La hermana Antonia vive en Orcera y tiene más de veinte duros de años. Seguramente es de las más viejas de la Sierra, y sus años los tiene merecidos, porque la Hermana Antonia es un vestigio personificado de lo mejor del pueblo serrano: lo andariego. Que la gente de esta tierra siempre ha estado condenada a malvivir, andando de un lado a otro, en busca del pan y el sosiego que le han negado en su tierra. Los pastores con su zurrón y su tienda de lona a cuestas, la mitad del año fuera de su casa, como siguen haciendo todavía los pocos que han dejado. Los pineros rodando como piedras, navegando con la madera a la ribera abajo del río, quitándose el hambre a bofetadas. Los campesinos faenando en los campos de la Mancha, cogiendo aceituna en las Andalucías, o sirviendo al extranjero por esos mundos, como hacen ahora.
La Hermana Antonia, la Bicicleta, también ha recorrido el país con su familia en pos del pan austero y trabajoso, por los hoyados caminos de la tierra hostil, carreteando madera, pelando pinos en el Pirineo, enterrando a sus hijos y a su marido lejos de su tierra, o llevando limosnas evangélicas a la Virgen de Cortes, para ver a la patrona de Alcaraz, pastora y chiquita como una serrana vieja. Treinta y dos años ha ido descalza, andando siempre <>, como ella misma dice, de ahí su nombre de Bicicleta.
Cuando voy a su casa a verla, come gachamiga a cucharadas de una taza, y tuesta pan junto a la lumbre para echar sopas en leche. Me habla de las brujas de su pueblo, de cuando había vergüenza en las mujeres, y en la Sierra no faltaban esas cosas y tantas otras que han muerto sin que nadie se "espatarre", que , como parla la Hermana Antonia, la gente de ahora no tenemos agallas ni los hierros de antes.
Pero la Tía Bicicleta ha roto ya sus pies, frenando sus andares ligeros como el viento, y ha varado su cuerpo en tierra firme -su patria serrana-, para morir en su calle encalada con esmero, junto a la escueta chimenea, al amor de la lumbre encendida cada día con las piñas y la leña seca que ha traído de los montes, viaje a viaje, y han encorvado su cuerpo ahora remansado y quieto.
Aquí está todavía la Hermana Antonia, como un monumento del pasado, como la más genuina representante de una raza de hombres de piedra que se extingue: los serreños. Aún vive la Tía Bicicleta, como una ofrenda que arde tenuemente, igual que una tea seca, antes de entrar en el más allá tranquilo y sosegado, que ella, más que nadie se merece en nuestra tierra.
La Hermana Antonia, la Bicicleta, también ha recorrido el país con su familia en pos del pan austero y trabajoso, por los hoyados caminos de la tierra hostil, carreteando madera, pelando pinos en el Pirineo, enterrando a sus hijos y a su marido lejos de su tierra, o llevando limosnas evangélicas a la Virgen de Cortes, para ver a la patrona de Alcaraz, pastora y chiquita como una serrana vieja. Treinta y dos años ha ido descalza, andando siempre <
Cuando voy a su casa a verla, come gachamiga a cucharadas de una taza, y tuesta pan junto a la lumbre para echar sopas en leche. Me habla de las brujas de su pueblo, de cuando había vergüenza en las mujeres, y en la Sierra no faltaban esas cosas y tantas otras que han muerto sin que nadie se "espatarre", que , como parla la Hermana Antonia, la gente de ahora no tenemos agallas ni los hierros de antes.
Pero la Tía Bicicleta ha roto ya sus pies, frenando sus andares ligeros como el viento, y ha varado su cuerpo en tierra firme -su patria serrana-, para morir en su calle encalada con esmero, junto a la escueta chimenea, al amor de la lumbre encendida cada día con las piñas y la leña seca que ha traído de los montes, viaje a viaje, y han encorvado su cuerpo ahora remansado y quieto.
Aquí está todavía la Hermana Antonia, como un monumento del pasado, como la más genuina representante de una raza de hombres de piedra que se extingue: los serreños. Aún vive la Tía Bicicleta, como una ofrenda que arde tenuemente, igual que una tea seca, antes de entrar en el más allá tranquilo y sosegado, que ella, más que nadie se merece en nuestra tierra.
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