también algunos sucesos ocurridos entre otros parientes o amigos, por considerarlos impregnados de un desenfadado humor, de los que en su tiempo tuve conocimiento y retengo en la memoria.

Poquísimos son los casos protagonizados por personas ajenas a mi familia. He insertado alguno por parecerme gracioso y simpático, aunque yo no haya sabido narrar1o con su original sal y especia, sin desvirtuar su verdadera esencia y naturaleza.

Todos son hechos reales, ocurridos tal y como se narran. Queriendo ajustarme a lo sucedido estrictamente para no desnaturalizarlos, no les he añadido ni cambiado nada, por lo que carecen de la amenidad y el gancho normales en las historias novelescas.

Me ha movido a escribir este manojo de folios, únicamente el interés de que vosotros, mis descendientes, conozcáis los sucesos, por algún detalle mas significativos de nuestra vida del ayer.

MIS INGENUIDADES INFANTILES.

ENOJOS CON LAS COMIDAS

Cuando mis hermanos y yo éramos niños pequeños, solíamos reñir entre nosotros y enojarnos muchas veces a la hora de las comidas, y aunque tuviéramos hambre decíamos que no queríamos comer. Era la manera de protestar y manifestar nuestro enfado y desacuerdo el uno con el otro. Y mi padre q.e.p.d. adquirió la costumbre de quitarse el cinturón de cuero y ponérselo sobre los muslos durante las cenas, que era la comida en la que nos reuníamos toda la familia, pues durante el día, tanto mi padre como los chiquillos varones, comíamos en el campo al lado del trabajo y cuidando de los animales. Y cuando alguno nos negábamos a comer, solía decirnos:"Antes de que yo tome tres cucharadas, tienes que estar comiendo", y si no lo hacíamos, teníamos el correazo seguro.

Por este motivo nos pegó poquísimas veces; porque con un cintarazo nos hacía guardar buena memoria para mucho tiempo. Cualquiera de nosotros, el enojado que hubiésemos dicho que no queríamos comer, cuando oíamos la severa conminación de las tres cucharadas, las contábamos, y a la segunda ya nos poníamos a comer sin más requerimientos.

En una ocasión, una noche no recuerdo por qué motivo, yo me enojé y dije que no comía para que se dieran cuenta de mi disgusto, pero yo tenía hambre; estaba esperando y deseando que mi padre, como otras veces hacía, me dijera las repetidas palabras de las tres cucharadas para empezar a comer; el estómago me lo pedía pero en aquella ocasión mi Padre se hizo otras cuentas se hizo el distraído, no me dijo nada, y yo por no dar mi brazo a torcer, por no rendirme yo solito, que me resultaba vergonzoso, me acosté sin cenar, y con bastante hambre.

Aquella fue la lección más memorable y eficaz. No volví a enojarme con las comidas.

LAS HABICHUELAS DEL ARTUÑÍO

En tiempos pasados, durante mi niñez y hasta pasada mi juventud, tanto los mayores como los niños no podíamos estar o ser tan delicados para las comidas como lo estamos en la actualidad; que sobre todo a los niños y jovencitos no les gustan la mitad de las comidas; a los niños tienen las mamás que porfiarles y hasta hacerles promesas bonitas e interesantes para hacerles comer, y solo sus platos preferidos.

Antes estábamos deseando que llegara la hora de comer, y devorábamos todo lo que nos ponían (salvo en los enojos) sin que nuestras madres tuvieran que hacernos ruegos en absoluto. Sabíamos que no había sustitución; comías del menú del día o te quedabas sin comer. Lógicamente no nos gustaban igual todas las cosas; algunas, muy poco o nada.

En mi propio caso, cuando era niño de corta edad no me hacían gracia los andrajos ni las habichuelas morunas que se cogían tiernas con sus vainas, se enristraban para secarlas, y ya bien secas se guardaban para potajes durante todo el año.

Estos potajes no me gustaban así con las vainas, yo las llamaba "farfollas" y eran las que yo no quería, pues los granos sí eran para mi y siguen siendo muy apetecidos. No obstante me las comía siempre, aunque protestando; no había otro remedio.

Mis padres y hermanos mayores, para que me conformara, trataban de convencerme argumentado que eran del Artuñío, y que las habichuelas de aquel lugar eran exquisitas y no tenían tantas y tan duras briznas como las criadas en otros parajes.

El Artuñío era un lugar en el fondo de un barranco en el término de Santiago de la Espada donde tenían tierras de regadío algunos parientes de mi padre, donde efectivamente producían habichuelas, garbanzos y otras hortalizas de muy buena calidad, pero para mi, aquellas "farfollas" eran igual que las otras.

Los referidos parientes poseían sus rebaños de ovejas, las que como todas en la Sierra de Segura, en los parajes más altos y fríos, trasladaban durante los inviernos a Sierra Morena por ser mucho más cálida.

Y por tal motivo, cuando viajaban a buscar los invernaderos, bien a pie o en caballerías, pernoctaban en nuestro cortijo, término de Hornos, y como compensación por la pobre posada que se les podía ofrecer, agradecidos, solían traernos de regalo alguna ristra de las famosas habichuelas que yo maldecía, y todos traían igual; alguna ristrilla de habichuelas, y quizás algunas sí serían del famoso Artuñío, pero yo pensaba que era un camelo o pamplina que no me convencían. A ninguno se le ocurría traer garbanzos o patatas, que las de allí son excelentes y a mi me gustaban y me gustan muchísimo.

Los andrajos me gustaban menos que las "farfollas", y en estos no había engañosos argumentos para convencerme a comerlos por las buenas; solo había la correa de mi Padre, o la privación de otro manjar.

INOCENTE AUTOCULPADO

Desde los seis años de edad hasta próximo a cumplir los diez, desempeñé el cargo de marranero en el cortijo Haza del Moral, lugar donde por primera vez vi la luz del mundo, pero antes de dicha edad, siendo el porquero mi hermano Gabriel, al que yo seguía en el orden de fecha de nacimiento, en alguna ocasión ya me fui entrenando en tal ocupación.

Y un verano, cuando mi padre q.e.p.d. cultivaba sus tierras de Poyotello, se desplazaron mi padre y mis hermanos mayores a la dicha aldea de Santiago de la Espada para hacer allí la recolección de los cereales. Mi hermano mayor Juan-José ayudaba a segar y a los acarreos, y Gabriel andaba al cuidado de los cerdos mas jóvenes y ágiles que se los llevaron para que aprovecharan las espigas que siempre quedan en los rastrojos.

Mi madre, que en Gloria esté, se quedó en el cortijo conmigo y el mas pequeño de sus frutos habidos hasta entonces, el que me seguía a mi, Salvador. Yo cuidaba de una cerda destinada a la reproducción, que por estar preñada en avanzado estado, la dejaron en el cortijo; pues no habría resistido la larga y dura caminata para el traslado con los demás cerdos. En mi cortísima edad, yo no me retiraba del cortijo; andaba por los alrededores bajo la constante vigilancia de mi madre.

Una mañana estando en la era con mi cerda, mi "Arrebola", (nombre con el que la llamábamos por ser de color rojizo,) se me presentó un hombre de una próxima cortijada, y con cara de pocos amigos, al menos, así se me mostró aquella inolvidable mañana, me dijo que la cerda que guardaba le había hecho un daño importante en un rodal de patatas que tenía sembradas en su finca al lado de la nuestra.

El no la había visto ni era verdad, pero el así lo pensaba y quería que mis padres le pagasen el daño causado. Yo me negaba porque sabía que mi cerda no había llegado allí, pero el me asustó tanto con terribles amenazas, hasta decirme que me llevarían amarrado la Guardia Civil si seguía negándome, hasta que consiguió que yo, llorando como una parra cuando se poda en primavera, dijera lo que el quería: que mi cerda había hecho el daño.

Entonces me dejó a mí con mi inconsolable llanto y siguió a decírselo a mi madre para que le pagara el daño en sus patatas. Mi madre sabía que era imposible que hubiéramos llegado tan lejos, ni yo ni la marrana, porque ella estaba siempre a la expectativa, y los dos vinieron hasta donde yo permanecía temblando y aterrorizado. Cuando yo vi a mi madre a mi lado volví a negarme rotundamente porque ya no tenía miedo, sentía el infalible amparo de mi progenitora, y me afirmé en la verdad.

El hombre enfurecido ante mi firme negativa, parecía un demonio mas que una persona, pero no pudo conseguir su propósito.

Luego supimos que el daño lo habían hecho cerdos de otro cortijo no muy lejano del nuestro, y aclarado, a nosotros ya nos dejó en paz.

VENDER EL MULETO

En los primeros años de mi infancia que yo recuerdo, en nuestro cortijo no teníamos cabras. Mi padre no era amante de estos animales a pesar del excelente alimento que pueda ser la leche que producen.

Yo veía que los vecinos de los cortijos inmediatos sí tenían sus cabras, y a mí me gustaban y tenía deseos de poseer una cabra. Me obsesionaba con la idea de convencer a mi padre para que la adquiriese. Un día conversaba mi padre con Esteban, el guarda del coto de Puerto Cecilia cuando se aproximaba el tiempo de las matanzas, y oí que dijo Esteban a mi padre: "El cerdo que tengo cebado para matarlo es muy pequeño para la familia que ya nos juntamos en mi casa, pero mataré el cabrote para hacer mas chorizos, y así nos arreglaremos".

Al retirarse Esteban, el guarda, y quedarnos solos mi padre y yo en el campo, recordando las palabras del guarda, propuse a mi padre que le comprase a Esteban la cabra antes de que la matara, en estos o parecidos términos: "Comprele usted la cabra al tío Esteban; es lástima que la mate, y aunque él dice un "cabrote" quizás sea una buena cabra". Mi padre me argumentaba que no tenía dineros, a lo que yo ingenuamente respondí: "No valdrá tanto la cabra; mire usted como el hermano Emilio y casi todos tienen cabras. Continuó él: "El hermano Emilio es rico y tiene muchas pesetas. Yo: "Venda usté el muleto que le den muchas pesetas pa ser gjico". Así pronunciaba yo entonces la rr.

Aquella ingenua frase de "venda usté el muleto y que le den muchas pesetas pa ser gjico, para decir rico, permaneció en la memoria de todos los miembros de la familia y me la repetían cada dos por tres.

Como queda dicho, durante mi niñez yo no pronunciaba la R doble. Algún defecto tendría, porque una mujer mayor que asistió a mi madre en mi nacimiento, dijo que tenía un frenillo, y quería cortármelo con tijeras, pero mi medre, pienso que con buen juicio, no se lo permitió por si me hacía alguna fechoría.

Paco, de mi edad aproximadamente, era hijo de un primo de mi madre residente en el Polvillar, y nos reuníamos con frecuencia. Este niño tampoco pronunciaba la rr, pero Paco, el tal fonema de sílaba directa, lo hablaba sustituyendo la R doble por ele, elle, o Y griega, y entre nosotros dos, discutíamos corrigiéndonos uno al otro. El decía: "Mira los buyos de los alleros", para decir los burros de los arrieros; y yo le corregía: "No se dice así, se dice: los bugjos de los agjieros".

Otra frase por la que discutíamos era: "Tiene el labo la mallana engollitao payiba"; versión de Paco. Y yo decía: "Tiene el gjabo la magjana engolgjitao pagjiba", para decir, tiene el rabo la marrana engolritao parriba. Y así andábamos continuamente discutiendo por innumerables expresiones.

Cuando un año hicieron su matancilla mis abuelos maternos siendo ya ancianos y con los hijos casados, mi abuela le dio al referido Paco una morcilleta para él, pues todos vivían en El Polvillar, y cuando su madre se enteró, le regañó al niño por haberla cogido, y el chiquillo, Paco, se disculpaba así: "Yo, coller y coller, y ella, agallame agalllame, hasta que me dio la moilla". Para justificarse diciendo que corría huyendo para que no pudiera darle la morcilla. Aquella frase de Paco, también se hizo célebre entre ambas familias

LA PINTA

Desde mi tierna infancia, según hablaba de mí mi misma familia, y su razón tendrían, yo me distinguía del resto de mis hermanos por mi acentuada ingenuidad y candidez. Mi buena madre solía llamarme Sebastianico, para distinguirme de mi padre, también llamado Sebastián. Yo pienso que así me calificaba como entre bueno y tonto; parte de cada cosa; o como un poco simple y sin picardía alguna. Es lo que para mi sincera opinión significa la terminación o diminutivo "ico".

Una tarde me enviaron a Cortijos Nuevos con algún encargo, y al verme una anciana muy conocida de mis padres, me preguntó que si yo era hijo de Sebastián y de la Adela. Al contestarle yo afirmativamente, continuó la anciana: "te he conocido por la pinta”. Yo ya no ignoraba el metafórico significado de “la pinta”, pero al llegar a mi casa, quise hacerme mas el ignorante, y con disimulada ironía pregunté: ¿Donde tengo yo la pinta? relatando lo sucedido con la anciana, lo que provocó las risotadas de todos. Tal concepto de ingenuo y simple tenían formado de mí, que ya no pude convencerles de que había sido una broma mía fingiendo ignorancia para ver su reacción.

AVENTURAS Y TRAVESURAS DE MI HERMANITO

"Pa ninguno ni pa nadie"

Todos cuando hemos sido niños, inconscientes de las consecuencias de cualquier acción imprudente hemos hecho alguna trastada, pero siempre ha habido, hay y habrá quien es mas lanzado y decidido, y quien es mas cobarde y tiene mas miedo. Pues mi hermanillo, el benjamín de la familia, era un niño de esos mas lanzados que no se pensaba dos veces las cosas para hacer lo que le venía a su vivaz imaginación, sin reparar en riesgos, y sin temerle a nada ni a nadie.

Tendría unos cuatro o cinco años cuando la primera cabra que yo conocí en casa de mis padre parió una chotilla muy bonita, con la que nosotros, los chiquillos estábamos muy ilusionados; principalmente mis dos hermanos menores. Ambos se disputaban la posesión de la pequeña cabritilla, tan mimosa y saltarina. Nos parecía simpatiquísima, un primor de animalito. Uno decía que la chota era suya, y el otro decía igual atribuyéndose, tanto uno como el otro la propiedad de la irracional criatura.

Un día, estando la pequeñita chota encerrada en un corralillo, el mas pequeño de mis hermanos, Patricio, se salió de la casa él solito para verla; abrió la puerta de la pocilga solo para contemplarla, porque soñaba con ella. El animalillo, al ver abierta la puerta, corrió para salir del encierro a la calle, y el chiquillo, por evitar que se le escapara, tiró rápidamente de la puerta para cerrarla, con la mala fortuna de coger la chota entra la puerta y el marco por medio del cuerpecillo del vulnerable animal, y allí cayó al suelo agonizando. Murió instantáneamente por el golpe recibido. El disgusto y decepción que sufrió el pobre niño es imaginable, tremendo. Temblando y lloriqueando entró en la casa donde estábamos todos esperando la comida y dijo tristemente; "La chota, ya, pa ninguno ni pa nadie", Frase que todos recordamos siempre con nostalgia y pena, de ver la amargura reflejada en el rostro del niño por el singular y desgraciado acontecimiento.

LA CAÍDA AL AGUA EN LA ALBERCA.

Por el año l933 ó 34, construyó mi padre una pequeña alberca en la fuentecilla mas próxima al cortijo donde vivíamos para lavadero y para regar un huertecillo con el caudal de la citada fuente con la que se llenaba resultaba demasiado escaso y había necesidad de embalsar, el agua. Cuando la alberca se llenaba el agua del débil manantial salía por una canalita a una teja que chorreaba fuera.

Mi referido hermano siempre muy aventurero y decidido se colocaba con un pie a cada lado de la canalilla cara a la balsa y, agachándose y estirando los brazos con sus manitas abiertas, empujaba al agua hacia la teja de salida para ver salir un chorro mas copioso. Como con las manos era poca el agua que hacía llevar a la canal para aumentar el chorro, recurrió a una esportilla que encontró allí vieja y desechada. Cogía la espuerta Con una mano a cada asa, e introduciéndola en el agua tiraba hacia la canal de salida, y así conseguía que el chorro fuera mayor. Pero una vez, la espuerta se le hundió mucho en el agua y cayó él cogido a la esportilla de cabeza al charco, donde se hubiera ahogado si no hubiese estado yo presente, que al ver lo sucedido me lancé a toda prisa, enfrentándome a un inminente peligro para ambos, al fin pude sacarlo. La alberca tenía solo un metro de profundidad, pero el niño contaba unos cuatro años de edad, y yo no llegaría a los diez, y ninguno sabíamos nadar.

EL PRIMER COCHE.

Este hermanito mío, último del clan familiar, tan arriesgado durante su infancia, era también muy ingenioso, simpático y con unas ideas muy singulares. Un día nos lo llevamos con nosotros, los mayores donde íbamos; unos a trabajar, y otros a guardar los animales, a una finca de olivar que teníamos al lado de la carretera de acceso a Hornos desde Cortijos Nuevos, en e1 Llano de la Dehesa. La dicha Carretera estaba recién construida, y aquel memorable día vimos circular por ella el primer coche en nuestra vida. Mi hermanillo, Patricio, que estaba sin hacer nada por ser muy pequeñito, fue, el primero en ver asomar aquel desconocido bicharraco, el automóvil y, corrió velozmente a plantarse en medio de la pista por donde había de pasar, para detener al coche y verlo bien, Yo que estaba próximo, inmediatamente corrí tras él, para apartarlo del peligro, lo cogí y lo retiré cuando pasó, el coche levantando la normal polvareda, y nosotros, todavía en la misma orilla de la calzada. A mi hermano, entre la velocidad del vehículo tan desconocido, el ruido del motor y el polvo que levantaba, le causaron tanta impresión y miedo, que después de aquella primera vez, cuando veía algún otro coche venir, corría como un desesperado huyendo por la ladera hacia arriba. Aunque no estuviera cerca de la carretera, no cesaba en su espantada subiendo para alcanzar la parte más alta de la loma, al punto más elevado. ! Qué cambio mas asombroso al de la actitud tomada la primera vez que vimos un automóvil!

EL BORREGO TOPOSO

Cuando a mi hermano el menor le llegó su tiempo, tal como a todos lo demás nos había sucedido, hubo de coger el empleo de marranero, haciéndose cargo no solo de los cerdos, sino también de una cabra, una oveja y las crías de ambas. Todos los hermanos varones tuvimos este principio en el cortijo donde nos criamos y habitamos hasta independizarnos. Aquella oveja crió un cordero al que le salieron sus cuernos, cosa muy normal en muchos borregos. Cuando el borrego fue creciendo, entre mis dos hermanos pequeños le enseñaron a topar, y cuando ya era grandote con los cuernos bien desarrollados, pegaba unos topazos terribles. Los machos ovinos generalmente son muy ciegos y fuertes para topar; en la peleas entre ellos, a veces llegan a matarse uno al otro antes de ceder y huir el mas débil como ocurre entre otros animales, y sería lo mas 1ógico.

Muchas veces, mis hermanos pequeños incitaban al animal a la pelea con engaños; le ponían una chaquetilla u otra ropa delante de un tronco de árbol o cubriendo un leño grande colocado verticalmente en el suelo, y el testarudo animal le pegaba el topazo al tronco con lo que mis hermanos se divertían, repitiendo una y otra vez con los engaños como hacen los toreros.

A medida que iba pasando el tiempo, fue creciendo aquel borrego topador, ya era casi un carnero, cuando un día estando mi hermanillo chico solo en el campo guardando su piara de animales, algo alejado de nosotros, pero donde lo estábamos viendo el borrego cornudo, al parecer harto de soportar la burla y los engaños haciéndolo pelear con los troncos de encinas, como si se hubiera dado cuánta de la diversi6n de la que era objeto, quiso vengarse y aquel día embistió con mi hermano pegándole fuertes topazos. El chiquillo viéndose perdido, para evitar que lo machacara al pegarle un topazo reaccionó hábilmente de 1a única forma que le fue posible abrazándose al cuello del animal, sujetándolo con denodados esfuerzos para que el borrego no pudiera seguir con su demoledora tarea, que hubiera podido causarle fracturas u otros graves, daños e incluso hasta reventarlo de un golpe. Y así, con al carnero cogido del cuello, comenzó a llorar desconsoladamente. Ya oimos nosotros sus lastimeros lamentos y, otra vez fui yo quien acudí en su defensa provisto de una vara fuerte con la que hice saltar y huir al obstinado y tozudo animal.

Pienso que el caso hace honor y es un fiel reflejo del contenido de unos versos que yo leí en mi niñez y que terminaban así:

“Es el mundo a mi ver una cadena / do rodando la bola / que el mal que hacemos en cabeza ajena, / refluye en nuestro mal, por carambola.”

EL CANTO DE LAS RANAS

Ya contaba yo trece años de edad, en el otoño de 1.936, cuando vinieron a trabajar con mi padre desde aldeas algo distantes, dos o tres obreros que le adjudicaron para ocupar a los parados arreglándoles los suelos a los olivos; apartando las piedras y alisando el terreno de debajo de los árboles para recoger mejor la aceituna que caía al suelo. Uno de aquellos jornaleros, Faustino, de el cortijo "La Tejera", cerca de Cañada Morales, excelente persona y un magnífico trabajador, alegre y complaciente; nos deleitaba imitando a las ranas en sus cantos, lo que hacía perfectamente, con afectuosa y grata sonrisa digna de admirar. Así pasaba y nos las hacía pasar mas agradables las duras jornadas de trabajo.

A mi se me ocurría de vez en cuando, en solitario probar a hacer como Faustino; imitar a las ranas en sus sonoros cantos, lo que nunca pude conseguir que me saliera bien por mas que me esforzara. Pero al intentar emitir ciertos sonidos como Faustino en tales imitaciones, sí observ6 que me salía la pronunciación de la R doble, que hasta entonces no podía o no sabía pronunciarla. En un principio, dichas pronunciaciones las emitía muy imperfectas, pero esforzándome, poco a poco me iban saliendo cada vez mejor, aunque no bien del todo. Estas pruebas las hacía cuando estaba solo en el campo. Recuerdo el día en que rebosante de alegría dije ya a mi familia cómo había aprendido a pronunciar bien las sílabas directas con rr diciendo algunas palabras, como burro y perro como ejemplo, con un sonido medianamente conseguido, Todos se extrañaron manifestando su alegría. Mi padre, para comprobarlo me pidió que dijera otras varias palabras con dicho fonema al principio y en medio de la palabra y, al oír la casi perfecta pronunciación, fue una gran sorpresa de júbilo para toda la familia.

Como es lógico pensar, fui yo quien mas me alegré, manifestando mi extraordinaria felicidad al compartir mi gozo con los que me rodeaban; pues; la alegría aumenta cuando es compartida de la misma manera que la aflicción y penas parece que disminuyen, haciéndose mas llevaderas al comunicarlas con quien se tienen alrededor.

Yo experimenté una inmensa satisfacción al sentirme libre de las ataduras de mi lengua. Pues cuando me fui haciendo mayorcito y tomé conciencia de mi defecto estaba acomplejado y procuraba evitar en la medida de lo posible hablar empleando las palabras que contenían la tormentosa letra R doble.

DULCE Y REBORONDETE

Un año tenían mis padres un trocito de tierra sembrada de melones junto al terreno de barbecho por donde casi todos los días andábamos los chiquillos al cuidado de los diversos animales que diariamente sacábamos a pastar al campo. En la orilla del pequeño melonar, al lado de la tierra sin sembrar se crió un melón, no grande pero con muy buen aspecto, de forma casi esférica, diferente a los demás melones, que como es mas normal eran de forma ovalada, por lo que aquel ejemplar era bien conocido. Por lo visto, todos en nuestro hogar nos habíamos fijado en aquel majo meloncete. Y un día que andábamos por allí mi hermano, el que me seguía a mi en edad y yo, no pudimos resistir la tentaci6n de probarlo; lo cogimos y nos lo comimos. Mi padre o alguno de mis hermanos mayores lo echaron de menos y cuando estábamos todos reunidos en casa a la hora de la comida, lo dijeron. Estaban comentando el caso, y yo permanecía muy calladito, con miedo por si nos regañaban si descubrían que habíamos sido nosotros los autores del hurto, porque habían notado la falta. Yo no quería declararme culpable ni me atrevía a negarlo, por lo que no decía ni una palabra. Fero mi hermano, el que había cooperado conmigo, y en realidad fue el promotor del hecho, tenía otro carácter como más liberal menos cobarde, no tenía miedo como yo, y se mezcló en la conversación como si él no supiera nada, y porque no sospecharan de él, preguntó: Pero ¿qué melón decís? ¿Aquel dulce reborondete?" Descubriéndose el mismo, porque cuando sabía que el melón era dulce, estaba claro que había comido de él. La prueba era inequívoca. Todos rompieron a reír culpándole por la citada expresión, mientras él, tranquilamente sin preocuparse nada, añadió "Es que el melón se veía que era de la casta de los dulces, pero yo no me lo he comido." Y así acabó el comentario entre risas y sin poder aclarar nada.

TRES EN UNO

En la vida campesina de hasta pasada la primera mitad del siglo XX, que ya es historia, no se acostumbraba a desayunar con el clásico café con leche y la media tostada o galletas, como actualmente se toma en la mayoría de los hogares. Había que enfrentarse a una larga jornada de trabajo duro, y este esforzado ejercicio conllevaba la imperiosa necesidad de ingerir un almuerzo fuerte, como lo era el trabajo de cada día. El almuerzo, normalmente consistía en una gachamiga, migas de pan o harina de maíz. En otoño e invierno estas comidas se alternaban con ajo de harina, de pan o de patatas, o unas patatas fritas a lo pobre. Las patatas fritas se ponían indistintamente para cualquiera de las tres comidas del día y en cualquier época del año, por lo que con frecuencia se hacían presentes en la mesa; pues la única y simple materia prima precisa, nunca faltaba en los hogares labriegos, y cuando se recibía la visita imprevista de algún familiar, era a lo primero que se recurría.

En una ocasión, siendo yo un chavalillo adolescente, viajé con mi padre al municipio de Santiago de la Espada de donde él era oriundo, donde tenía muchos familiares distribuidos por alguna de sus muchas aldeas. Pernoctamos en las Mesillas, pequeña cortijada (ya desaparecida) en la ladera Este del Almorchón, donde residía un hermano de mi Padre. A la mañana siguiente nos pusieron de almuerzo las socorridas patatas fritas. Nos fuimos mi padre y yo a Santiago para hacer unas gestiones en el pueblo, donde vivía otra pariente cercana, quien nos llamó a comer a su casa, y nos puso otras patatas fritas a lo pobre. Concluidas las gestiones aquella tarde nos trasladamos en nuestra cabalgadura a Poyotello, aldea natal de mi padre donde residía una cuñada suya, viuda de otro hermano, y para la cena, sin preguntarnos, nos hizo otras patatas de la misma manera. Así fue como se estableció el "tres en uno”; tres veces patatas en el mismo día. Se da la circunstancia de que a mí, una de las comidas serranas que mas apetezco son las patatas así, al montón como yo las llamo.

Hubiera sido distinto si en vez de las patatas, nos hubieran puesto las tres veces andrajos o potage de las farfollas referidas anteriormente; dos comidas que yo odiaba; pero así, fue un día placentero para mi a base de patatas fritas.

LA CERDA Y LA CORDERA

El primer oficio en el que me ocuparon u los cinco o seis años de mi llegada a este mundo, fue el de porquero, empleo que desempeñé hasta próximo a cumplir los 10 años, que me sustituyó mi hermano siguiente, Salvador, tres años menor, para yo ir a la escuela.

Un memorable día, estando en el campo; mis hermanos mayores, en sus faenas, y yo, al cuidado de mi ganado porcino, mas una oveja criando una bonita y juguetona corderilla, a la que todos mimábamos y acariciábamos como si de una criatura humana se tratara. Al mediar el día nos llevaron la comida desde el cortijo donde residíamos, a mis hermanos y a mi. Y cuando nos sentamos en el suelo con buen apetito dispuestos a devorar nuestra ración de cocido o potaje, observamos con gran sorpresa y terror, que la cerda grande de cría cogió a la borreguilla y la llevaba en la boca. El disgusto fue horroroso.

No había tiempo que perder; acudimos todos inmediatamente a coger la cerda para quitarle la cordera, lo que no era tarea fácil para nosotros, pero al fin, con denodados esfuerzos y mucho riesgo principalmente para mi hermano mayor, Juan-José, quien logró obligar a la cerda a abrir la boca y arrebatarle su presa viva. No llegó a matarla; sí le rompió varios huesos, pero sobrevivió, aunque quedó muy zámbiga, coja para siempre. Pero aquella desventura no vino sola; mientras nosotros estuvimos en la encarnizada lucha con la feroz marrana, el resto de los cochinos, que eran varios, dieron cuenta con ansia de nuestra comida rompiendo la vasija que la contenía y el trapo de envolver el pan que nos serviría de mantel.

La cordera la salvamos de una muerte inminente y sangrienta, pero a nosotros nos tocó quedarnos sin comer hasta que regresamos al cortijo aquella tarde infortunada y difícil de olvidar.

DONDE HAYA CUATRO, ARRANCAS CINCO

En esta comarca de la Sierra de Segura, hay algunas personas que con su buen humor muy característico de la gente campesina y sencilla, a veces, cuando están por hacer gracia y hacerse notar, dicen frases para que se entienda lo contrario de lo que pronuncian.

Un modesto labriego de un cortijo del término de Hornos, tenía a su servicio a un chavalillo, ya casi adolescente, bastante ingenuo. Estaban excavando melones amo y mozo, y yo ayudándoles, por ser de mi familia el dueño del melonar. Al sembrar los melones y otras hortalizas se suelen echar varias semillas en cada hoyito, aunque solo deba haber una mata, por si alguna no nace. Luego al excavarlas se arrancan las plantas sobrantes, dejando una sola o dos en cada hoyo, siempre se dejan las mas desarrolladas. Y el buen hombre, le dice al muchacho: “Donde haya cuatro, arrancas cinco, las mas grandes", Para que lo entendiera al revés. Pero el chaval quiso cumplir la orden tal como se lo había dicho, donde hubiera cuatro plantas no pudo arrancar cinco, pero sí iba arrancado las mas grandes, las mas crecidas, dejando en algunas casillas una plantita tan ruin que, casi no se veía. Al darse cuenta el amo de lo que estaba haciendo se enfadó un poco e intentó regañarle, mas yo, que había presenciado y oído las irónicas instrucciones dadas por el, me vi obligado a reprenderle diciéndole que la culpa era suya y no del chiquillo, quien estaba cumpliendo el mandato al pie de la letra en lo que le era posible.

BURRA QUE VA AL MOLINO...

Hasta mediado el casi extinguido siglo, si una chica soltera concebía y paria un hijo resultaba un tremendo escándalo, tanto que toda la familia, y principalmente los padres se sentían avergonzados y aterrorizados. Se daban poquísimos casos, pero se dio uno por los años de la década de 1os cincuenta en una joven muchacha de una aldehuela del municipio de Segura de la Sierra.

Dos chicas hermanas, de una familia pobre sin mas recursos que su trabajo para subsistir, se fueron a la capital de España a servir como empleadas de hogar. Al cabo de cierto tiempo regresaron; una de ellas en estado de gestación, y en casa de su madre viuda, nació el bebé.

La madre era una mujer fuerte de espíritu, de las que no se apuran ni se cortan fácilmente. Le hizo frente a la situación, y a seguir luchando con la vida.

Un día estaba la mujer abuela del bastardo bebé arrancado garbanzos al jornal con el labriego del peculiar buen humor antes citado, el del chavalillo y las plantas de melón, que era el dueño del garbanzal, quien enterado del reciente suceso, y un poco extrañado de que la mujer no se sintiera avergonzada y atormentada, sin mostrar preocupación alguna por el caso de su hija, la mamá soltera, le preguntó sin rodeos:"¿Quien es el padre de su nieto el madrileño?" a lo que la abnegada mujer, sin ruborizarse y bromeando contestó: "Burra que va al molino, búscale padre al pollino, qué se yo.” Y el hombre continuó socarronamente con estas palabras: "Pues sí que son finas sus hijas por lo que yo entiendo". Dando aquí ocasión para la rápida y espontánea respuesta de su interlocutora en estos términos: “Pues; mira, todavía no le llegan a su madre a las suelas de las alpargatas”.

Concluyendo así el tan escabroso como indiscreto diálogo.

INOCENTE ABOFETEADO

Se dice que por hacer bien no se pierde nada. Pienso que se gana una satisfacción muy saludable para el alma, además del posible agradecimiento por parte del beneficiado. "Haz bien y no mires a quien", dice el viejo y conocido refrán. Así pienso que deberíamos actuar todos. Pero como en toda regla hay excepciones, en esto también se puede dar algún caso excepcional.

En la pequeñita cortijada de El Polvillar, término de Hornos, donde moraban seis o siete familias, una noche de otoño se celebraba un bailecillo familiar, al que acudieron varios mozuelos de otra pequeña aldea próxima, y entre dos de ellos se produjo una acalorada discusión y, pronto pasaron a darse bofetadas mutuamente uno al otro, y un buen chico amigo y vecino de los peleadores, quiso cortar la riña y acudió para separarlos, colocándose entre ambos adversarios para que no se pegaran más. y sí, la pelea terminó, pero pegándole cada uno la última bofetada al pobre mozuelo que intervino para poner paz; quien se retiró muy enojado balbuciendo estas palabras de justa indignación:

"Seguid a ver si os matáis, ¿este es vuestro agradecimiento?

Los contendientes estaban tan enfurecidos, que cuando se dieron cuenta de la presencia del otro joven, ya no pudieron evitar la descarga del último rabioso tortazo.

CAPAR UN GRILLO

Estábamos dos o tres chavalillos y yo tomando la sombra de un álamo al lado de una era viendo como los mayores realizaban las faenas de trilla y limpieza del grano de los cereales, cuando uno de los chiquillos se dirige a otro algo menor proponiéndole que si quería ayudarle a capar un grillo, y así aprendería el también a realizar tal operación. Ni el niño a quien le hizo la proposición ni yo sabíamos de qué iba aquello ni como se hacía la peculiar operación. Nos sorprendió la idea. El niño a quien solicitaba ayuda aceptó gustosamente lleno de curiosidad, y yo observaba bastante extrañado.

El chaval cogió el grillo y le pasó por en medio del cuerpo una pajita o caña delgada de unos diez o doce centímetros colocando el insecto en la mitad de la cañita, y le dijo al otro: "Sujeta la caña apoyando cada extremo en las palmas de las manos", y con las manos estiradas, poniéndoselas el mayor en la posición conveniente, le dijo: “Tenlo bien sujeto mientras yo lo capo”. Entonces, lo que hizo fue darle con sus manos una fuerte palmada por fuera en las manos del ayudante, haciéndoselas juntar con fuerza, reventando al grillo entre las manos del pequeño, el cual se quedó sorprendido, mas serio que un juez, sin saber como reaccionar, y yo, no menos asombrado, riendo a mas no poder; nunca he podido reir tanto en tan poco tiempo.

COMIDA FERTILIZANTE

Desde que contrajimos matrimonio mi esposa y yo y nos independizamos de nuestras familias, la inmensa mayoría: del tiempo de mi vida la he dedicado al comercio de textiles, pero no fueron en este ramo mis principios. Mi actividad comercial la inicié vendiendo piensos y abonos al por menor, y después incluí algo de lo mas corriente de alimentación. No eran estos los artículos que a mi me gustaba manejar, por eso cambié, pero sí eran mas fácil de entender en un principio.

En mi modestísimo establecimiento tenía un saco abierto lleno de sulfato amónico, (un abono nitrogenado). Es un producto muy blanco de granulado finísimo que parecía azúcar molido principalmente a quien le fallara algo la vista, como ahora me ocurre a mí. Y más entonces cuando anochecía, con la luz de los candiles y faroles de carburo, porque en aquel tiempo aquí todavía no contábamos con luz eléctrica.

Entró en mi tiendecilla una señora de mediana edad cuando ya estaba anocheciendo, y mirando al saco de abono, habló así: "!Qué azúcar tan blanca y bonita!" Y yo, no pensando lo que iba a hacer, añadí: "Y mucho que endulza". La mujer, al parecer algo golosa, cogió un puñado de abono del saco y se lo echó en la boca. No debió gustarle el sabor, porque enseguida comenzó a escupir arrojando todo el contenido de la boca. Menos; mal que la mujer se lo tomó con buen humor y entendió su glotonería. Yo al principio me preocupé, mas, como yo no la había invitado a probar e1 “azúcar” no me sentí culpable, si me arrepentí de decirle que endulzaba. Tanto ella como yo terminamos riéndonos bien.

CUATRO TAZAS LLENAS

Hasta hace cuatro o cinco décadas, en las aldeas y cortijos se celebraban las bodas en la intimidad, en las casas de los padres de la novia; si esta era una vivienda muy pequeña, a veces se ocupaba también la casa de un vecino o familiar para pode acomodar a todos los invitados en las comidas. No se podían invitar tantos comensales como en la actualidad por falta de espacio, pero las bodas duraban dos días; boda y tornaboda. Durante mi adolescencia asistí a la boda de una pariente en la Hoya del Cambrón con dos de mis hermanos mayores.

Junto a mi se sentaron para tomar el desayuno el segundo día de boda, dos hombres cuñados, casados con dos hermanas primas de la novia. El desayuno era chocolate a la taza bastante espeso, haciendo honor al viejo refrán de "las cosas claras..." Con el chocolate se tomaban buñuelos, bizcochos, y otros dulces caseros de horno, elaborados sabiamente por las hacendosas mujeres serranas, y estaban riquísimos.

A uno de los dos cuñados que comían a mi lado no le gustaba el chocolate y no lo tomaba, pero el otro se tomó su taza y la del cuñado con sus correspondientes buñuelos y dulces. Sobró chocolate de servir a todos, y preguntaron si alguien quería repetir, y aquel tío comilón, pidió más para su cuñado y para el; ensilándose las cuatro tazas llenas, sin dejar de acompañar el chocolate con buñuelos, mantecados y demás roscos que había en las mesas.

CAMBIAR LA DENTADURA

En la actualidad se puede observar que la mayoría de las personas desde la edad de 50 ó 60 años, ya usamos dentadura postiza, parcial o total, pero hasta hace medio siglo aproximadamente no era así; eran pocas las personas que la usaban. Tal vez les aguantarían más los dientes a pesar de haber menos cuidados en la higiene bucal, o porque aunque carecieran de sus dientes o muelas se aguantaban comiendo sólo alimentos blandos; privándose de los manjares duros aunque estos fueran de lo que más les gustara. Como las sabrosas cortezas de cerdo. ! Cuántas me daría mi padre a mi por no poderlas masticarlas él!

Mi padre q.e.p.d. empezó a padecer de caries u otras dolencias de las muelas en edad muy temprana, y tuvo que acudir al dentista y limpiarse la boca casi en la totalidad de su dentadura natural, y se puso las prótesis supletorias. Sería el único en la comarca que usaba dentadura postiza.

Mucha gente, sobre todo los niños de aquí no sabían que existiesen tales prótesis. Y a mi padre le gustaba bromear, poseía un excelente sentido del humor a pesar de la firmeza de su carácter.

Un día estando en el campo, él, un niño de un cortijo próximo y yo reunidos, bromeando le dijo al otro niño que si quería cambiarle los dientes. El chiquillo, siguiendo la broma le contestó, que sí, pensando en que era una cosa imposible de realizar. Entonces, mi padre, se quitó la parte superior de su dentadura, y con ella en la mano se dirigió al muchacho diciéndole: "Acércate que te saco los tuyos." El chavalillo al verlo con los dientes en la mano, emprendió tal huida profiriendo exclamaciones de miedo, que en un instante se alejó a más de treinta metros, y cuando paró su vertiginosa carrera, comenzó a tantearse sus dientes con los dedos para comprobar si estaban fácil de arrancarlos.

CONSEJOS MUTUOS ENTRE MUJERES SERRANAS

En el mundo rural de esta amplia comarca serrasegureña, con la población tan dispersa por todos los rincones de esta abrupta geografía, y la mayoría de los lugares, muy alejados de los pueblos, antes, se acudía pocas veces a los médicos cuando se trataba de dolencias de poca importancia. Casi siempre se recurría a remedios caseros; lo más normal era cocer hierbas a las que, tal vez por la experiencia, se les atribuían propiedades medicinales y tomaban el agua donde se habían hervido. Según me contaba un serrano ciego, pariente de mi padre, cuando yo era adolescente, en varias aldeas del municipio de Santiago y Pontones, de la parte mas alta fría de la Sierra, las mujeres de allí, además de los aguates y brebajes de los cocimientos de las hierbas, empleaban y se aconsejaban entre vecinas otros remedios que les resultaban bastante eficaces. Cuando los maridos se iban al trabajo, bien fuera con las yuntas, o a cuidar sus ganados, ellas, cuando habían realizado sus quehaceres mas urgentes, se reunían en una casa cualquiera, o tomando el sol en la calle, o si era en verano, en la sombra de alguna noguera, y se preguntaban unas a otras por sus dolencias habituales en estos o parecidos términos: "¿Como estás hoy de tus males, Fulanica?" Respondiendo la preguntada: "A mi no se me va el rastrico de calentura por el resfriao que se me agarró al empezar el Invierno, y no me limpio de el". Continuando la primera: "Pues: yo estoy lo mismo; siempre con mi rastrico". Pos tu, cuídate; mata una gallina, cómete buenas presas y buenas tazas de caldo, que el caldo de gallina vieja dicen que es buenísimo".

Y la otra aconsejaba también de idéntica o parecida manera: "Pues tu ya lo sabes haz lo mismo, y además hazte buenos ponches con vino; y échales dos huevos a cada ponche. A mi, me espabilan mucho los ponches así y me sientan muy bien".

Después pasaban a preguntarse por los maridos de esta manera: ¿Y tu marido, cómo está?" - "Mira hija, lleva tres o cuatro días que no está bien telendo, se ha torcío un poco y no tiene ganas de comer".

Respuesta de la otra: "A ver si es que se ha empachao por algo que se haya comío y lo que tiene es asiento. Métele una buena purga que se le friegue el estómago y las tripas y verás como apaña. Yo, así es como curo al mío cuando está un poco changao; lo purgo con aceite Ricino o agua de Carabaña, y enseguida se pone como nuevo." En resumen, que para ellas, se aconsejaban mutuamente los mejores alimentos a su alcance para recuperarse de las dolencias que las aquejaban, pero para los maridos, solo pensaban en los purgantes. Pienso que aquellas inteligentes damas, no precisaban de asociaciones de mujeres para defender sus derechos respecto a los varones y luchar contra las tan cacareadas discriminaciones femeninas.

EL SABORIN

Aquel ciego primo de mi Padre, que durante los veranos habitaba en Fuente Segura, y en los inviernos se bajaba a El Polvillar con un hermano suyo, al lado del cortijo donde yo nací y me crié, era un hombre muy inteligente y divertido. Le agradaba mi compañía y me contaba toda clase de historietas y acontecimientos mas significativos. Algo que cal6 mucho en memoria fue el caso del "saborín".

Según su versión, esto sucedía en pequeñas aldeas del corazón de la sierra, en la gente de clase mas pobre. Por la escasez de alimentos, con un hueso de espinazo de cerdo, aviaban o daban sustancia a dos o tres cocidos de vecinas. Metían el hueso, (el saborín) un rato largo en cada puchero durante la cocción de los garbanzos. Se decía una a otra: "Préstame hoy tu saborín. Un día lo ponía una, y al día siguiente, la otra.

De la misma manera actuaban con la leche de las cabras. Si cada una tenía una o dos cabras de ordeño, con la leche de sus cabras solamente no podían hacer queso, necesitaban más cantidad, y procedían amistosamente a juntar la leche de las cabras de varias vecinas, y un día hacía una el queso, y otro día lo harían las otras, guardando su turno, y lo decían así: "Vamos a juntar las leches". Así podían cuajar un quesito con la leche fresca, porque la leche no se conservaba bien de un día para otro.

Era de admirar la armonía y buena unión entre aquellas vecinas.

MATAR LAS GALLINAS

En las cortijadas pequeñas, la mayoría de los residentes son parientes uno de otros generalmente, y colindantes, tanto en las viviendas, como en las fincas rústicas, lo que un muchos casos da ocasión a ciertas desavenencias y altercados, y no pocas veces a enfrentamientos entre vecinos, porque los animales de uno, por un descuido o negligencia entren en el terreno del otro, causando daños en los sembrados de mas o menos importancia.

En la citada aldeilla de El Polvillar, ocurría eso; las casas están rodeadas de huertos donde los vecinos sembraban y cultivaban diversas plantas, principalmente hortalizas, maíz y otros cereales.

Un vecino de dicha cortijada poseía buena parte de sus tierras de regadío al lado de las casas y corrales suyos y de los demás vecinos. Por lo que era quien mas daño recibía en sus cultivos de las gallinas de todos, que andaban sueltas y sin control, incluidas las suyas propias. Aquel buen hombre, ya harto de que las gallinas le picaran y estropearan sus plantas, se propuso hacer desaparecer de la calle a todas las gallinas que nadie guardaba ni controlaba.

Los otros hombres, vecinos de la pequeñita cortijada, no querían enfrentarse con aquel vecino que les amenazaba con denunciar a los dueños de las gallinas que entraran en sus huertos; temían a los disgustos y más a las posibles multas. Pues Andrés, que así se llamaba el amenazador, al parecer no estaba dispuesto a tolerar más daños, y para dar ejemplo lo primero que hizo fue vender sus propias aves ponedoras para dar ejemplo. Y los demás hombres decían a sus mujeres respectivas que también ellas habían de deshacerse de las gal1inas, matándolas o vendiéndolas, pero estas, se resistían firmemente a quedarse sin sus proveedoras de huevos frescos muy necesitados.

Cada una de aquellas buenas mujeres exponía sus razones a su manera, negándose a matar ni a vender sus remediables ponedoras de tan exquisitos huevos.

Y el hombre ciego del que ya hemos hablado anteriormente, muy ingenioso y humorista, al oír los diálogos entre maridos y mujeres, exponiendo cada uno sus razones sobre el desagradable asunto, recogió e hizo rimar algunas de las expresiones de los acobardados hombres y sus mujeres que no se conformaban y desobedecían sus mandatos.

Decía mi abuela materna:

"Que mate yo mis gallinas?

Eso no lo haré jamás.

Tengo yo mi corralito

pa tenerlas encerrás,

y Andrés, que mande en su casa,

que la tiene esgoberná.

"Francisco decía a su esposa:

"Que las matas y chitico"

-Pues yo he pensado otra cosa,

Que las pillo y me las llevo

al cortijo de Juanico".

Ginés le dice a su Antonia:

Muy preocupado el Ginés:

"Hay que vender las gallinas

pa que no enfade Andrés".

Francisco-José y Emilio,

dos hombres muy asustaos:

"Hay que matar las gall1inas,

que nos vemos demandaos;

Respuesta de ellas:

"Matar yo a mis galllinicas?

Porque el lo diga, ni hablar.

Necesitamos los huevos

muchas noches pa cenar

y pagar al recovero

cosicas que hay que comprar,

tela pa hacerme un mandil,

que este ya lo tengo roto

y lienzo pa hacerte a ti

unos calzonci1os cortos,

Y también pa hacerme buenos ponches

yo necesito los huevos.

No me quedo sin gallinas,

aunque me hicieras mil ruegos."

Razones de la hermana Petra:

"Yo, a mis gallinas las llevo

a mi campo en el Ciscar,

y ellas como tienen patas,

a donde quieren se van.

Pero que Andrés no se crea

que a esta tía la va a asustar".


DE TAL PALO...

Siempre ha habido mujeres y hombres que en su juventud, y a veces también en la edad madura, les ha gustado jugar con el amor, sin importarles el daño que hacen a otras personas, y sin detenerse a reflexionar en las consecuencias que a ellos mismos les pueden traer.

Quienes no nos hemos visto nunca burlados por la persona a quien amamos, no sabemos cual sería nuestra reacción: ante tal caso. De esto trata la siguiente narraci6n, pudiendo llamársele historia, porque son hechos reales. Son dos casos no iguales pero muy parecidos, porque son que ocurrieron hace un siglo aproximadamente en aldeas del hoy Santiago-Pontones Se los oí contar a mi padre q.e.p.d. en mi niñez, y tanto calaron en mi memoria, que hoy, a mis setenta y seis años, todavía lo recuerdo perfectamente.

Los principales protagonistas de esta historieta fueron, un hermano de mi abuelo, siguiendo la vía paterna, y tres o cuatro décadas mas tarde, el menor de sus vástagos varones; ambos en su juventud.

Aquel tío de mi Padre, Perico, era un mozo fuerte, pacífico de honradez intachable y muy buen trabajador. Quizás algo bruto; con una bravura y temperamento indomables. Estaba novio formalmente con Donata, una mocita a la que le placía jugar con el amor; mantenía una relación amorosa y clandestina con Teodosio, muy en secreto para que no se enterara Perico, su novio formal, aceptado por su familia. Pero como en aldeas y pueblos pequeños, estas cosas siempre se descubren, al bueno de Perico le llegaron los rumores. Éste, sin perder la serenidad, quiso cerciorarse de la verdad del caso. Lo primero que hizo fue preguntarles por separado a los dos supuestos amantes, y los dos se lo negaron, pero Perico, no satisfecho con las excusas que le dieron, los espió y, en una ocasión los sorprendió juntos amándose íntimamente. Perico, al verse burlado y engañado, sintió el impulso irrefrenable de la bravura que encerraba su dolido corazón enamorado, se pasó en el castigo. Se abalanzó sobre Teodosio, y le cortó una oreja con la navaja, pensando hacer igual con Donata, lo que no consiguió porque ella huyó mientras los dos rivales estaban liados, y ya no la pudo coger.

Así acabó el noviazgo de Perico y la contienda con Teodosio. Donata se casó con el desorejado, adjetivo con el que lo llamaron toda su vida, porque no hubo prótesis que sustituyera al apéndice perdido.

Perico se buscó otra novia con la que se casó felizmente, y tuvieron varios hijos. Uno de ellos, Fidel, fue quien realizó la hazaña que nos ocupará en esta segunda parte del relato.

Perico y su esposa murieron quedando solteros sus dos hijos menores: Fidel y Cirila, la benjamina.

Fidel poseía las mismas cualidades de su padre; honrado y pacífico, y un coraje extraordinario. Cirila era una joven encantadora; muy guapa y atractiva. A esta le salió un pretendiente también muy elegante y apuesto, algo altanero y jactancioso que alardeaba de galán conquistador. Por El Galán lo conoceremos. Tenía buena posición económica y era de lo mas moderno; lucía anillos, el cabello mas largo de lo normal en aquel tiempo. En resumen; un ídolo para cualquier ingenua jovencita como era Cirila. A Fidel no le caía bien El Galán, y menos, porque dudaba de sus intenciones para con su hermana. Intuía que El Galán aspiraba a divertirse con Cirila sumando una más a sus cacareadas conquistas amorosas. Presentía que terminaría abandonándola. Por el contrario, Cirila se enamoró ciegamente del Galán, y no había manera de persuadirla para que cortara con el. La venda del amor le impedía ver el peligro que la acechaba.

Fidel, en contra de su voluntad toleraba el noviazgo, respetando los sentimientos de su hermana. sí les impuso prudentes normas y ciertas restricciones en sus encuentros amorosos.

Ya entraba El Galán en la casa de Fidel y Cirila y, una noche que estaba allí pasando la velada con la chica, cuando a Fidel le pareció que era la hora de acostarse, los invitó a cortar el rollo, e irse a la cama. El Galán se salió a la calle y Cirila se fue a su dormitorio. Pero Fidel, sospechando algo extraño, entró en la habitación de su hermana y la encontró en la ventana hablando con El Galán a través de la reja. Enfadado, Fidel le pegó a su hermana una fuerte bofetada, y salió en busca del Galán para reprenderle por la desobediencia, de quien ya no vio ni el rastro.

Pasó tiempo y El Galán no volvió mas a ver a Cirila; puso punto final a sus amoríos con ella. La chica quedó lo triste y decepcionada que cabe suponerse; pues no esperaba ella tanta cobardía de su arrogante y garboso Galán.

La historia no terminaría así. Fidel se propuso ajustar cuentas con El Galán, y un buen día, o quizá menos bueno, estando Fidel en el campo labrando con su yunta al lado de un camino, acertó a pasar por allí El Galán montado en su briosa yegua. Al verlo Fidel, le salió al encuentro para arreglar cuentas, para lo que estaba preparado.

Comenzarían discutiendo, y terminaron, cogiendo Fidel al Galán y, tras propinarle unos cuantos mamporros, le segó el pelo; con su bien afilada navaja, y lo obligó a comerse un billete de 25Pts. que este había regalado a Cirila, tal vez como arma de conquista. Fidel fue menos exagerado que su padre con el amante de su novia, pero a pesar de eso, El Galán denunció a Fidel, y este tuvo que presentarse en el Juzgado para declarar, pero el titular de la Justicia no consideró que hubiese cometido delito ni falta grave, y lo dejó en libertad sin imponerle multa ni nada de condena.

ESPECIAL HUMOR DE LOS RODOLFOS

El personal de esta sierra de Segura se ha caracterizado por su buen talante y magnífico humor. Una muestra de ello es el Caso que seguidamente pasamos a contemplar: Por la década de los años veinte, se criaron aquí dos primos hermanos con el mismo nombre, Rodolfo; tal vez heredado de su común abuelo. Cuando fueron mayores y se casaron, cada uno giró por donde lo guiase su destino. Ambos Rodolfos se habían distinguido siempre por su humor especial y divertido, poniéndolo de manifiesto continuamente con sus ingeniosas bromas, promotoras de las prolongadas risas de todo el que hubiese a su alrededor.

Un día que ambos primos vinieron y se encontraron en su pueblo natal, se saludaron dándose un beso mutuamente y, en el mismo instante se intercambiaron una débil hofetadilla en broma, diciéndose uno al otro: que lo había pinchado con los pelos recortados del bigote que ambos ostentaban. Repitieron varias veces el saludo de beso y torta por los pinchazos de que los dos se quejaban, hasta terminar con el saludo normal entre familiares íntimos. Estuvieron un largo rato en amistosa conversación, formando corro con otros varios amigos, cuando uno de los citados Rodolfos, primos hermanos, se dirigió a un grupo de niños que andaban por allí cerca, y les dijo que les pagaba una moneda de diez céntimos por cada piedrecita de un montón de gravilla que había junto a una pared, que le tirasen al otro Rodolfo. Los niños, por ganar las perras ofrecidas no tardaron en empezar a apedrearlo. Entonces, el apedreado les subió el precio al doble para que les lanzaran las piedras al otro. Así fueron subiendo, a manera de subasta, hasta que uno, el mas tacaño, no quiso subir mas el precio de las pedradas, tuvo que retirarse aburrido por los chinazos de los chiquillos.

En otra ocasi6n, uno de estos dos primos, el del humor mas refinado, vino en unas vacaciones a la tierra que fuera cuna y testigo de su infancia; fue por la casa de una tía suya, hermana de su madre, a verla a la aldea donde vivía, y después volvió al pueblo de su nacimiento donde su madre continuaba residiendo. Enseguida su madre le preguntó: "¿Has visto a la chacha Dolores?"- Respuesta de él: "Sí, está estupendamente; le han comprado una dentadura y parece que ha rejuvenecido, la dentadura es de segunda mano, pero le queda muy bien, está guapísima. ¿Cómo de segunda mano?" Replicó su madre." -"Si si, es la del tío Nicomedes que en paz descanse, que el pobre la dejó casi nueva; se la han vendido muy barata, y a ella le va de maravilla. Ya verás qué guapa la encuentras cuando os veáis ¿Lo creería la madre? Pienso que si.

CHICO CON APARIENCIA DE CHICA

En tiempos pasados, hasta mediado el siglo XX, no era fácil confundir a un hombre con una mujer. Por su forma de vestir, y por su comportamiento en la sociedad se distinguían inequívocamente, pero ya no ocurre así; desde hace tres o cuatro décadas, cuando ya todas las mujeres jóvenes comenzaron a fumar, vestir con pantalón, cortarse el pelo, etc.

Y por otra parte los varones se dejan melena, se ponen pendientes y se adornan como las damas, no es muy difícil ver a una persona que ofrezca dudas sobre el sexo, principalmente entre jovencitos sin barba ni bigote; cualquiera puede equivocarse.

Esto sucedió en el baile de una fiesta en un pueblecito de la sierra segureña. Un chaval ya hombrecito, en el que había características claras de su masculinidad, a otro mozuelo le pareció que era una chica y lo invitó a bailar con estas palabras: "Señorita, ¿vamos a bailar?" El chico con apariencia de mujer se molestó y empezó a decirle al otro palabras insultantes por haberle llamado señorita y pedirle que bailara con el. El otro muchacho era un muchacho nobletón, pero fuerte y con un coraje extraordinario, comenzó por disculparse, argumentando que había sido un error, ya que por su presencia era fácil; equivocarse. Pero el confundido no se convencía y seguía gritándole, hasta que el joven, quien había cometido el error, ya cabreado, le pegó un par de soberbias bofetadas, quedándose ya el ofendido calladito y mas suave que la manteca. Es de suponer que en adelante, procuraría evitar tal confusión ante los demás hombres, cuando le fueren desconocidos.

GATO Y RATÓN

En los pueblos pequeños, aldeas y en otros pueblos no tan pequeños, es normal que casi todos los varones Y muchas mujeres sean como rebautizados en la juventud con un apodo. En bastantes casos el mote resulta despectivo, haciendo referencia a algún defecto físico de la persona o a sus características personales. A algunos no les molestan los apodos, atienden por ellos mejor que por su propio nombre en ciertos casos; son como un segundo nombre, si no hace referencia a nada feo, pero otros motes no los aceptan de buen grado; bien porque se refieran a cosas despectivas o, porque quienes han cargado con ellos, en contra de su voluntad, sean personas menos humildes y mas orgullosas y, no toleran el ser llamados por sus apodos.

En un pueblecito serrano habitaba un pobre hombre, y hombre pobre, bajito, delgado y muy humilde en todos los aspectos, apodado "El Ratón". Este, por la debilidad de su carácter, admitía sin enfadarse el mote. Y en un lugar próximo residía otro señor de más elevada posición social y económica; muy formal, serio y excelente persona, que por herencia de sus antecesores, abuelo y padre, le llamaban "El Gato".

Este hombre era muy respetuoso y respetado; poca gente se atrevía a nombrarlo directamente por el apodo. Era propietario de un camión dedicado al servicio público. En cierta ocasión, mi hermano el mayor, alquiló el dicho camión para el transporte de una carga de cereales recolectados en un paraje alejado de su domicilio. También yo me fui con mi hermano para ayudarle a cargar los costales con el grano.

Regresábamos con el camión cargado, el dueño del camión, el conductor, mi hermano y yo, por una carreterilla muy estrecha de la sierra, cuando alcanzamos al Ratón que bajaba del monte con su borriquillo cargado de leña. El conductor del camión aminoró le velocidad del vehículo a poco mas de la marcha del burro para pasar sin tocarle a la voluminosa carga de leña de pino seca de ramas delgadas. Mi hermano ocupaba el asiento del lado de la puerta de la cabina y, al conocer al arriero del burro, asomó la cabeza dirigiéndose a el conocido por El Ratón, con quien mantenía buena relación, amistoso trato y, tenía confianza en que no se enfadaba por una broma. Y al pasar junto a el, sin acordarse de que el apodado El gato, que viajaba a su lado tenía dicho mote, le gritó al Ratón: "!Que te echo al gato" Mi hermano soltó la expresión sin darse cuenta, pero el chofer, al oír la frase rompió a reír a mas no poder. El Gato, mas serio que si hubiera recibido una bofetada, permaneció sin decir ni una palabra, mientras mi hermano al darse cuenta de su metedura de pata, observando al Gato y al chofer, agachó la cabeza con la cara más roja que las amapolas.

APUESTAS DE UN DURO

En tiempos pasados, en una aldea serrana existía un hombre de la edad de mis abuelos aproximadamente cuyo nombre de pila no llegué a conocer. Era conocido por el apodo de "El Romo", después de quitarle al mote la mitad, pues el apodo completo sería "Mulo Romo"; seguramente lo habrían rebautizado con tal mote por su fortaleza física, y por ser bastante bruto. De todos es conocido, que los mulos romos, (hijos de burra) suelen ser fuertes para el tiro y bastante testarudos. Este hombre poseía un burro, animal que no faltaba en ningún hogar de jornaleros y los de muchos labriegos humildes. Al burro lo nombraba por el calificativo de "Rayao" sin que tuviera otro nombre. Por lo visto, el jumento tenía mucho miedo a los peligros se resistía a pasar por ciertos estrechos o pasos difíciles donde pudiera sufrir una caída. Y un día tenía necesidad de pasar por un puentecillo de palos muy estrecho para cruzar una zanja honda y, el animal se negó a pasar por el puente temiendo caer al precipicio. El dueño porfiaba tercamente con el asno tercamente, pero no había medios de hacerle pasar. En más de una ocasión ya le habían surgido conflictos parecidos; y esta vez, ya enfadado el Romo, le gritó al borrico: "¿Te apuestas un duro, Rayao, a que pasas?" Se colocó detrás del animal detenido junto al puente, y le dio tal empujón, que el burro tuvo que saltar hacia adelante para no caer de cabeza a la zanja. Ya que ambos, arriero y el cuadrúpedo se encontraban al otro lado del puente, el Romo, muy ufano le dice al jumento: "Anda, haberte apostao; si a inteligencia me ganarás, pero a fuerza te jodes".

Continuando con las apuesta de un duro, que en el tiempo cuando sucedieron estos hechos verídicos, un duro valía más de lo que se pagaba por un jornal de siega, comentaremos el resultado de la siguiente a pue s ta: Residía en un cortijo de esta Sierra un a labriego con un par de mulos. Este humilde labrador no tenía hijos varones Para que le pudieran ayudar en sus faenas agrícolas; sí tenía tres o cuatro hijas, ya mayores de edad; muchachas fuertes y robustas, acostumbradas a trabajar en el campo por pura necesidad ayudando a su padre. Una de aquellas robustas mozas, en alguna ocasión se ocupaba de mulera en el acarreo de las mieses durante la recolección de los cereales. Un día fue ella sola con su yunta a cargar mies de trigo, a una parcela algo distante de su cortijo en el término de Pontones, donde se encontró con un arrogante mozuelo, de la edad de ella aproximadamente trabajando al lado de donde ella iba a cargar. Este mozo, al verla sola con las caballerías, se extrañó, y le dijo: "¿Cómo vas tu a poder cargar sola los haces de mies?" porque los haces eran gordos y, a el le parecía imposible que la muchacha los pudiera cargar sola.

La joven mulera le contesté: "Yo cargo bien y en menos tiempo que lo harías tu". El se rió un poco de la respuesta, pues se consideraba superior en tal quehacer. Ella, ya un tanto picada, le repitió lo dicho anteriormente, añadiendo, que le apostaba un duro, a que cargando un mulo cada uno, había de pagar el último en terminar de cargar al que terminara primero de cargar su bestia correctamente. El mocito aceptó la apuesta creyendo tenerla ganada. Pero fue al contrario; la muchacha acabó de cargar bien y antes que él. Entonces le pidió el duro apostado porque el lo había perdido. Como es fácil suponer, el mozo no contaba con el duro en su bolsillo para pagar en el acto, y así se lo manifestó. La muchacha al ver que no podía cobrar la apuesta que valientemente había ganado, le propinó al mozo un par de bofetadas a su gusto, diciéndole: "Toma, para que aprendas a no apostar si no tienes para pagar. Yo tampoco tengo el duro, pero sí tenía la absoluta seguridad de que no lo necesitaba porque sabia que yo te ganaba la apuesta sin esforzarme demasiado."

EL VIAJANTE LUIS MORENO

Como es bien sabido, yo tuve una tienda de confecciones, tejidos y paquetería hasta mi jubilación. Entre los viajantes de dicho ramo que me visitaban para venderme sus artículos, venía uno periódicamente de Almacenes Martín, Luis Moreno; hombre que se distinguía por su carácter un tanto especial; muy austero, rayando en la tacañería. Se le notaba el disgusto cuando se encontraba con otro vendedor del mismo ramo en el pueblo, por si le quitaba venta; pues tambi6n era ambicioso y todo lo quería coger él. Para contentarme y le reservase mis pedidos, a veces obsequiaba a mi niño pequeño con alguna golosina de escaso valor económico.

Un día del mes de noviembre, cuando se vendían castañas en las tiendas de alimentación, le dijo a mi niño Angel Jesús ofreciéndole una peseta, que fuera a comprar avellanas para comer los tres; él, el chiquillo y yo. El viajante llamaba avellanas a los cacahuetes, nombre desconocido por el niño y por mi mismo, y el chico pensó que se refería a las castañas. Cuando vio la peseta, antes de cogerla se quedó muy serio mirando al Sr. Moreno, quien se la ofrecía y le dijo: "Escuche, las castañas se compran con un duro, no con una peseta." A Luís Moreno le hizo gracia la expresión del chavalillo y rompió a reír disimuladamente, pero no sacó el duro; nos quedamos sin probar las castañas.

DESVÍO DE MEMORIA

De Judas a Satanás, o Satanás por Judas. Sabemos que en todos lo pueblos no muy grandes, la mayoría de los hombres se conocen por los motes más que por sus propios nombres, De motes va este relato, y en mi propio domicilio, con mi hija Mª Gloria.

En el Ayuntamiento de este municipio, Segura de la Sierra, había un empleado, policía municipal conocido por Judas, casi nadie sabía su verdadero nombre de pila. Este empleado venía periódicamente por todas las casas tomando las lecturas de los contadores del agua, y la menor de mis hijas, muy pequeñita, pero ya lo conocía por haberlo visto varias veces realizando aquella tarea. La niña sabía que el policía municipal se llamaba Judas, pero por lo visto no lo recordaba bien; le sonaba a algo de maligno demonio o cosa parecida.

Una mañana se presentó el mencionado empleado en mi casa a ver el contador, como otras veces, tocó en la puerta y, fue la niña la primera en asomarse y verlo; lo conoció, pero el nombre de Judas no lo retenía en su memoria, y llamó a mi mujer con estas palabras: "Mamá, ha venido Satanas a ver el contador del agua."

Mientras el Municipal, con excelente sentido del humor, esperaba riéndose a que mi mujer saliera y le facilitase la entrada a donde estaba el contador.

MATAR AL PRACTICANTE

Continuamos con otra espontánea e insólita ocurrencia de mi hija menor. Siendo muy chiquitilla, por algún, enfermedad pasajera y de poca importancia, el Médico le recetó inyecciones que le puso el Practicante, al que le cogió un miedo terrorífico. Nosotros la intentamos conformar y consolar diciéndole que le íbamos a pegar una paliza al sanitario, cosa que a ella no le convenció bastante, al seguir pinchándole hasta terminar el tratamiento.

Pasó tiempo y aquello lo olvidamos. Luego en una ocasión se la llevó mi cuñada Silveria a Payer, donde entonces residía, y la tuvo allí varios días. En Payer había algún hombre, vecino de mis cuñados, muy aficionado a la caza, y mi niña lo veía salir con su escopeta y regresar con sus conejos, liebres o perdices que hubiese matado.

Después de venir la niña de Payer, un día, sin venir a cuento, me preguntó a mi, que porqué no compraba yo una escopeta. A mi me extrañó la pregunta, no podía sospechar por qué me decía aquello, y le contesté: "¿Para qué quiero yo la escopeta, si yo no soy cazador?" Continuando la niña: "Para matar al Practicante.”

La niña debió pensar que matándolo con la escopeta, es como no volvería a ponerle más inyecciones.


EL HUMOR DE FELICIANO VILLAREJO

COMIDA DE SEÑORITOS

Ya me va fallando la memoria, pero de joven se me quedaban grabados en ella todos los acontecimientos mas destacados, por lo que los sucesos mas significativos ocurridos durante mi niñez todavía los recuerdo con bastante exactitud; en ellos me sigue siendo fiel la memoria. Los casos narrados a continuación son tal y como los relato, o al menos, como los oí referir cuando sucedieron.

En un pueblecito de esta nuestra sierra segureña habitaba Feliciano Villarejo con su esposa e hijos. Era labrador, con buena posición social y económica, muy buena persona y con un humor extraordinario; a todo ponía buena cara, y jamás se manifestaba triste ni se cortaba por nada. Para todas las contrariedades encontraba buena solución. No conocía el miedo a nada ni a nadie. Estaba muy bien considerado y era respetado por todos los vecinos.

Contaron sus mismos familiares y testigos del caso, que un año al hacer la tradicional matanza de cerdos, la que se celebraba como una fiestecilla familiar, invitó a ella a toda su familia; hermanos, cuñados sobrinos etcétera; entre ellos estaba un cuñado y su esposa, hermana de la mujer del anfitrión. Este invitado era el maestro de escuela del pueblo, un señor bastante fino y delicado, que no ayudaba en la faena de pelar los cerdos, pero acudió acompañado de su mujer a la hora de la comida principal, el ajo de pringue, menú muy distinguido que solo se hacía ese día en el año en los hogares serranos. Y cuando se estaban preparando para sentarse alrededor de la sartén con el sabroso manjar, Feliciano, haciendo gala de su especial humor, dejó soltar unas sonoras ventosidades anales delante de los concurrentes. Aquello no le pareció nada bien a su cuñado el maestro, quien bastante enojado por tan grosera incorrección dijo a su esposa: "Paquita, vámonos nosotros a comer a nuestra casa." A lo que Feliciano respondió burlonamente con su habitual sonrisa:"¿Por qué? No hombre, no os vayáis, si pan y peos es comia de señorito."

LAS MANOS LAVADAS

Otro día este hombre célebre por su permanente humor, montó en un coche de línea con otros viajeros para realizar sus gestiones en la ciudad. Cogió asiento al lado de una señora desconocida, pero también se mostraba alegre y muy comunicativa como él, con la que no tardó en entablar conversación y tenerle ciertas bromas, a medida que se iban comprendiendo en sus formas de ser desenfadadas y entender la vida. Nuestro protagonista, de las palabras bromistas pasó a acariciarle los muslos a la señora con las manos. Acción que ya no era del agrado de la citada señora, quien le reprendió, diciéndole que toleraba a la lengua, pero no a las manos, conminándole a dejar las manos quietas, con un tono un poco altivo y amenazante, a lo que él, irónicamente respondió: "Señora, no le de a usted asco de mis manos, que me las he lavado esta mañana."

DOS PESCOZONES POR DIEZ DUROS

En otra ocasión, este célebre y humorista labrador, le pegó un pescozón a un chiquillo del pueblo porque según decía el hombre, por una broma sin importancia, el niño lo había insultado. El chavalillo se lo contó a su madre, y esta lo denunció en el Juzgado de Paz de la localidad. El Sr. Juez, muy conocido y bien relacionado con Feliciano, el pegador, lo citó a juicio, tras recriminarle la acción le dijo que tenía que imponerle una multa de 50 pts. las que Feliciano pagó en el acto, diciéndole al Juez: "Quieres tu otros diez duros y te pego a ti otro par de pescozones"

SAN CAPRICORNIO

Continuando con las típicas humoradas de Feliciano Villarejo, pasamos a relatar otro caso que además de muy significativo, pone de manifiesto su desenfadado y humorístico valor.

Tenía este señor su yunta de vacas destinadas a la labranza de sus tierras y alguna otra para la cría de becerros., como casi todos los labradores de la comarca. Y una adelantada primavera, el, sus hermanos y algún otro vecino, llevaron las reses vacunas que no necesitaban para las labores a pastar a una dehesa de Sierra Morena, mas cálida que esta de Segura, donde la hierba, al no hacer tanto frío hace más temprana su aparición, con la que los animales pueden alimentarse sin necesidad de echarles otros piensos.

Cuando fueron a recoger las reses trasladadas a la dehesa, ya finalizando el mes de mayo, iba el referido Feliciano y dos o tres jóvenes mozuelos, hijos de los dueños del ganado. Al regresar con su ganado bovino, la mayoría novillos, erales y añojos, entre hembras y machos, se desviaron de la vía pecuaria por adelantar terreno y ganar tiempo, según ellos decían, o quizás sería porque por fuera de la vía pecuaria había mas hierba para que los animales pudieran ir comiendo durante la jornada. Atravesaron una finca importante con su cortijo donde residía el guarda de la misma, quien al ver el ganado salió al encuentro para impedirles el paso o denunciarlos. Ellos, los vaqueros, alegaban que creían ir por el paso correcto, e ignoraban que se hubiesen salido de el, negándose a retroceder. El guarda les dijo que en tal caso tenían que pagarle CINCO DUROS, o les ponía la denuncia. Feliciano, el único hombre mayor del grupo, argumentó con su acostumbrado buen talante: "Mire usted, las reses son mías y estos son mis mozos; ellos no tienen nada que ventilar de esto, yo solo soy el responsable, y si tuviera cinco duros me habría ido en un coche de la Alsina. Voy por aquí andando porque no llevo dinero, así es que no puedo pagarle nada.

El guarda viendo que no había manera de sacarles el dinero, se dispuso a escribir la denuncia pidiendo a Feliciano el nombre y apellidos, como dueño del ganado y responsable de la infracci6n o falta cometida, el que espontáneamente contestó: "Yo me llamo Capricornio Borrego”.

El guarda comprendió que no le decía la verdad, manifestándole sus dudas, diciéndole que a él le parecía que Capricornio no era nombre de persona, a lo que Feliciano respondió burlonamente: "No tenga dudas, Señor guarda¡ en mi pueblo es San Capricornio el patrón, al que todos los años se celebran las fiestas en su honor, por lo que cerca de la mitad allí nos llamamos Capricornios."

Como en aquel tiempo todavía no existían los D. N. I. y aunque los hubiese habido, no lo habría mostrado Feliciano, el guarda se quedó burlado y enojado, pero los vaqueros continuaron su marcha sin pagar nada y sin ser denunciados.

A VER SI LO REMATA

El ya conocido Feliciano por sus hazañas humorísticas, tenía un hijo joven y soltero, que se ocupaba como gañán de su yunta de vacas, el que una tarde después de dar su obrada dejó pastar las vacas en un terreno privado de otro vecino del pueblo; lo vio el guarda de la Hermandad de Labradores del pueblo y quiso echarlo de allí o denunciarlo. El caso es que el joven gañán se enfadó con el guarda, y arrancó tras él con la vara de los gavilanes en alto, (la vara con espátula que entonces usaban los yunteros para limpiar el arado de la broza que se le pegaba). Sin ninguna duda llevaba la idea de pegarle un estacazo, o quizás una paliza al guarda, quien se vio obligado a emprender veloz huida para no ser alcanzado por la vara del gañán. Este empleado comunicó a sus jefes lo sucedido con el hijo de Feliciano, por lo que el Presidente del organismo llamó al padre del travieso gañán para recriminarle por la irresponsable acción del muchacho, recomendándole que le diera una severa reprensión. Por lo que Feliciano contestó con su acostumbrada ironía: "¿Que le de una reprensión? Lo que voy a decirle es que a ver si lo remata de una paliza". Añadiendo ya un poco serio: "Mis hijos son machos de la cabeza a los pies, como éste ha demostrado, y no le voy a recortar los vuelos para que ese botarate lo persiga y me lo acobarde."


LAS COSAS DE DON CRESPO.

EL ADOBO DEL SALÓN

D. Crespo era un hombre bondadoso y alegre, labrador, aunque el nunca labraba, poseía algunas fincas rústicas de olivar, cereales y monte con pinos y vivía de sus rentas. No es que éstas fueran muy elevadas, pero no tenía hijos y su situación económica era muy desahogada, permitiéndole vivir sin estrecheces y sin apenas trabajar físicamente. Es por lo que se le anteponía el Don a su nombre sin haber llegado a sacar una carrera. Era afable; jamás se le veía enfadado ni triste aunque en algunos casos tuviera motivos para ello. Su rostro siempre sonriente, y en todas sus conversaciones y diálogos con cualquiera que se encontrara, manifestaba su buen talante y excelente sentido del humor.

Todos sabemos la tradición existente, desde tiempo inmemorial, de hacer matanzas de cerdos en todos los hogares de esta zona serrana, como en casi toda la geografía del mundo rural. También se mataban aves de cornal, pavos y pollos o gallinas y alguna res de cabrío o lanar. Las matanzas se hacían en las últimas semanas otoñales y en los primeros días de invierno para aprovechan el tiempo frío, mas conveniente para la curación de las carnes y embutidos, cuando suelen aparecer los tan molestos catarros, produciendo en las personas tos persistente y segregación de mucosidad cuando se padecen.

En los primeros días de diciembre dispuso D. Crespo de hacer su matanza, para la que tenía preparados como de costumbre, además de cerdos y pavos, un cabrito grande, no solo para su consumo, sino también para sirvientes y jornaleros. Y como todos los años, invitó a sus familiares mas allegados, entre ellos, a un hermano muy experto en el arreglo de las carnes; quien le mataba los cerdos y los dividía en varias piezas para la salazón. Ese hermano, ya de edad bien madura, estaba padeciendo un fuerte resfriado, por lo que no podía evitar el arrojar por la nariz gotas pastosas de mucosidad, lo que aquí suele denominársele "moquilla". Estaba arreglándole un salón del cabrito; pues todos sabemos que las cabras, como los demás rumiantes, al desollarlos les queda como una segunda piel finísima sobre la carne con la que acostumbraban a hacer el salón, dejándole algunas pizcas de carne, dejando en una pieza, sin partir la fina capa que cubre y protege la carne de la res. El salón lo adobaban con ajos y especias antes de ponerlo a secar. En la tarea del arreglo del salón estaba ocupado el hermano de D. Crespo, y cuando ya lo tenía preparado para echarle los adobos, pidió que le llevasen las especias y los ajos machacados para esparcírselos. Cuando llegaba D. Crespo con los citados ingredientes, observó que pendía del pico de la nariz de su hermano una gota de moquillo, y exclamó socarronamente: ¿para qué me pides esto, si ya me lo estás adobando con moquilla?

BUEN PELAJE

Un buen día caminaba D. Crespo montado en su yegua, su fiel compañera de viajes, a una aldea cercana a su domicilio. Casualmente caminaba junto a él un joven sobrino suyo, ambos charlando amigablemente, cuando se encontraron con una chica de la próxima aldea, que había trabajado en muchas ocasiones en la hacienda de D. Crespo. Una excelente chavala muy apreciada por nuestro protagonista y demás familiares por su amabilidad, destreza y buen comportamiento, además de guapa y esbelta. Acompañaba a la muchacha un joven, también con muy buena presencia y buena estatura. Ya se había rumoreado que a la chica la rondaba un mozuelo de otro pueblo. D. Crespo sospechó que aquel apuesto joven podría ser el novio de la muchacha y, tras el tradicional saludo de los “buenos días”, el caballero preguntó afablemente a la joven: ¿Es este tu novio, Pepita?" - "Si Señor", contestó amablemente la joven, y tras la sincera y cordial respuesta de ella, añadió su acompañante: "Servidor de usted", en tono correctísimo. D. Crespo volvió a tomar la palabra para decir: Muy bien, parece que no tiene muy mal pelaje, y es que a medía del santo tienen que ser las medallas. Concluyendo con esta frase la conversación.

UNA GASEOSA

Como queda explicado en el primer relato de las cosas de D. Crespo, este señor buscaba jornaleros para sus faenas agrícolas. Un día tenía dos o tres obreros trabajando en su finca, y al llegar el mediodía, como es normal, pararon para comer. Llevarían sentados descansando poco mas de media hora; quizás estaban todavía comiendo, cuando apareció el amo diciéndoles con su habitual sonrisa; medio en broma, medio en serio: "¿Todavía estáis ahí sentados? Para comer no se necesita tardar tanto tiempo." A lo que uno de ellos, el de mas edad, quien al parecer dirigía el trabajo, y decidía las horas de parar para fumarse un cigarro y volver a engancharse, replicó: "Mañana, nos traeremos de merienda una gaseosa, y ya verá usted qué poco tiempo vamos a gastar en tomarla."

PASA YA, ABANTO

En tiempos pasados, los hombres mayores no se afeitaban ellos, los que habitaban en cortijos y aldeillas pequeñas donde no había barbero, generalmente contrataban los servicios del profesional del pueblo más cercano o aldea mayor donde lo hubiese, quien iba periódicamente los días convenidos a afeitar y cortar el pelo a sus clientes. Una mañana llegó a primera hora el barbero a a casa de D. Crespo cumpliendo lo convenido y estipulado. Este profesional de la navaja y tijeras, era un hombre muy pusilánime, y tocó en la puerta tímidamente diciendo la típica frase de ¿Se puede?" y con voz débil. D. Crespo lo oyó, pero quiso disimular como si no se hubiera enterado, mientras regañaba a los gatos. El barbero repiti6 tres o cuatro tímidas llamadas sin atreverse a entrar en la casa, al mismo tiempo que D. Crespo continuaba con sus regañinas a los gatos para que el visitante pensara que no lo oía, hasta que al fín, contestó con su acostumbrada e irónica socarronería: Pasa ya hombre y entra ¡so abanto!. Sin poder o sin querer contener la risa ante el vergonzoso barbero, quien después nos comentó lo sucedido.

CAZA DE PERDICES

D. Crespo y sus hermanos poseían un viejo molino aceitero, cuya energía para la molturaci6n de la aceituna y prensado de la masa era la fuerza de los obreros, y de las bestias que tiraban del rulo molturador. Lo conservaban para moler sus cosechas propias, mas las de algún amigo, pariente o vecino, mediante el cobro de la normal maquila, como entonces se hacía en todas las almazaras. Durante la campaña de la molienda ocupaban a varios obreros en la fuerte faena de la almazara para la extracción del aceite.

D. Crespo y alguno de sus varios hermanos eran muy aficionados a la caza, principalmente a la de la perdiz con reclamo de perdigón, como la mayoría de los hombres serranos. En un cortijo muy cerca de del molino y de la vivienda de D. Crespo, residía Samuel, amigo y compañero de D. Crespo en muchas cacerías a las que también era bastante aficionado. Y un año, en la temporada de celo de las perdices se desplazaron, D. Crespo, un hermano suyo y Samuel a un lugar de la alta sierra durante varios días, pernoctando en casas de amigos, donde esperaban cazar muchas perdices, como otros años las habían traído, porque en aquellos parajes las había. Pero aquel año, no acertaron o el tiempo les vino mal, y no cazaron nada; ni ellos, los hermanos dueños del molino, ni el amigo Samuel. Don Crespo y su hermano, con su normal buen sentido del humor, se lo tomaron con cachondeo, sin apesadumbrarse, pero no así Samuel y su mujer, la Quica. Esta reconocía la pérdida de tiempo, teniendo muchas cosas que hacer, no le había gustado en absoluto que su marido abandonara el trabajo aquellos días para el resultado obtenido y, no quería oir hablar mas de cacerías. Enterado Crespo del disgusto de la Quica, por la infructuosa cacería, quiso utilizar a los trabajadores den molino,(ignorantes de todo,) para con su colaboración gastarle a la Quica una broma bastante desagradable. Se fue a la almazara a la hora de comer los "cagarraches" o molineros, a charlar con ellos. Estos se preparaban ellos mismos sus comidas porque residían en otra aldea; por lo que D. Crespo les hizo esta sorprendente propuesta: "Muchachos, me han dicho que Samuel ha traído un montón de perdices de su cacería, y la Quica las está vendiendo muy baratas. Podéis ir a comprarle; es lo mejor y lo mas barato que podemos comer." "Anda tu mismo, dijo, dirigiéndose al mas ingenuo de los trabajadores, un chico joven y bastante cándido, siempre dispuesto a hacer cuanto se le mandara.

El joven trabajador, obedeciendo a su jefe, y con la conformidad de los compañeros, salió sin rechistar a comprar las perdices a la Quica, la que al verlo llegar le pregunt6 qué deseaba. El muchacho le explicó el motivo de su visita; de que iba a comprarle media docena de perdices porque se habían enterado de que las vendía a un precio muy razonable. La mujer se enfadó tanto que no le dio tiempo al joven a terminar de explicarse. Sin ser culpable de nada, solo por obedecer un mandato, estuvo a punto de recibir un escobazo de la Quica. Ella, enfurecida y colérica gritaba: "Dile al que te lo ha dicho, que venga el a por ellas, que yo se las escogeré buenas, o que os las regale el, que ha cazado tantas como mi marido. Para eso estáis trabajando como bestias en su molino catorce horas diarias por precio de miseria."

Porque ella, acertadamente sospechaba quien había sido el autor de la burla.

EL PUESTO DE ALBA

Continuando con las aventurillas y desventuras de los cazadores, pasamos al siguiente suceso cargado de mal-oliente humor.

Para la caza de las perdices con reclamo, los cazadores suelen hacer sus puestos en sitios estratégicos donde acostumbran a permanecer las codiciadas aves. Dichos puestos los hacen con ramas de árboles o arbustos formando un vallado redondo, cerrado, de poco mas de un metro de altura, y aproximadamente un metro y medio de ancho, o sea, de diámetro, sin cubrir por encima, donde se coloca el cazador Para no ser visto por las perdices que siempre van andando por tierra, salvo una espantada porque vean algo extraño. La jaula con el pájaro de reclamo lo sitúan a unos diez a quince metros del puesto, donde lo vean las perdices del campo que pretenden cazar. Para estar sentados ponen una piedra algo grande cubierta con algunas ramitas o broza del campo para que el asiento no resulte tan duro.

Son variadas las horas en que los cazadores salen a acechar a las celosas aves en sus puestos; las mas normales son al del atardecer, hasta que anochece y, de madrugada para estar ya en el puesto al apuntar el día. Al de estas horas del amanecer lo suelen llamar "El puesto de alba".

De este puesto tratamos en el siguiente relato: Agapito, hombre muy aficionado al puesto de alba, se hizo el típico escondite en lo alto de una loma, donde con su magnífico reclamo esperaba y cazaba las preciadas perdices. D. Crespo, sabedor de las andanzas de Agapito, ofreció una atractiva propina a un Pastorcillo, para que al anochecer, cuando nadie pudiera verlo, fuera al puesto de Agapito y evacuara sus excrementos sólidos sobre la piedra que servía de asiento al matutino cazador.

El chaval aceptó la propuesta por coger la propina y cumplió con tal cometido. Como tenía por costumbre, Agapito llegó a su puesto de alba antes de amanecer cuando no veía bien el asiento. Se sentó en los excrementos sin darse cuenta de lo que había sobre la piedra y, cuando fue de día, algo receloso por el olor desagradable que percibía, se levantó del asiento y vio la caca impregnada en el pantalón. A esa hora, D. Crespo estaba ya expectante, divirtiéndose el solito al ver a Agapito arrastrar el pompi por el suelo para raspar un poco la suciedad objeto del mal olor, pegada en sus posaderas.

LA CEPA DEL CHAPARRO

Orcera fue siempre cuna de buenos albañiles, había muchos en dicho pueblo. Algunos se desplazaban a trabajar a otros pueblos de alrededor. Uno de ellos, hombre bueno y muy buen trabajador, conocido por el apodo de "El Chaparro", en una ocasión vino a trabajar con D. Crespo para hacerle una reparación a su casa y construir otras dependencias. Como era su costumbre, D. Crespo siempre estaba bromeando con todos, sin excluir sus trabajadores. Y cuando fue tomando confianza con el Chaparro, también bromeaba con el constantemente. Algunas bromas ya resultaban molestas y desagradables por ser demasiado pesadas y muy repetidas, a este albañil, además de nombrarlo siempre por el mote, le añadía, o le anteponía "la cepa". Cosa que el albañil ya no le gustaba nada, pero lo estaba tolerando porque era una persona muy pacífica que casi por nada se enfadaba.

En cierta ocasión, al acercarle una piedra grande para una esquina de la pared que estaba construyendo, le dijo con su peculiar tono de acentuada socarronería y burlón: "¡Vaya piedra que traigo para la cepa del Chaparro!" El albañil ya harto de oir la tan indiscreta como antipática frase, aquella expresión fue como el chorreón que colma el vaso, como suele decirse. Y efectivamente, el vaso no solo se colmó, sino que se volcó y derramó por completo. Dejó el trabajo, con la obra como estaba en aquel instante, y se largó para no volver más para liberarse de una vez del pesado machaqueo sobre la "cepa del chaparro" por la boca de Don Crespo.

EL INGENIO DE MI NIETO, ANTONIO-JESÚS

Mi nieto Antonio-Jesús posee un carácter, un humor y una manera de entender la vida muy singular, impropia de niños de su edad. Actualmente tiene siete años de vida, al entrar en el año 2.000, y desde hace unos tres, me hace algunas preguntas tan especiales y complicadas, que no se como contestarle, y otras veces le oigo expresiones, de las que yo, siendo su abuelo, tengo algo que aprender. Aunque a veces parezca distraído, lo observa y capta todo, sacando sus conclusiones de las conversaciones de los mayores.

Estando él con sus padres de vacaciones aquí en mi casa hace un par de años, al preparar la mesa para comer, lo primero que puso mi mujer en la mesa fue una fuente de patatas fritas para después distribuirlas en los platos. A mi me gustan muchísimo las patatas, y no resistí la tentación de coger una del colmo del recipiente y llevármela a la boca y, el niño que vio mi acción incorrecta, enseguida me dice: "Espérate, abuelo, que todavía no te han puesto tu plato."

En otra ocasión comenzó a preguntarme sobre las santas personas de la Sagrada Familia de Nazaret, lo que yo no acertaba a explicarle bien para que el lo pudiera entender lo mejor posible. No se lo que el niño habría oído sobre la misteriosa venida al Mundo del Hijo de Dios, el caso es que me preguntó así sin mas preámbulos: "Quien es mas importante, San José o el Nño Jesús?" Naturalmente yo le respondí que el Niño Jesús es el mas importante. Entonces el niño, muy serio, añadió: "Pero bueno, entonces, San José ¿qué es, el tonto del bote?" Me quedé perplejo, riéndome de la ocurrencia de momento; después le expliqué, quizá mal, pero lo mejor que supe, el papel o el puesto de cada uno en la obra redentora de Nuestro Padre-Dios, pero ni creo que acerté bien en mi explicación, ni a el le convencen los misterios que no puede entender, de los tantos que encierra nuestra Religión Católica.

Como todos los años en Navidad, el año 98, hace poco mas de un año, vinieron a pasar dicha fiesta con nosotros; mi hija, su esposo con el niño, Antonio-Jesús y la pequeñita, María del Mar. Estando aquí se puso enfermo el niño. Yo, tratando de animarlo, y para que comiera, que en contra de su habitual costumbre, casi no comía, un día le dije: “Venga, come, y te vas a venir conmigo a misa y le das un beso al Niño Jesús para que te ponga bueno Y su inesperada respuesta fue esta:

"Pero, ¿cuántos niños Jesules hay? si es un muñeco." Una vez más me quedé sorprendido sin saber cómo convencerle. A el no le cabía en la cabeza, que siendo uno solo el Niño Dios, pudiera haber uno en cada Iglesia. Y contestó a mis razonamientos: “No me lo puedo creer."

¿TU TAMBIÉN...?

Según me contó mi hija, Mª Gloria, cuando a Antonio-Jesús le entra o le llega la necesidad de evacuar sus excrementos sólidos, tiene que ir rápidamente al servicio, no aguanta conteniéndose. Y un día yendo en un autobús, le dice a su madre que tiene ganas de hacer "caca" en medio del trayecto. Dice mi hija que andaba ya muy inquieto reclamando el servicio, y se enteró una señora que viajaba en un asiento al lado. La dicha señora, con el mejor humor se dirigió al niño diciéndole que se contuviese, haciéndole ella gestos de contención, para indicarle cómo tenía que hacerlo él. Y el niño observándola le dijo a la señora: "¿Es que tu también te estás cagando?"

NO QUIERO NOVIA

Una noche, estando yo en Granada, en Casa de mis hijos pasando unos días con ellos y mis adorables nietos, entró en su piso una vecina de al lado y, bromeando con mi sorprendente nieto, el ya conocido Antonio-Jesús, le preguntó que si tenía novia, y si no la tenía que ya tendría que buscársela porque ya estaba hecho un hombre, a lo que el chavalillo contestó muy serenamente: "Ni que lo piense, no quiero novia, por no tener que besarla en la boca; eso a mi me causa mucha repugnancia. Así que de novias, ni hablar." El niño pensaría que besar en la boca es una obligaci6n ineludible en las parejas de novios, cosa que él no podría soportar.

DISCRIMINACIONES, NO

Antonio-Jesús come siempre con buen apetito todo lo que le ponen en el plato; unas cosas le gustarán más, y otras cosas menos, pero el no rechaza nada. Como suele decirse, "tiene buena boca", por lo que ha acumulado algún kilo más de lo normal para su edad y altura.

En esta última Navidad, un día pusieron varios tipos de mantecados y otros dulces para comer. Mi hija, la madre del niño, reconociendo que tales manjares le podían hacer engordar, le dijo dulcemente:"Tú no tomes nada mas que uno. Si te comes más, te vas a poner muy gordito". A lo que el niño, inmediatamente contest6:"!Ah! !sí! Yo, uno sólo y vosotros tres o cuatro, pues no. y dirigi6ndose a su madre. Si tu te comes tres, tres me como yo. No admito discriminaciones."

DESMAYAO

Una tarde del último verano pasado, estando aquí con las vacaciones mi niño Antonio-Jesús con sus padres, el niño se sintió indispuesto; no la había sentado bien la comida. El niño manifestaba padecer una basca extraña y terminó por vomitar lo que tuviera en el estómago. En tal estado, mi mujer aconsejó a nuestra hija, que no le diese de cenar nada fuerte, sino un vasito de leche o un yogur, o todo lo más, una tacita de caldo sin grasa. La reclamación del niño no se hizo esperar; al instante protestó con estas palabras: "Lo que estoy es desmayao, por eso me han venido los vómitos. Lo que merendé no sirve de cena, y tengo que cenar igual que vosotros.

Ahora va conmigo mismo.

Otra ingenuidad mía en la ancianidad.


CUATRO TAJADAS DE MELÓN MALO

Hace varios años, pero ya después de mi jubilación, fuimos a pasar una semana del mes de agosto a Benidorm y disfrutar de sus magníficas playas mi mujer y yo. También se vinieron con nosotros, mi hermana Alcántar y Rosario, la hermana de mi mujer. Nosotros dos, con los gastos pagados por un premio literario que yo gané en un certamen cuando asistía a la escuela de Adultos para obtener el Graduado Escolar.

En el Hotel “Las Ocas” donde nos alojamos, comíamos en buffet; cada uno tomábamos lo que nos apetecía, y la cantidad que queríamos. Así nos lo decían, pero con la lógica y justa recomendación de no desperdiciar comida, como debe de ser. Yo observaba y cumplía dicha norma. Un día para el postre de la comida fui yo y cogí cuatro tajadas de melón con muy buen aspecto, una para cada uno de los cuatro que estábamos en la misma mesa. A pesar de su aspecto inmejorable, el melón no tenía buen sabor. Yo, sin encontrarlo bueno, ya que lo había cogido me comí mi parte; pues me dio vergüenza dejarlo y coger otra cosa. Si no hubiera sido así en bufet, no me la habría comido. Pero ellas, mis tres compañeras, al probarlo, como no les gustó lo dejaron sin reparo alguno. Y yo, porque no pensaran mal, de que tomábamos para desperdiciar, hice un gran esfuerzo y me comí también las partes de ellas además de la mía. Pasé un mal rato para comer tanto melón malo; encima, mis compañeras de mesa se rieron de mí por mi candidez para no quedar mal ante los vigilantes del comedor.


"SOLO UN POQUILLO"

Como es sabido en este pueblo, a propuesta de 1os Párrocos, Varias personas cristianas y yo fuimos autorizados por el Sr. Obispo de Jaén para ayudar a distribuir la Sagrada Comunión a los fieles y para llevársela a las enfermos a sus domicilios.

Un día de fiesta solemne en esta parroquia, que estaba el templo lleno de gente, me requirió el Párroco para ayudar en la sacra tarea de distribuir el Pan Eucarístico a la numerosa cantidad de personas dispuestas a recibir el Santo Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo.

Con el Párroco concelebraba otro sacerdote pariente nuestro de avanzada edad. El Cura celebrante nos dio a los ayudantes auxiliares la comunión en las dos especies; El Pan y el Vino. En el cáliz quedaba poco vino convertido en la Sangre de Cristo cuando me lo ofreció a mí y yo al ir a beber del cáliz lo empinaba muy lentamente para que no cayera todo de pronto. No había caído aún ni una gota, cuando el Cura pariente, pensando que me iba a beber todo lo consagrado, me dijo: "¡Sólo un poquillo!” Retiré el cáliz, y así sin probarlo, concluyó mi comunión con la Sangre de Nuestro Redentor en aquella recordada celebración Eucarística.


AL BORDE DE LA TRAGEDIA

El relato que sigue no trata de casos anecdóticos ni graciosos, todo lo contrario; son dos sucesos en los que mi hermano Gabriel en uno, y yo en el otro, estuvimos al borde de la tragedia.

NADAR CON CALABAZAS

Hasta que mi Padre q.e.p.d. hizo la alberquilla para lavadero y riego en el cortijo Haza del Moral, nosotros no nos habíamos bañado nunca, pero entonces la utilizábamos como piscina. Aunque era pequeñita, como éramos niños y no conocíamos otra cosa, en verano nos bañábamos casi todos los días en ella. Como no sabíamos nadar, recurrimos a las calabazas de agua como flotadores. Un día mi hermano se amarr6 una calabaza a cada pie, porque eran las piernas las que se le hundían al intentar nadar. Con sus calabazas bien atadas se ech6 al agua, y los pies subieron a flote, pero al elevarse éstos, se hundió cabeza y cuerpo. Lo salvó mi hermano mayor, Juan José que estaba presente; de éste no estar allí habría muerto ahogado con sus flotantes calabazas.

PRISIONERO POR UNA MANO

Mi padre era muy trabajador y austero. Durante toda su vida estuvo haciendo y reconstruyendo casas y dependencias para los diversos animales. El, con nuestra ayuda hacía toda la faena que le era posible para evitar gastos. Siendo yo un chaval adolescente, una mañana salimos mi padre y yo con nuestro par de mulos, provistos de hachas y tronzador, al monte, donde antes se había producido un incendio y se habían secado muchos pinos maderables a causa del fuego. Íbamos con el propósito de aserrar algunos troncos gruesos y rectos para hacer tablas. Encontramos un pino enorme caído en el suelo. Tenía tronco gordísimo de unos cinco metros, dividiéndose en dos palos gemelos; rectos de 12 a 14 metros de longitud. A mi padre le gustó un palo de aquellos; lo cortamos para trocearlo a medida de las tablas, y al intentar retirarlo, sin saber como, se dejó caer el palo que quedaba unido al tronco sobre el palo cortado, con el infortunio de cogerme a mí la mano derecha entre ambos maderos. El de encima pesaría varias toneladas. Quedé prisionero y anonadado porque no soy zurdo para nada, y era la mano diestra la que podría perder.

Estábamos solos mi Padre y yo, impotentes, sin saber como actuar. Yo dije a mi padre que fuera a la aldea mas próxima a buscar ayuda, pero el no quiso dejarme solo en aquel horroroso estado. Derrochando entereza y coraje hizo varias cuñas de palos delgados y preparó un palitroque para apalancar. Introdujo las cuñas golpeándolas a los dos lados entre los palos que me aprisionaban, y empujando heroicamente con la palanca, consiguió que disminuyera la fortísima presión en mi mano, y tirando yo del brazo, desollándome la mano, pude sacarla al fin, aplastada como una hoja de cartón, pero sin romperme huesos.

Regresamos sin nada de carga en las bestias. Seguidamente fui al médico del pueblo, quien me hizo una una cura eficaz, y en pocos días me fui restableciendo, gracias a Dios y al heroísmo de mi padre, que con denodados esfuerzos me libró de tan horrible asidero.

Pasé un rato fatal y asustado, temiendo quedar manco, o por alguna infección, aparecer gangrena que me hubiese arrebatado la vida.

AVENTURAS, DESVENTURAS E INFORTUNIOS DE FRASCUELO

De todos es sabido lo que ha cambiado la mentalidad de la sociedad en los últimos 50 años en cuanto a la manera de comportarse los jóvenes enamorados, de vivir su amor y disfrutar del mismo. Así como en el trato de personas de diferente sexo, aunque no sean novios. Las mujeres se mostraban inmensamente más recatadas y pudorosas. Siempre usaban mangas largas en sus vestidos, nada de escotes pronunciados y minifaldas, no salían a la calle sin sus medias del color de la piel más o menos finas.

Cuando dejaban de ser niñas jamás se las veía en piernas desnudas, no se ponían pantalón a excepción de en los carnavales, vestidas de máscaras.

En el aspecto sexual, todo contacto con los varones les estaba privado; ni para saludarse se besarían con los hombres si no eran de grado muy cercano de familia. Eso era lo normal, pero como en todas las cosas suele ocurrir, siempre había algunas excepciones que, indudablemente, suponían un escándalo si se hacían públicas.

Conozcamos las aventuras de Frascuelo en los comienzos del ya agonizante siglo XX, en una aldea de Santiago de la Espada, según la versión de un tío carnal mío residente en las Mesillas del mismo municipio. Se las oí contar siendo yo niño de corta edad.

Frascuelo era un mozuelo arrogante y lanzado, que no se resignaba a la incontinencia de sus impulsos viriles, y era capaz de enamorar y hacer rendirse a la chica que se propusiera. Para eso se fijaba en la que consideraba más fácil.

Sostenía relaciones amorosas con Currita, una mocita alegre y de las más coquetas y modernas de su época. Y como las jovencitas estaban siempre muy vigiladas por las madres y no se las dejaba a solas con los novios, a Frascuelo y Currita no les satisfacían así sus relaciones y querían gozar más de su apasionado amor. Por lo que, por las noches, cuando ya estaban acostados todos los miembros de la familia, Frascuelo se iba a la ventana del dormitorio de Currita, que caía a una angosta callejuela, donde ella le esperaba para seguir pelando la pava. Y una noche se le ocurrió al joven meter la cabeza por entre los barrotes de la reja de la ventana, restregándose las orejas, porque el espacio le venía muy justo. Se supone que lo haría para besarse más a placer. Lo que sucedió es que el placer se convirtió en una tormentosa pesadilla; que cuando quiso retirarse, no pudo sacar la cabeza del cepo en que había caído, hasta el punto de verse Currita obligada a salir y buscar ayuda para poder separar un poco los hierros de la reja con herramientas, y al fin se vio libre de su odioso asidero.

Se enteraron del caso los padres de la chica que dormían al lado, y para evitar que se repitieran las entrevistas nocturnas de la pareja, obligaron a la hija a subir su cama a la cámara de la casa, en la planta alta. La cámara tenía un ventanuco sin reja a varios metros de altura. Pero Frascuelo, muy sagaz y con ingenio para vencer todas las dificultades, se buscó un palo de pino con garranchos y nudos de las ramas, lo traía de noche, cuando ya todos dormían, y subía por el palo cogiéndose a los garranchos, entrando al aposento de Currita que, sin duda, lo estaría esperando.

Una noche, después de terminarse un baile en la aldea, al que asistieron Frascuelo y Currita, el intrépido mozuelo trajo su peculiar escalera y subió a aquella cámara donde tenían sus encuentros, pero esta vez, alguien que sospecharía lo espió y lo vieron subir. Avisaron a los demás chavales, sigilosamente le quitaron el palo y esperaron a ver lo que hacía cuando fuese a bajar. Entre tanto, Frascuelo que, por lo visto, no tenía prisa en dejar aquel nido, se dormiría, y cuando fue a bajar estaba amaneciendo, y los otros chavales permanecerían expectantes para ver cómo se las arreglaba al no contar con su portátil escalera.

Cuando Frascuelo quiso abandonar aquel lecho y a su Currita y se encontró sin el palo, salió por la buhardilla al tejado y anduvo buscando otro tejado más bajito para dejarse caer con menos peligro al arrojarse al suelo; y cuando lo vieron los demás mozuelos, le armaron una gran algarabía; unos le decían gato y otros palomo y pavo, y cuantas frases burlonas se les venían a la lengua. La verdad es que Frascuelo no gozaba del afecto y amistad sincera de los otros chicos por jactancioso, que alardeaba de conseguir triunfos amorosos que los demás no podían alcanzar. Así, toda la juventud masculina allí reunida, formaron un insólito y divertido espectáculo para ellos, mientras Frascuelo pasaba por otro vergonzoso trance.

Con las referidas aventuras o desventuras, el célebre protagonista de esta historieta se hizo famoso en cierto modo en la comarca. Los comentarios se multiplicaron y se extendieron por los alrededores, y le adjudicaron el mote de "gatogarduña", por eso de aprovechar la noche y trepar por los tejados, apodo por el que fue conocido en la geografía serrana, hasta donde no lo conocían físicamente.

Un día caminaba el popular Frascuelo por cerca de donde había un grupo de mujeres jornaleras excavando garbanzos, y al verlo con su típico aspecto altivo y engallado, empezaron a piropearlo jocosamente, y él, mostrándose más valiente de lo que en realidad era, les contestaba con frases no menos provocativas. Fueron aumentando de tono las palabras cruzadas, y ellas lo incitaron con voluptuosos desafíos. Frascuelo se desabrochó el pantalón pensando ruborizarlas o amedrentarlas y, ¡qué equivocación! Aquellas mujeres en vez de acobardarse (por lo visto eran fuertes y decididas, de las que llaman "de armas tomar"), corrieron hasta él, lo derribaron y le ataron las manos juntas por detrás de la espalda. Entonces, unas lo sujetaban con coraje, y otras le vaciaron un botijo de agua en los órganos genitales, en los que le colgaron una cencerrilla pequeñita que llevaba la cabra de una de las mujeres, y con las manos bien atadas, de manera que no podía desatarse, lo dejaron escapar al son de la cencerrilla y, con el pantalón bajo que le servía de traba, se fue el infortunado en busca de alguien que le desatara las manos.

Aquel grupo de campesinas sí llevaron a cabo lo que los ratones en su congreso dijeron que sería bueno hacer con el gato: "colgarle un cascabel" para librarse mejor de sus garras, y al final ninguno se atrevió a "ponerle el cascabel al gato"; ellas sí que se lo pusieron y pasaron un rato de vergonzosa diversión para el arrogante y presumido Frascuelo.

EXTRACTO AUTOBIOGRAFICO

Nací en el cortijo Haza del Moral, "Los Parrales", término de Hornos, el 7 de Septiembre de 1.923. Ya a los seis años guardaba los cerdos, siempre bajo la perenne vigilancia de mis padres o hermanos mayores. Por las noches me ensañaba mi padre q.e.p.d. las primeras letras de la cartilla. Empecé a asistir a la escuela de Cañada Morales al comenzar el curso L.933/34. Teniendo que dejar las clases docentes cuando estaba a medio el curso 36/37.

Desde la primavera del año 37 trabajé en toda clase de faenas del campo, hasta marzo de 1.944, que hube de incorporarme al ejército para hacer el servicio militar en Marruecos,. Me licenciaron en los primeros días de agosto del año 46, volviendo al cortijo con mis Padres a trabajar en la agricultura. Contraje matrimonio con mi primera y única novia, y hoy mi fiel esposa el 30 de octubre de 1.948. Nos quedamos unos tres meses en mi casa paterna. Desde allí nos trasladamos a El Polvillar a una casita vieja que mi madre q.e.p.d. había heredado de sus padres, y mis padres me dejaron a mí. Y seguía ocupado en el trabajo del campo. El 13 de enero del 51 nació mi hija Adela; el primer valioso fruto de nuestro matrimonio, residiendo en El Polvillar, donde permanecimos hasta junio del 52, que tras vender la casa del Polvillar, y con la ayuda económica de mis padres compramos una casa en construcción en Cortijos Nuevos, donde nos alojamos aquel mismo verano con la idea de dedicarme al comercio en esta localidad.

Durante mi estancia en El Polvillar di clases de cultura general a chavales de aquel entorno por las noches, tarea que continué realizando en Cortijos Nuevos varios años, siempre por las noches para poder trabajar en la tierra, tanto mis alumnos como yo.

El año 1.953 comencé la actividad comercial vendiendo piensos y abonos al por menor, El 18 de septiembre del mismo año nació mi hijo Juan Antonio. Alternaba el trabajo agrícola con el comercio, gracias a la eficaz y permanente ayuda de mi abnegada esposa. Continuando así hasta marzo del 59, que abandoné aquel negocio porque no me satisfacía y cambié al ramo de productos textiles. A los dos meses de iniciar el nuevo negocio, mi mujer tuvo que ser operada con urgencia de apendicitis, ya muy grave con riesgo de perder la vida. Entonces no teníamos el amparo de la Seguridad Social y tuve que pagar yo todos los gastos: Cirujano, Hospital y muchos medicamentos carísimos que necesitó. Casi fue mi ruina, pero ella se salvó gracias a Dios y a la Ciencia. Con la generosa ayuda de nuestros padres salvamos el bache y salimos adelante.

Mi primer vehículo fue una bicicleta que adquirí al año 56, y en 1960 compré una motocicleta vieja que adapté para la carga y con ella salía a vender de manera ambulante por las aldeas de alrededor.

El 10 de noviembre del 63 nos llegó otra bonita criatura Mª Gloria, y el 18 de diciembre del 66 nació el último, Ángel Jesús.

En agosto del 67 compré una furgoneta Citroën AK para la venta ambulante y demás transportes y acarreos. Después compré una casucha en el centro del pueblo donde tras derribarla construí el local donde cambié la tienda en marzo de 1.973, abandonando la venta ambulante hasta mi jubilación el año 1.988.

Además de los tejidos y confecciones, representé y vendí las máquinas de coser Alfa, más la funeraria en estrecha colaboración con la Funeraria Martínez de La Puerta de Segura. Tambi6n fui corresponsal del Banco de Jerez durante muchos años, dejándolo a petición mía.

Fui socio y miembro de la Junta Rectora de la Cooperativa Nuestra Señora del Pilar con los cargos de Presidente y Tesorero respectivamente, terminando por dimitir de todo por no poder atenderlo con eficacia.

Como es ley de vida murieron los padres de mi mujer, primero y pronto los míos, causándonos el lógico sentimiento y tristeza. y por la misma ley, se nos empezaron a casar los hijos: Adela, el 4 de julio del 76, Juan Antonio, el 22 de marzo del 80, Mª Gloria, el 13 de octubre del 90 y Ángel-Jesús el 26 de octubre de 1.996.

Tras la muerte de mi madre, un sentimiento especial me movió a escribir algo sobre su vida y muerte; su biografía y algunos poemas en su memoria. Fueron mis primeros versos. Ignoraba que tuviese facultades para tal rama de la literatura. Durante algo mas de un año escribía bastantes versos y también la biografía de mi padre que murió veinte meses después que mi madre. Casi todo dedicado a ellos y demás familiares. Cosas muy sencillas y superficiales, predominando los romances. Se me aparcó la inspiración y estuve varios años sin escribir nada hasta después de jubilado que ya con mi tiempo libre asistí a la Escuela de Adultos para obtener el Graduado Escolar y, volví a los versos, tan simples que no me atrevo a llamarlos poesía. Mientras estuve en la escuela tuve ocasión de participar en concursos de redacción "Prensa-Escuela", en los que conseguí un 2º premio el año 1.991 a nivel provincial, el año 92 gané el primero en dicha modalidad, y el 93 gané el 2º premio en otro Certamen literario: "Antonio Machado" en Jaén, con unos cuantos poemas elegidos de mi repertorio.

En 1.955, con la orientación y ayuda de mis hijos, Adela y Gabriel, editamos mi primer libro "Brotes de Otoño" con una selección de mi obra poética, y el año 97, la Diputación Provincial de Jaén, me editó otro minúsculo libro; "Granzas Literarias". Puede decirse que con las granzas de cribar mis poemas para la edición del Brotes de Otoño. Actualmente alterno la escritura de cortos relatos con paseos por el campo, y cuando me necesitan; ayudo en lo que puedo a mis hijos en sus quehaceres, y colaboro en la Parroquia ayudando en lo que me permiten mis ya mermadas facultades al Rdo. Cura Párroco en sus sacras tareas. Ejercicios que me distraen y me producen una gran satisfacción.


TÍTULOS DE LOS RELATOS

Mis ingenuidades infantiles. –Enojos en las comidas etc.

Inocente autoculpado.

Vender el muleto.

Diálogos con Paco.

La Pinta.

"Solo un Poquillo".

Aventuras y desventuras de mi hermanito pequeño.

El borrego toposo.

El canto de las ranas.

Dulce y reborondete.

Tres en uno.

La cerda y 1a cordera.

Donde haya cuatro, arrancas cinco.

Burra que va al molino.

Capar un grillo.

Comida fertilizante.

Cuatro tazas llenas.

Cambiar la dentadura.

Consejos mutuos entre Mujeres Serranas.

El saborín.

Matar las gallinas.

De tal palo...

Especial humor de los Rodolfos.

Chico con apariencia de chica.

Gato y ratón.

Apuestas de un duro.

El viajante Luis Moreno.

Desvío de memoria y "Matar al Practicante".

El Humor de: Feliciano Villarejo: Comida de Señoritos.

Las manos lavadas.

Dos pescozones por 10 duros y San Capricornio.

Las Cosas de D. Crespo.- Adobo del salón.

Buen pelaje. Una gaseosa. Pasa ya, ¡Abanto!.

Caza de perdices.

El puesto de alba.

La cepa del Chaparro.

El ingenio de mi nieto Antonio-Jesús.

¿Tu también. .? No quiero novia. Desmayao.

Cuatro tajadas de melón malo.

Al borde de la tragedia.

Aventuras, desventuras e infortunios de Frascuelo.

Extracto autobiográfico.

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