Anales I I Jorge Manrique - Poeta en la frontera


JORGE MANRIQUE. POETA EN LA FRONTERA

Guillermo Fernández Rojano
Escritor


La intención de las páginas que siguen es situar a Jorge Manrique en su contexto histórico partiendo de las diferentes connotaciones que la Frontera nos inspiran y que creemos se superponen en la vida y la obra del poeta.

Pequeña orientación cronológica

El reinado de Juan II (1406-1454) está dominado por la figura del Condestable Álvaro de Luna, defensor de comerciantes y judíos conversos, partidario de un nuevo orden por el que luchó durante sus más de treinta años de poder, estimulando la consolidación de la burguesía como clase.

En 1406 nace don Rodrigo Manrique, segundo hijo de don Pedro Manrique (Adelantado de León) y de doña Leonor de Castilla.

En 1434 es nombrado Comendador de Segura, puesto que ocupará hasta 1474.

En este mismo año nace, en Segura de la Sierra (Jaén), Jorge Manrique (Aceptamos sin reservas la fecha y el lugar de nacimiento de Jorge Manrique indicados. Para cualquier detalle sobre el debate que puede crearse al respecto, ver las argumentaciones recogidas en: HENARES, Domingo: Cartas de don Rodrigo Manrique a su hijo don Jorge, Albacete, Diputación de Albacete, 2001.

Durante el reinado de Enrique IV (1454-1474), el poder nobiliario se refuerza en detrimento de la institución monárquica.

En 1467, Jorge Manrique es Comendador de Montizón.

En 1474 sube al trono Isabel, la hermana de Enrique IV, casada desde 1469 con el
heredero de la corona catalano-aragonesa, Fernando. Ambos formarían la base del estado absolutista, tras la guerra civil que enfrenta a Isabel y a su sobrina Juana, la Beltraneja, hija de Enrique IV.

En 1476 muere Rodrigo Manrique.

En 1479 muere Jorge Manrique. Las tensiones tocan a su fin con la consolidación, por parte de los Reyes, de las Ordenes militares y tras la toma de Granada en 1492.



Las fronteras

Como hemos apuntado al principio, concebimos la frontera bajo dos aspectos nocionales: uno tangible y otro intangible. El primero está relacionado con lo físico, lo geográfico. El segundo, que también termina manifestándose en situaciones palpables y concretas sobre los seres humanos, tiene que ver con imposiciones sociales y culturales, quiebras producidas entre generaciones, razas, religiones, ideologías, etc., bien sea por acción o por reacción.

Sobre esta base analizaremos la época y la obra de Jorge Manrique, nacido, como hemos dicho, en Segura de la Sierra (Jaén), en 1434 y muerto en 1479.

A caballo entre sus actividades bélico-políticas y poéticas, su vida trascurre por diferentes fronteras: geográfica, económica, cultural y temporal.

Por sus características orográficas, la Sierra de Segura configura un sistema defensivo-natural que, desde el siglo XIII hasta finales del XV, será escenario de las fricciones territoriales entre los musulmanes, atrincherados en los reinos de Murcia y de Granada, y las tropas castellanas que van cercando y empujando con más fuerza desde la Batalla de las Navas de Tolosa en 1212.

Esta inmensa región de la Sierra de Segura hacía las veces tanto de tierra de nadie como de lugar común. Espacio tan inhóspito, amplio y abrupto no podía establecer con claridad los límites territoriales y la titularidad de la propiedades, por lo que, por ejemplo, los aprovechamientos del bosque eran utilizados igualmente por la comunidades musulmanas y las cristianas. De hecho, durante el tiempo en que la frontera permaneció estable existía una serie de instituciones comunes, como los alcaldes de moros y cristianos, que mediaban en los pleitos entre ambas colectividades.

El alhaqueque, por ejemplo, tenía libertad para pasar de un lado a otro de la frontera para resolver cuestiones de tratos, buscar reses extraviadas o robadas o personas cautivas, y negociar el rescate.

La frontera económica es la impuesta por los estamentos nobiliario y eclesiástico sobre la clase trabajadora. Dice García de Cortázar: “A la Iglesia correspondía, en última instancia, convencer a los menos afortunados de la excelencia de su posición en la escala social y a los más agraciados de la legitimidad de la suya. Agitados por graves perturbaciones, amasadas por las pestes, nadie plantearía, sin embargo, un debate crítico sobre las diferencias permitidas por Dios en una sociedad, por otra parte, de extremada violencia” [2000, pág.220]. La mayor parte de la población medieval europea vive en la pobreza. El grueso del producto de su trabajo sirve principalmente para mantener el estilo de vida, más lujoso en las ciudades, de la Iglesia y de la nobleza. Con la pequeña porción de lo que le queda a los jornaleros después de pagar los tributos, difícilmente podían mantener a su familia.

En el caso de la Encomienda, es el Comendador el que recibe todas las rentas de las villas; a saber: las territoriales: explotación de sus tierras, hornos, molinos, batanes…; decimales: sobre todos los productos agrícolas, ganaderos y forestales. Esta parte, llamada diezmo, consistía en una gran fuente de riqueza; y señoriales: portazgo, castillería y herbajes.

Tanto Rodrigo Manrique como sus hijos fueron comendadores de la Orden de Santiago –Rodrigo, el padre, lo fue en Segura durante cuarenta años- lo que significa que, como representantes del rey estaban dotados de amplísimas atribuciones relativas a la defensa de la frontera y de los territorios, a la impartición de justicia civil, militar y religiosa, y al nombramiento de cargos de importancia, así como de poder absoluto sobre sus propiedades. Recordemos que las encomiendas son las partes del territorio jurisdiccional de las órdenes militares “encomendadas” por el Maestre, y luego por el Rey, como administrador perpetuo de ellas, a un caballero con el título de Comendador “con todas sus personas, tierras, derechos, bienes y rentas de todo género”.

A un nivel, digamos, de igualdad económica, otra frontera viene separando los intereses de las familias cristianas desde los cimientos del sistema político feudal, que comienza su expansión de una forma clara durante el siglo XIII y enfrenta cruelmente a los diferentes grupos nobiliarios hasta el siglo XV, a causa de lo que Fernández Conde llama “verdadera bulimia de tierras” [2004, pág. 31], ansiedad que lleva asociada la obtención de propiedades de mano de obra humana e incremento de privilegios.

Jorge Manrique pertenece a los Manrique de Lara, una de las oligarquías castellanas más destacadas en la lucha contra los representantes de la dinastía Trastámara, impulsora de un sistema político-económico que tiene su dinámica en una nueva clase social: la burguesía. En el periodo que nos ocupa, los Manrique se enfrentan
sucesivamente a los partidarios de Juan II, Enrique IV y Juana la Beltraneja, a favor del infante don Alfonso, primero, y de Isabel I, después. El número de choques bélicos entre un bando y otro traducen el alto grado de ambición y reacción por parte de los clanes de viejo cuño, entre los que se encuentran los Manrique.

Existe una verdadera declaración de guerra contra el Condestable Álvaro de Luna, contra Juan de Guzmán en tierras de Jaén, donde se producen constantes asedios a fortalezas, como a la de Montizón (de la que Jorge Manrique será comendador), a Alcaraz (donde muere Diego Manrique, hermano de Jorge), contra Juan de Valenzuela en la batalla de Ajofrín (Toledo), contra el Marqués de Villena y el Maestre de Calatrava y el Conde de Ureña, contra Enrique de Figueredo por la fortaleza de Sabiote; o la batalla contra las tropas del Marqués de Villena, en el castillo de Garci Muñoz, donde, por una herida causada durante una escaramuza, muere Jorque Manrique.

Militarmente, los adelantamientos cristianos, bajo la autoridad de la Orden de Santiago en nuestro caso, fueron desplazando de manera progresiva a los musulmanes que habitaban las más de trescientas aldeas y alquerías de la Encomienda de Segura, y transformando bruscamente las estructuras económicas, políticas, religiosas, culturales y ecológicas del territorio: desde el idioma hasta la forma de cultivar la tierra, desde la gastronomía hasta la administración. Las colonizaciones, que no son sino explotación de tierras y hombres y obligaciones fiscales impuestas por la fuerza, llevan agregadas siempre cuestiones religiosas y culturales que les sirven de justificación. En la Encomienda de Segura, a finales del siglo XIII, todavía existían numerosos poblados de mudéjares de los que la Orden recibía “quantos derechos auemos ayer en llos moros e con alffardas e con diezmos e con almazranes”. En el transcurso del siglo XIV, debido a la presión fiscal, muchas de estas comunidades huyeron hacia Granada dejando abandonados caseríos, alquerías, aldeas y villas.

Según Rodríguez LLopis: “La implantación de una sociedad feudal sobre territorios hasta entonces musulmanes modificó el modelo de ordenación espacial existente con anterioridad, introduciendo unas formas de jerarquización del territorio típicamentefeudales, en las que un potente concejo cristiano -en este caso Segura de la Sierra absorbió la jurisdicción del resto de los núcleos ejerciendo funciones señoriales,desconocidas hasta entonces, sobre ellos”.

Las costumbres, pues, de los nuevos colonizadores dibujan una nuevo sistema de relación con el medio natural. Los fueros que las rigen deben garantizar ciertas ventajas a los nuevos inquilinos, enfrentados a zonas de difícil explotación debido a las temperaturas extremas, un terreno escabroso, zonas agrícolas muy limitadas, actos de pillaje continuos de los vecinos del otro lado, etc. Sobre todo en un periodo en el que, como hemos visto, el sistema feudal experimenta síntomas muy claros de debilitamiento a medida que la burguesía fortalece sus bases económicas y difunde las ideas humanistas impulsadas desde Europa, las cuales se van imponiendo poco a poco, en casi todos los órdenes de la vida social, mermando las viejas estructuras de pensamiento conservadas por la oligarquía, a la que, repetimos, pertenecen los Manrique.


A Jorge Manrique le toca vivir este deterioro de las viejas ideas, el tránsito hacia una nueva concepción de Dios y el mundo, y las contradicciones que ello genera.


La literatura

Uno de los hechos que revelan el tránsito conceptual, a un nivel más amplio que el puramente Literario, entre el siglo XV y la Alta Edad Media, es la aparición de los cancioneros: colecciones de poesía apadrinadas por la realeza, donde se refleja un cambio de mentalidad sobre los comportamientos tradicionales. Toda manifestación social lleva implícita nuevas categorías estéticas. La nobleza ya no se dedica exclusivamente a la guerra y a la política, sino que se introduce en el cultivo de las artes y la poesía. Dice Blanco Aguinaga: “En un momento en que la imprenta no existe todavía, pero en el que se siente la necesidad de lectura en cortes y palacios, al calor del incipiente humanismo y de la propagación –dentro de ciertos límites- de la cultura, los cancioneros cumplen una clara función social” [ 1978, pág. 118].

El primer cancionero conocido es el de Alonso de Baena, un judío converso que recogió un gran número de poetas que escriben durante los años del reinado de Enrique II (1369- 1379), hasta mediados del XV. Lo compone como regalo a Juan II, rey acogido a las nuevas costumbres y compositor, también, de canciones, al igual que su maestre don Álvaro de Luna. La moda de la poesía entra en los pabellones reales. Tanto Juan II como Alfonso V de Aragón convierten sus corte en verdaderos cenáculos literarios.

En el Cancionero de Baena están recogidos poetas de todas las clases sociales, desde reyes hasta moriscos; algunos de ellos, los más tradicionales, siguen usando la cantiga de amigo, registran expresiones gallegas en composiciones de arte menor y se afirman en el tema del amor cortés. Entre los más famosos: Macías el Enamorado o Alfonso Álvarez de Villasandino. Los más jóvenes escriben en castellano y, generalmente, en arte mayor, y están impregnados de la corriente italianizante llamada “alegórico dantesca”. El introductor de esta devoción por Dante es Francisco Imperial.

En realidad, Alonso de Baena continúa la labor del infante de Portugal, el conde de Barcelós, compilador de una importante muestra de poesía galaico-portuguesa. En el Cancionero de Baena, por lo tanto, se encuentran y conviven dos diferentes orientaciones estilísticas, con diferentes retóricas, distintos metros y, sobre todo, lo que más nos interesa, distinto enfoque de los temas, ese cambio de mentalidad sufrido en la época de frontera, en la que luchan dos fuerzas: lo caballeresco y lo burgués, lo religioso y lo profano, el arquetipo y la individualidad, los privilegios de clase y la defensa de la igualdad entre los hombres. Este aspecto es cuestionado por el fraile Diego de Valencia: “Pues todos salimos de una raíz / fallida e menguada e muy pecatriz”. También en la diatriba entre la Dolencia, la Vejez y la Pobreza de Ruy Páez de Ribera, de la que sale vencedora la Pobreza: “yo nunca vi un pobre con donaire; / tampoco vi nunca un rico sin gracia.” O la composición que dedica este mismo autor a la madre del rey Juan II, una descripción descarnada de la realidad de la época: “desechados e perdidos / andan muchos fijosdalgo (…) Despechados e vendidos son muy muchos labradores…”. Pero el alegato más violento contra los ricos lo hace Gonzalo Martínez de Medina –partidario de la intervención monárquica- en su Decir que fue fecho sobre la Justicia y pleitos e de la gran vanidad desde mundo: “Pues de abogados y procuradores / y de otros mil tramposos, / y de escribanos y recaudadores / que roban el reino por extraños modos, / nunca he visto tantos en toda mi vida; / e tanto sufre este reino miserable, / que es maravilla que no sea destruido, / si el señor rey no rompe estas ataduras.”.

El caso de Fernán Pérez de Guzmán, perteneciente a uno de los clanes nobiliarios acérrimos enemigos de don Álvaro de Luna, escribe unas Coplas de vicios e virtudes, una dura crítica contra el comportamiento de las clases dominantes: “Que donde la virtud se pierde / la hidalguía se pierde”. Esta especie de trasgresión de clase resulta muy significativa perteneciendo él precisamente a una familia aristocrática al igual que algunos de los nombres más relevantes de la historia de la literatura: Pérez de Guzmán, que es tío de Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana; Gómez Manrique, tío de Jorge Manrique. Esta actitud marca una de las rupturas de mayor repercusión de la historia. No es baladí que Juan de Mena escriba en una canción: “Porque más sin duda creas / mi gran pena dolorida, / déte Dios tan triste vida / que ames y nunca seas / amada ni bien querida”. Aunque la estrofa y los recursos estilísticos son tradicionales, la idea es totalmente nueva, un concepto que desemboca en la misoginia y, por lo tanto, salta una frontera que parecía insalvable, porque desear el dolor a la mujer amada es una quiebra total en las relaciones de vasallaje que canonizaban la poesía amorosa hasta entonces.


Jorge Manrique

Queremos dividir la obra de Jorge Manrique en dos bloques, ya que consideramos de poco interés sus composiciones burlescas. Así pues trataremos la poesía amorosa y Las Coplas a la muerte de su padre.

Cuarenta y cinco composiciones en las que el Amor es el principal motivo. Con alguna excepción, en ellas encontramos enquistados los rasgos característicos del amor cortés.

Pero apreciamos ya cierto distanciamiento consciente entre el autor y su ejecución artística, así como un tratamiento novedoso de los temas tradicionales.

El primer poema de la serie amorosa es un diálogo entre el Aquejado de amor y el dios del Amor, al estilo medieval de las Disputas del Alma y el Cuerpo, La razón de amor y los Denuestos del del Agua y el Vino, Las disputas de Elena y María, o los combates entre Don Carnal y Doña Cuaresma, recogidos estos últimos en el Libro del Buen Amor, un siglo antes.

En el poema de Manrique, el enamorado le incrimina al dios del Amor el haberlo herido a pesar de profesar un buen amor, leal y servicial:

¡Oh muy alto dios de amor,
por quien mi vida se guía!”,
¿cómo sufres tú, señor,
siendo justo juzgador
en tu ley tan herejía?
¿Que se pierda el que sirvió,
que s´olvide lo servido,
que viva quien engañó,
que muera quien bien amó,
que valga el amor fengido?

Existen momentos de cierta violencia en los que el Aquejado reprocha al dios su comportamiento. Ya no es un acto de acatamiento total, se produce una contundente sublevación, no se siente merecedor de los bienes terrenales por la voluntad divina, sino por merecimiento propio. El individualismo inconformista, el desacuerdo con la actuación divina:

Ni por tu grand señorío
nunca tal conseguiré,
ni tienes tal poderío
para quitarme lo mío
sin razón y sin porqué.
Porque si bienes me diste,
Sabes que los merecía;
mas el mal que me hiciste,
sólo fue porque quisiste,
pero no por culpa mía.

E incluso le impone lo que tiene que hacer, cómo debe comportarse, le exige, y casi lo insulta.

Que porque seas poderoso,
has de serlo en lo justo;
pero no voluntarioso,
criminoso y achacoso,
haciendo lo qu´es injusto.
Si guardares igualdad,
todos te obedeceremos;
si usares voluntad,
no nos pidas lealtad
porque no te la daremos.

Y el dios de Amor le responde enojado, amenazante. Le recuerda quién es el señor y quién el vasallo, le advierte ante el riesgo de que se produzca intercambio de papeles. Parece que le dijera: “No te pases de la raya”.

No te puedo ya sofrir
porque mucho te m´atreves;
sabes que habré de reñir
y aun podrá ser que herir,
pues no guardas lo que debes.
Y pues eres mi vasallo,
no te hagas mi señor,
que no puedo soportarlo;
ni presumas porque callo,
que lo hago por temor.

Pero el Amador no se amilana, rechaza sus bravuconadas y le exige:

No te esfuerces en amenazarme
ni estés mucho bravacando,
que tú no puedes dañarme
en nada más que en matarme,
pues esto yo lo demando;
Ni pienses que he de callar
por esto que babeaste,
ni me puedes amansar
si no me tornas a dar
lo mesmo que me quitaste.

Finalmente habrá acuerdo entre ambos y Amor restituirá al Amador por tantos sufrimientos y porque éste promete servirlo y guiarlo (el dios de Amor es ciego, como sabemos) si así se hace. Pero lo interesante del poema es la actitud. La misma que adopta con Fortuna, en otro poema, a quien le exige de una forma desairada:

Y pues esto visto tienes,
que jamás podrás conmigo
por herirme,
torna agora a darme bienes,
porque tengas por amigo
hombre tan firme

Y le recrimina su mudanza:

Mas no es tal tu calidad
para que hagas mi ruego,
ni podrás,
c´hay muy gran contrariedad
porque tú te mudas luego;
yo, jamás”.

En el amor cortés, donde la amada es el símbolo del señor feudal a quien se le debe sumisión constante y entrega desinteresada, el amante no pretende conseguir nada, no espera recompensa o galardón, acepta resignadamente y de buen grado los rechazos y el sufrimiento. El vasallaje es un código rígido de comportamiento, un contrato en que cada parte debe asumir, sin condiciones de ningún tipo, su papel. De los signos del amor cortés: humildad, cortesía, desinterés, secreto, castidad, frustración, ¿aparecen todos en Manrique? Puede que la cortesía, el secreto y la frustración, pero no nos parece que la humildad ni el desinterés. Ni tampoco la castidad, porque él mismo lo declara en su “De la Profesión que hizo en la orden del amor”. Promete pobreza, obediencia, lealtad, constancia, pero:

En lugar de castidad,
prometo ser constante.

Efectivamente, Manrique, como caballero que profesa la Orden de Santiago está sujeto, por lo tanto, a un reglamento pseudo religioso, pues existen ciertas prescripciones que exoneran a los caballeros de algunas obligaciones. El Papa Alejandro III redactó una Bula por la que se recomendaba el celibato, pero en los Estatutos de la fundación de esta Orden se matizaba: “En conyugal castidad, viviendo sin pecado, semejante a los primeros padres, porque mejor es casar que quemarse”.”

No existe época que haya tratado con tanta obsesión la imagen de la Muerte como en el siglo XIV, que alcanza tanto a la literatura de esta época como a la del XV. La Muerte es convertida en personaje central en la vida de los seres humanos, sobre todo a finales de la Edad Media, con la creación de las órdenes mendicantes cuyas exhortaciones amenazantes conmovían a la población. El término macabre se encuentra por primera vez en Francia, en un poema titulado Respit de la Mort, compuesto por el procurador Jean Le Fèvre hacia 1376: “Je fis de Macabré la dance”.

La Muerte es la que establece las verdaderas relaciones de igualdad entre las clases sociales, la que no atiende a súplicas ni a engaños, la que reparte la misma justicia para todos. Y a la que todos temen: obispos, reyes, duques, frailes, caballeros, peones, doncellas, viejos…: “Yo so la Muerte cierta a todas criaturas / que son y serán en el mundo / durante; / demando y digo: «O homne, por que curas / de vida tan breve en punto pasante? / Pues non hay tan fuerte nin rezio gigante / que deste mi arco se pueda anparar, / conviene que mueras quando lo tirar / con esta mi frecha cruel traspasante”.

Es el mismo personaje que encontramos en Las Coplas llamando a don Rodrigo:

Buen caballero,
dejad el mundo engañoso
y su halago;
vuestro corazón de acero,
muestre su esfuerzo famoso
en este trago;
y pues de vida y salud
hicisteis tan poca cuenta
por la fama,
esfuércese la virtud
para sufrir esta afrenta
que os llama.

Sin embargo en una canción de la serie amorosa no se le muestra temor; todo lo contrario, se la requiere (es retórica, pero poéticamente verdadera) como única solución a sus males, pero nótese que estos males proceden de un diálogo interior, de una lucha consigo mismo, no son producidos por agentes divinos o externos, sino por la guerra que provocan las contradicciones personales, son las luchas interiores de cualquier ser humano. Manrique está cruzando la frontera, desde lo colectivo a lo privado, desde el arquetipo medieval a la individualidad humanista. Veamos:

No tardes, Muerte, que muero;
ven, porque viva contigo;
quiéreme, pues que te quiero,
que con tu venida espero
no tener guerra conmigo.
Remedio de alegre vida
no lo hay por ningún medio,
porque mi grave herida
es de tal parte venida,
que eres tú sola remedio.
Ven aquí, pues, ya que muero;
búscame, pues que te sigo
quiéreme, pues que te quiero,
e con tu venida espero
no tener vida conmigo.

El subrayado es nuestro. No poca repercusión tendrá este poema en la poesía castellana posterior. Recordemos sin ir más lejos uno de los más famosos poemas místicos de Teresa de Jesús, un siglo más tarde:

Sólo con la confianza
Vivo de que he de morir,
Porque muriendo el vivir
Me asegura mi esperanza;
Muerte do el vivir se alcanza,
No te tardes, que te espero,
Que muero porque no muero.

Véase también la célebre canción del comendador Escrivá, recogida en el Cancionero General de Hernando del Castillo, editado en 1511:

Ven, muerte tan escondida
que no te sienta conmigo,
porque el gozo de contigo
no me torne a dar la vida

En Manrique hay distanciamiento. Todos los elementos del amor cortés están en su poesía amorosa, los cánones así lo prescriben, pero los utiliza de manera consciente. El momento de la comprensión, del darse cuenta es el nacimiento de la reflexión, de otra perspectiva, se establece un distanciamiento entre el yo y el otro, entre el jugador y las reglas establecidas.

Justa fue mi perdición;
de mis males soy contento,
no se´spera galardón,
pues vuestro merecimiento
satisfizo mi pasión.

Es victoria conocida
quien de vos queda vencido,
qu´en perder por vos la vida
es ganado lo perdido.
Pues lo consiente Razón,
consiento mi perdimiento
sin esperar galardón,
pues vuestro merecimiento
satisfizo mi pasión.

En el sentido socrático, Razón no es un instrumento de análisis, sino la realidad aplastante, superior a la mente del que razona. Por lo tanto el poeta no puede sino dejarse arrastrar a la perdición a consecuencia de la realidad de sus sentimientos. En su poesía están también presentes los elementos de la frontera, la geografía, las construcciones defensivas que habita, la fama y la fortuna, el guerrear y la muerte. Es material poético, metáfora, y por eso hay conciencia, distanciamiento, que le permiten salir de su personalidad de soldado y entrar en la del poeta:

Con tantos males guerreo,
en tantos bienes me vi,
que de verme cual me veo
ya no sé qué fue de mí.

O el poema titulado “Castillo de amor”:

Hame tan bien defendido,
señora, vuestra memoria,
de mudanza,
que jamás nunca ha podido
alcançar de mi vida victoria
ovidança,
porqu´estáis apoderada
vos de toda mi firmeza
en tal son
que no puede ser tornada
a fuerça mi fortaleza,
ni a traición.
La fortaleza nombrada
está´n los altos alcores
d´una cuesta
sobre un peña
tajada,
maçiça toda d´amores,
muy bien puesta; y tiene los baluartes
hazia el cabo c´ha sentido
ell olvidar
(…)
El muro tiene d´amor,
las almenas de lealtad,
la barrera
qual nunca tuvo amador,
de tal manera.
La puerta d´un tal deseo,
que aunqu´esté del todo entrada
y encendida,
si pregunto c´os veo
luego la tengo cobrada
y socorrida.
…………..
La veneración que sienten los poetas de comienzos del siglo XV por la literatura clásica, los usos de latinismos en sus composiciones, el abuso de la alegoría, del énfasis, de la grandilocuencia en pos de la imitación de los modelos (Tito Livio, Homero…), produce a veces tal distorsión del idioma castellano que lo vuelven incompresible. Dos destacados seguidores de este tipo de literatura son Juan de Mena: “a la moderna volviéndome rueda”, o Enrique de Villena: “pocos hallo que de las mías se paguen obras”.

Esta estridencia lingüística, el abuso de los recursos estilísticos, el exceso de ornamento se abandonan en Las Coplas a la muerte de su padre. Manrique se despoja de la filigrana y transmite la emoción de forma directa, no hay desorden en la estructura sintáctica, el lenguaje es sencillo, las comparaciones, como los sentimientos, son universales, el lector es incorporado al poema de forma gramatical:

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar a la mar
que es el morir
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.

No hay oscurantismo, todo el mundo lo entiende. Está trasladando la filosofía clásica, el “todo fluye” de Heráclito, a un lenguaje poético, con el cual todos nos sentimos identificados. Manrique ha dado un salto cualitativo sobre sus coetáneos italianizantes. Aunque mantiene ciertos rasgos culturalistas, no abusa de ellos; por el contrario los utiliza para su propósito. En este caso laudatorio:

En ventura Octaviano;
Julio César en vencer
y batallar;
en la virtud, Africano;
Aníbal en el saber
y trabajar;
en la bondad, un Trajano;
Tito en liberalidad
con alegría;
en su brazo, Aureliano;
Marco Tulio en la verdad
que prometía.
Antonio Pío en clemencia;
Marco Aurelio en igualdad
del semblante;
Adriano en elocuencia;
Teodosio en humanidad
y buen talante;
Aurelio Alejandro fue
en disciplina y rigor
de la guerra;
un Constantino en la fe,
Camilo en el gran amor
de su tierra.



Las Coplas son una estructura perfectamente concebida, con elementos estilísticos en evolución y temáticas tradicionales, pero con matices que apuntan ya hacia otra visión del mundo. La originalidad no hay que buscarla en nuevos temas, sino en la forma de tratarlos. “Todo se construye sobre lo anterior y en nada humano es posible encontrar la pureza. Los dioses griegos también estaban `infectados´ de religiones orientales y egipcias”, dice Sábato. La originalidad consiste en cómo se utiliza artísticamente la temática y en Manrique lo consigue la naturalidad, la sencillez de explicar las preocupaciones esenciales del ser humano. Por ejemplo, la fugacidad de la vida:

Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.

Subrayamos una idea que Borges enunciará de otra manera cuatrocientos años después:

“Somos el pasado que será”. Y hay sencillez hasta en la forma de enfrentarse a la muerte, a la que no se teme, a quien el poeta tutea, aunque no sin crudeza :

di, muerte, ¿dó los escondes
y traspones?
Y las sus claras hazañas
que hicieron en las guerras
y en las paces,
cuando tú, cruda, te ensañas,
con tu fuerza las atierras
y deshaces.

Las pasiones mundanas, la fama, la gloria, el amor, la irrupción insobornable de la muerte. Podía haberse perdido en el juego, regodeado en el artificio de los tópicos, podría haber elegido la distorsión exhibicionista, pero en una época de tantas convulsiones política, económicas, religiosas y culturales, supo acometer la tarea de traducir lo que ocurre en el interior de los seres humanos enfrentados a la vida y a la muerte, lo que está relacionado directamente con su espíritu. Esta ha sido la función del artista universal desde los orígenes hasta nuestros días: compartir, comunicar las emociones más consustanciales al ser humano, despertar la conciencia desde el interior. Vuelvo a citar a Sábato: “Una de las misiones de la gran literatura: despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo” ¿Debería transcribir la advertencia de los primeros versos de las Coplas a la muerte de su padre?

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
………………
Cuando decidió que la redacción de las Coplas estaba terminada, Jorge Manrique había cruzado su última frontera: la frontera hacia la modernidad.




BIBLIOGRAFÍA

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